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Tribuna:UN MAESTRO HUMANISTA
Tribuna
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El doctor Marañón, actualidad viva

Comienza una semana dedicada al recuerdo de don Gregorio Marañón. Son cinco días durante los que se discutirá, se analizará y se pondrá a punto todo lo que el doctor Marañón dejó escrito en un espléndido y breve ensayo titulado Gordos y flacos.Aquellas páginas, poco más de 120 en doceavo, van ahora a cobrar vigencia en armonía con los avances y las nuevas perspectivas de la investigación positiva. Especialistas de fama internacional, grandes clínicos e investigadores españoles y extranjeros traerán ante el público algo así como la memoria viva del gran médico y gran escritor. Y esto, en sí mismo, constituye ya sin más un acontecimiento cultural de primer orden. En estos días de intercambio de juicios, de valoraciones diversas, todos, absolutamente todos, saldremos enriquecidos. Y el problema de la obesidad y el de la delgadez adquirirán perfiles más netos y volumen de presencia más operativa. ¿Pero concluye ahí todo el acontecimiento? De ninguna manera, por fortuna de conocer, y aprender mucho de don Gregorio.

Las enseñanzas de Marañón fueron de muy diversa índole. Primero, y ante todo, su hacer clínico, sus saberes médicos. Después, algo que nunca figuró de manera expresa en los manuales de patología médica, pero que en Marañón constituía texto vivo, esto es, texto personal: el trato humano del enfermo. Un trato de persona a persona que desbordaba ampliamente la estricta relación médico-enfermo. Y que, en consecuencia, humanizaba el oficio de curar, la obligación de curar.

Pero ahí no concluía la eficacia del doctor Marañón como modelo digno de imitar. Había en él algo más. Algo no fácil de definir. Algo que era como la resultante, como el fruto de varias líneas de fuerza en el campo magnético de su ser individual. Por un lado, la sencillez en el trato. Por otro, el afán por ver claro, de atrapar, en el complejo huerto de la cultura viva, lo que es tradición y lo que es innovación. Mas esto, a su vez, condicionaba otras positividades, a saber, la ubicua curiosidad y la autenticidad.

Esfuerzo por conocer

Don Gregorio no se quedaba, ante el texto ilustre y clásico, simplemente en lo que sólo es venerable fruto de edades pretéritas. Y, con idéntica exigencia de rigor, tampoco se dejaba deslumbrar por las modas intelectuales, por brillantes o sugestivas que ellas fuesen. Podríamos afirmar, sin temor a exageraciones, que gran parte de la sensibilidad espiritual del doctor Marañón radicaba en su exquisita capacidad para auscultar las más finas innovaciones del universal "esfuerzo por conocer".

Digamos esto de otra manera, quizá más aproximada a la realidad del personaje. Había en él una polivalente curiosidad que le llevaba a diagnosticar y a indagar, extramuros de lo patológico, el bulto real de la historia y el bulto real de los trabajos científicos de su tiempo. Con ello también profetizaba, también pronosticaba aquello que prometía adecuada supervivencia, o lo que anunciaba futura ineficacia, olvido y defunción. Era, pues, la suya, una curiosidad que no caía en lucubraciones inútiles -algo sobre lo que ya Pascal advirtió en su tiempo- ni tampoco en lo malsano, es decir, en el pecado que una y otra vez ha hecho, como señaló Anatole France, que "el diablo se haya puesto del lado de los sabios". La curiosidad maratoniana, al igual que su dimensión de autenticidad, justo por no gravitar, por no escorarse del lado de tales defectos, resultó una curiosidad fecunda. Sus libros de historia, sus espléndidas biografías, sus estudios antropológicos bien lo han demostrado.

Además, don Gregorio era dueño de una prosa elegante, fluida, tersa, enormemente clara. En las sistematizaciones, tanto médicas como de índole general, esas virtudes fraguaban un último y valioso precipitado; la transparencia, o, lo que es lo mismo, la capacidad de poder ver a través de, de poder aprisionar en nuestras pupilas el escorzo siempre hábil y siempre huidizo de lo no entendido, de lo que no puede ser fácilmente cazado.

Pues bien, todo esto habrá de estar presente y actuante en las jornadas que se nos avecinan. Y con ello algo se alcanzará más allá de la puesta a punto del problema de la gordura y el enflaquecimiento. Ese algo más vendrá dado por la transformación -o quizá fuese mejor decir por la reviviscencia- de la aproximación maratoniana a la objetividad morbosa. Si esto ocurre, y yo no lo dudo ni un momento, la monografía Gordos y flacos recobrará el rango que en verdad le corresponde. ¿Cuál? El de una teorización clásica. El de una especulación concreta montada sobre datos asimismo concretos pero de alcance genérico. Acabo de escribir las palabras "teorización clásica". Y son ciertas, porque una meditación se toma clásica cuando sigue viva, más que por lo que contiene, por lo que significa. También hablo de "especulación concreta". ¿Concreta? Según y cómo. Ya se sabe que el verbo "especular" deriva originariamente de observar el cielo con el auxilio de un espejo -speculum- para seguir y medir, en lo posible, el movimiento de las estrellas. El doctor Marañón, a favor del espejo de su enorme talento y de su vasta cultura, supo atisbar muchas y muy diversas luminarias. Una de ellas es esta de la fenomenología de la sobreabundancia de peso, o de la mezquindad del mismo. Una pequeña, una mínima estrella en el firmamento científico-natural, pero luminaria al fin y al cabo que proyecta su luz o su tiniebla, en definitiva su penumbra, sobre la popular preocupación actual. Como lo hizo siempre la sociedad occidental, siguiendo, eso sí, pautas variables y gustos insospechados. Y de todo esto y de muchas cosas más hay constancia definida y evidente en el texto que va a ser base y razón del internacional encuentro.

Pero permítame ahora el lector una pequeña dosis de ensoñación. Me imagino los salones del Colegio Oficial de Médicos de Madrid surcado por los decires, por las sugestiones y por los proyectos que allí se formulen. Y me imagino asimismo la invisible presencia de don Gregorio. Será una presencia silenciosa y, por eso mismo, altamente elegante. Como lo fue su vida, dedicada al trabajo serio, alejada del bullicio oratorio, indiferente a momentáneos caprichos. Buscando una y otra vez el punto de equilibrio, el punto de sensatez que su alma pedía, que su intimidad exigía.

Esa serenidad existencial fue, a no dudarlo, el mejor regalo que él nos pudo donar. Fue su perenne lección. Su estilo de buscada convivencia. Y ya siguiendo en esta línea imaginativa -la imaginación también piensa-, considero las reuniones de tantos y tantos entendidos ilustres como la mejor obra del doctor Marañón. La Semana Marañón 94, con sus doctas disertaciones, con sus vivos diálogos, con su deseo de profundizar en un problema humano, radicalmente humano, todo eso parece que lo hubiese escrito el doctor Marañón. Cada ponencia es una página suya. Cada juicio, un juicio suyo. Cada nuevo paisaje científico, un paisaje por él anunciado. Y de ese modo, junto con el constante adoctrinamiento marañoniano, no habrá de faltar, potencial y casi palpable, su bulto humano. Su ejemplar bulto humano. Y la criatura excepcional será realidad no desvanecida. Recuerdo con vivo perfil.

Horizonte de existencia visible. De existencia real.

Domingo García-Sabell pertenece al Colegio Libre de Eméritos y es delegado del Gobierno en Galicia.

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