Matones
Resulta conmovedora la conversión del señor Fini a la democracia y la libertad tras su larga militancia fascista. Aunque diga que la libertad no es siempre una prioridad. Hay tiempos, asegura, en los que debe pasar a un segundo plano, como sucedió durante la dictadura de Mussolini. Tiene esperanzas de que no vuelva a ser necesario. Yo también. Y especialmente, espero que no sea él quien dictamine las prioridades de cada momento.Y respecto a la democracia, ya sabemos que cada cual la interpreta como quiere. Véase, sin ir más lejos, el peculiar concepto que tiene de ella Julio Anguita. En un telegrama del Comité Central del PCE que dirige, expresa su profundo pesar por la muerte de Kim II Sung que "lideró luchas heroicas" llevado por "el permanente afán de reunificación nacional pacífica y democrática de Corea" (Mundo Obrero, No 37, Septiembre de 1994). Si la satrapía personal y familiar, el exterminio de la disidencia y la liquidación de toda libertad individual hasta límites tan inconcebibles como los alcanzados por el añorado Kim suponen para Anguita una gesta heroica y ejemplar en favor de la democracia, puede que realmente debamos tener más miedo al coordinador general de Izquierda Unida que a Fin¡.
Y sin embargo, me preocupa más Fini. No es un fáscista de viejo cuño, al igual que el austríaco Jörg Haider no es un nazi clásico y Anguita no es Beria por mucho que se emocione recordando el asalto al Palacio de Invierno. Pero mientras los dos últimos aún no están en disposición de regenerar a sus pueblos -quizá por los muy probados métodos Berchtesgaden y Kim II Sung respectivarriente-, el joven e inteligente Fini ya está en el Gobierno italiano y lleva camino de convertirse en el hombre fuerte del mismo.
Y su Gobierno está adquiriendo ademanes de matón, aunque Fin¡ vaya de fino. Los matones -lo sabemos del cole- siempre se meten con el más débil. Y en el terreno internacional, el tándem Berlusconi-Fini ha elegido a un vecino pequeño para saciar sus ínfulas patrióticas. No podía ser Suiza, por solvente y porque es la segunda patria de la clase política italiana, o al menos de sus cuentas corrientes. Ha elegido a Eslovenia. Ha vetado en dos ocasiones su acuerdo de asociación con la UE exigiendo al joven Estado ex yugoslavo la devolución o compra en condiciones de privilegio de los bienes incautados a los italianos después de la guerra Resulta que ya no le complacen el Tratado de Osimo de 1975 y el Acuerdo de Roma de 1983 que habían zanjado la cuestión por medio de indemnizaciones.
Estos capones diplomáticos a Eslovenia, -y en parte a Croacia- son la primera manifestación seria de que las ambiciones de Fini y sus correligionarios de "recuperar las sagradas tierras italianas" en la costa oriental del Adriático han pasado de la algarabía callejera fascista en Trieste a los solemnes salones de Roma. Los camisas negras no van a invadir Eslovenia ni Dalmacia. Se trata más que nada de demostrar que es Roma quien manda en la región y vaciar las soberanías de los vecinos débiles. Después serán el tiempo y el dinero quienes dibujen las nuevas fronteras.
Un tratamiento parecido le otorga Atenas a Albania con su veto a las ayudas comunitarias para este paupérrimo país. Los matones en Grecia -los que hablan del sur de Albania como el Épiro norte que acabará volviendo a no se sabe bien qué "unidad griega" que jamás existió- se encuentran en todo el espectro político. En 1946, Grecia ya exigió la anexión de esta región. Sin éxito entonces. Ahora vuelve a las andadas. Y sin embargo, los matones en Atenas y Roma deberían saber que es mejor, respetar las fronteras del pequeño porque éste puede tener un primo mayor. Que sus unidades territoriales y nacionales son tan ficticias como las de los demás. Que los derechos históricos allende las fronteras actuales de cada uno no existen. Y que es mejor para ellos que sea así. Porque la historia tiene muchos siglos y sus Estados apenas décadas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.