Riesgo y creación
Hace una década, Pilar Miró, nada más ser nombrada directora general de Cinematografía por el primer Gobierno socialista creó un sistema de financiación de películas apoyado en ayudas o subvenciones previas a la producción con dinero estatal. Tal sistema sigue empleándose pese a que, al menos en parte sustancial, constituye un anacronismo difícilmente sostenible después de la reciente elaboración de un decreto ley que sanciona la homologación y fusión de nuestra futura producción de películas con la de la Unión Europea.Hoy, en los estrechos pasillos del mundo del cine, se ha convertido en un deporte despellejar al viejo decreto Miró: y esto es injusto, porque en su tiempo fue una medida quirúrgica imprescindible para sacar a la producción cinematográfica española del pozo en que la había sumergido la suicida política neoliberal que, en el delicado capítulo del cine, impusieron los ministros de cultura de Adolfo Suárez. Si mala es la situación actual de nuestro cine, mucho peor sería de no haber existido este texto legal, hace una década indispensable y hoy convertido en papel mojado por las mutaciones históricas de la Europa de los últimos años. Retrospectivamente, los efectos benéficos de dicho decreto se resumen en dos: se ha mantenido -y por algo será- vigente por encima de las varias medidas administrativas que intentaron anularlo o corregirlo; y es indiscutiblemente obra suya que la nueva legislación se: apoye en un aparato de creación de filmes que sin aquella decisión de urgencia no existiría.
Pero, por contra, hay en la sombra actual de aquel decreto un efecto pernicioso de tal gravedad y magnitud, que hace necesario acabar con su espíritu o mantenerlo únicamente para hacer posibles películas de jóvenes cineastas inéditos. Este efecto pernicioso consiste en que mantienen la carga del riesgo, o de una parte importante de él, de fracaso de las películas en el dinero público, y esto es hoy un disparate indefendible. Porque la asunción de la carga del riesgo por las fuentes de producción si esas fuentes no son parásitas y quieren estar a la altura del mandato social, económico, artístico, cultural y, por consiguiente histórico, de que son depositarias, han de concebir y moldear la idea del riesgo como lo que realmente es: el desencadenante del impulso de esmero, de la moral, de autoexigencia y por tanto del ingenio que requiere la conquista de la verdadera creatividad.
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