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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuba y Clinton

NO HABÍAN pasado veinticuatro horas desde que el secretario de Estado Warren Cristopher declarara rotundamente ante el mundo que no habría cambios en fa política norteamericana hacia los cubanos fugitivos del régimen de Fidel Castro cuando Clinton decidió hacer lo contrario. Que la política de Estados Unidos hacia Cuba tiene que cambiar es evidente en todas partes menos quizá en algunos despachos de Florida y Washington. Pero el cambio real no es el anunciado ayer y anteayer en la capital norteamericana.Cuba ya no es una avanzadilla de la Unión Soviética que amenace a Estados Unidos en su propia costa. El régimen de Castro no es una amenaza regional desde que la mayoría de los países de su entorno eligieron la senda de la democracia y se hundieron en el fracaso las guerrillas que financió y armó. Castro ya sólo es una amenaza para los cubanos.

Por eso, Washington debiera hacer una política más generosa y enfocada a buscar soluciones de futuro. Tiene margen para ello. Y no deberían dejarse llevar por el pánico ante la oleada de refugiados que comienzan a llegar a sus costas.

Hacen bien en preparar campos de refugiados en diversos estados porque la base de Guantánamo no será solución. Hay quien habla ya de que un millón de cubanos desearían abandonar su país. Los cientos o miles que puedan perecer en sus precarias embarcaciones rumbo a Florida son tan sólo una prueba más de cómo ignoran las autoridades cubanas -con su miedo y rechazo a toda reforma política seria- la suerte y las vidas de su población.

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Washington debiera levantar ese embargo anacrónico que sólo sirve ya de pretexto a las autoridades cubanas para disfrazar con supuestas causas externas la miseria económica, la asfixia política y el hundimiento moral provocados por su sistema. Y como no va a devolver a Cuba a inmigrantes ilegales, y en esto no puede haber cambios ' la decisión de Clinton de detener a todo cubano que llegue a sus costas para tramitar individualmente su destino. no es sino un bastonazo político al aire.

Washington debería coordinar con sus aliados americanos y europeos -y muy especialmente con España- una política común hacia Cuba que se olvide de viejas rivalidades en la región que ya no vienen a cuento. Juntos debieran utilizar todas las presiones para -con el palo y la zanahoria- romper ese bloqueo que parece existir en la cúpula cubana. Los numantinos dirigidos por Castro tienen pánico a un cambio porque se temen tener que responder por lo que han hecho. Otros más jóvenes tienen pánico, a acabar arrastrados por la inflexibilidad a un enfrentamiento civil en el que acabarían siendo corresponsables de los actos de los numantinos.

El tiempo pasa rápidamente y con él muchas de las posibilidades de una transición pacífica. España tiene también el deber de elevar el tono de su participación en el proceso. La política española de intentar persuadir a Castro de la necesidad de proceder a cambios económicos rápidos que después trajeran consigo los políticos ya no cuenta con el tiempo necesario para fructificar. España debe hacer ver a Castro y a la población cubana que su apoyo a la transición pacífica es ante todo un compromiso histórico con la población de la isla. Haber querido abreviar sufrimientos a través del diálogo con Castro es loable, pero quizá ya inútil. Las prioridades españolas del momento son ayudar todo lo posible a evitar que el inexorable cambio sea sangriento y hacer ver a los cubanos que, en estas horas difíciles, España está con ellos.

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