Polifonía donostiarra
Donosti siempre es una ciudad armoniosa, pero en verano se vuelve plenamente musical. Polifonía: desde la plaza de la Trinidad, resonante aún por los últimos sollozos saxofónicos del reciente festival de jazz, hasta la isla de Santa Clara, donde acaba de inaugurarse la quincena musical de San Sebastián con un concierto al aire libre del mar.Pasando por casi todas partes: la iglesia de San Vicente, el polideportivo de Anoeta o el salón Excelsior del hotel María Cristina, al que se asoman las sombras cinematográficas de Nicholas Ray o Bette Davies para escuchar al gran pianista Ricardo Requejo, mientras sorben a traguitos cortos una taza de té gris de los fantasmas. ¿Y en la Victoria Eugenia? Este año la ópera Carmen vendrá a estas tierras para devolver la visita al vasco don José, quién si Merimée no miente le escribía en euskera a su amatxo para contarle chismes de la guarnición.
Un argumento muy actual, el de Carmen: la tragedia de un noble soldado vasco encarcelado por culpa de la rosa engañosa que le entregó una astuta cigarrera sevillana -puro va, puro viene- sospechosa, además, de complicidad con un grupo de bandoleros... ¡Y nosotros aquí, con elecciones en octubre!
Pero, en Donosti la Armoniosa hay mucha más música en marcha. Lo mismo te encuentras un mariachi tocando rancheras en Alderdi Eder que unas mulatas brasileñas de apetecible rotundidad dándole a la samba frente al ayuntamiento. Nadando por La Concha, el otro día oí gaitas escocesas a lo lejos, como en la batalla de Waterloo. Y en semana Grande llegan las txarangas.
Reconozco que no hay orquesta de 200 profesores que me guste tanto como una buena txaranga: itachín, tachín, taratachín, parapachón! Por el bulevar, por la plaza de Guipúzcoa, seguidas de los niños que bailan y de los viejos que sonríen. Es el estruendo ingenuo y humano que mejor acompaña como ruido de fondo al pasar de la vida. Y también, por qué no, de la muerte. A mí ya sabéis: cuando la palme, nada de marcha fúnebre de Chopin ni mucho menos de Wagner. Quiero que acompañe a mi entierro una txaranga, bien alegre y un poco indecente, por las calles donostiarras. ¡Chinpún!
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