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Triste historia

Antonio Muñoz Molina

El Ministerio de Cultura no cree necesaria la existencia de un premio nacional de historia. Que una parte del trabajo de los responsables culturales consista en empobrecer nuestro ya menesteroso empuje cultural es un hecho en realidad común en un país donde rige el principio que, modestamente, yo mismo expliqué hace unos años en este mismo periódico, bautizándolo entonces como el principio de los bomberos pirómanos, en recuerdo y también homenaje a los psicólogos de una isla balear que habían dictaminado que la mejor terapia para cierto incendiario contumaz era que lo empleasen de bombero. La idea no habría disgustado a Chesterton: ¿qué mejor policía que un consumado ladrón, quién más leal que un traidor tan vocacionalmente dedicado a fingir que acaba siendo modelo de lealtad? Pero aquel pirómano no debía de haber leído a Chesterton, de modo que apenas le hicieron entrega del casco magnífico y el uniforme azul de bombero procedió de inmediato a quemar los pocos árboles que aún quedaban después de sus anteriores hazañas.Por entonces aún era difícil que se aceptara mi teoría. Aún no se había descubierto que el jefe de los guardias civiles podía ser un salteador, ni que el nombramiento del guardián de la legalidad del Estado era ilegal, ni que los gobernadores y presidentes de bancos podían acabar en las mismas dependencias que los atracadores de dichos establecimientos. En mi urgencia por lograr una confirmación experimental al principio que acababa Benito Mussolini, en 1936. de descubrir, lo apliqué al Consejo de Universidades, doctor sanedrín que por aquellos tiempos había decidido que para licenciarse en Filología Hispánica no era necesario estudiar Literatura Española. Confieso, no obstante, que me desalentó la falta de reconocimiento obtenida por mi hipótesis, que en el mejor de los casos ganó alguna consideración literaria, pero no el estatuto de principio exacto que yo le atribuía, comparable al principio de Peter o a la ley de Murphy. Gracias a mi descubrimiento, todos los aunque y a pesar de que oscurecían la comprensión de la realidad se convertían en porques que la explicaban luminosamente. Algún amigo irascible e ingenuo, uno de esos sentimentales de izquierda que siguen escandalizándose por todos y cada uno de los abusos de que les llega noticia, sin acostumbrarse nunca, me contaba que un conocido mutuo había sido nombrado para un alto cargo cultural a pesar de que escribía con faltas ortográficas, o que alguien había alcanzado prestigio como crítico literario o editor aunque llevaba años sin leer un libro. Yo aplicaba mi principio, raspaba la conjunción adversativa, la sustituía por un porque e inmediatamente la respuesta surgía como una de esas revelaciones que parecen obvias cuando ya nos han sucedido: al pirómano balear le nombraron bombero porque era pirómano; el ignorante ascendió en la administración cultural a pesar de su propia ignorancia; el crítico o el editor no habrían obtenido su prestigio si no hubieran sido jovialmente analfabetos.

De modo que ahora, cuando me entero de que la Filosofía ha sido suprimida de la selectividad y de que el Ministerio de Cultura ha decidido ahorrarse los dos millones y medio del Premio Nacional de Historia, más que escandalizarme, lo que hago es concederme la triste satisfacción de ver cómo la realidad confirma día a día hipótesis que en otro tiempo parecieron audaces. Hace un par de días, Enrique Gil Calvo, filósofo que ha comparado la militancia socialista con la condición de judío en tiempos de la Inquisición, aseguraba en estas páginas que la victoria de la derecha en España ha sido la victoria de la ignorancia y la amnesia de las nuevas. generaciones televisivas frente a la racionalidad de la lectura y de la memoria. Pero da la casualidad que ese reino triunfal del analfabetismo, la desmemoria y la televisión ha arraigado con más fuerza que nunca en los últimos 12 años, en los cuales creo recordar que el Gobierno, la mayoría parlamentaria y la potestad de hacer leyes y ponerlas en práctica han estado en manos del partido socialista, cuyos cerebros pedagógicos y psicológicos son los responsables de la educación de esas generaciones jóvenes que ahora votan a la derecha.

A los modernos del Ministerio de Cultura les debe parecer que la historia es una antigualla que trata del pasado, como las comedias de Buero Vallejo o las del difunto Lauro Olmo, que tampoco les gustaban mucho: espero que no sea demasiado tarde cuando comprueben que de lo que trata la historia es del presente y del porvenir. El fascismo más negro está volviendo a Italia gracias a la alianza del mayor proveedor internacional de basura televisiva y de una extrema derecha que basa su atractivo y sus posibilidades de engañar en el desconocimiento de la historia por parte de unas generaciones a las que nadie les ha enseñado qué ocurrió de verdad en su propio país entre 1922 y 1945.

En Inglaterra hay una escuela thatcheriana de mixtificación del pasado que acusa a Churchill del error de enfrentarse militarmente a Hitler en lugar de establecer con él un acuerdo que habría garantizado la supervivencia del imperio británico: el III Reich, en realidad, tenía sus aspectos positivos, como el fascismo paternal de Mussolini, o como el régimen de Franco.

En Estados Unidos es donde las antiguas severidades de la historia, y hasta de la prehistoria, han alcanzado su más admirable flexibilidad, de modo que cada cual puede proveerse de una historia a medida tan fácilmente como de una matrícula de coche personalizada: hay una historia para evolucionistas y otra para creacionistas, una para blancos y otra para negros, y en algunas librerías hay una sección de Historia para hombres y otra para mujeres, y esta última no se denomina History, sino Herstory, dado que la sílaba His es sospechosamente idéntica al posesivo masculino.

Como si ninguno de ellos hubiera estudiado la historia de este siglo, los bomberos pirómanos de la Unión Europea toleran el genocidio de Bosnia y no hacen nada práctico por atajar el ascenso de racismo. En las primeras páginas de todos los periódicos Felipe González abraza sonriendo a Silvio Berlusconi. Sería urgente que alguien le regalara un buen libro de Historia.

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