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El baile de las letras

Juan Cruz

¿Y ahora dónde quedará el cha-cha-chá en el diccionario de los bailes? ¿Y Rosa Chacel, al lado de quién quedará en las enciclopedias de la literatura? ¿Y Eduardo Chamorro? ¿Y Che Guevara? ¿Le hará justicia la nueva ordenación del alfabeto al mítico revolucionario? ¿Y Agatha Christie? ¿Y Emilio Lledó, junto a quién se refugiará su apellido ahora que además entra en la Academia que ha desdoblado su elle? A Julio Llamazares no le importa demasiado que le hayan llevado al pelotón de las eles: "Me parece", dice, "una soplapolez. Antes aparecía casi solo en los diccionarios, y ahora entro en una letra que parece un autobús. Me han quitado de todo en esta vida: novia, pueblo, de todo; y ahora, encima, me quitan de mi letra".No hay que desorbitar el desdoblamiento de la che y de la elle decidido esta semana por la Academia, dice el académico Francisco Ayala: "Es una mera cuestión ortográfica", pero este país está más preocupado por la ortografía que por la sintaxis. Su colega Gregorio Salvador, que ahora, además del filólogo que entró en la Academia hablando de la cu, será el autor de un primer libro de relatos, pone las cosas en su sitio: "Esas letras dobles no existían hasta 1803, y la Academia se fundó 90 años antes; ahora la che y la elle se disuelven para volver a su sitio". En estas circunstancias, va a temblar la doble uve, una letra que entró sin permiso en el alfabeto español. "No, qué va: no tiene por qué temblar ninguna letra simple". La gente teme que empiecen por la che y terminen por la eñe, esa letra tan ñoña que sirve para tan poco y que tanto quieren los españoles, quizá porque se queda ahora como la única aportación española al alfabeto latino. "Esa letra es inamovible", dicen los académicos, y no la moverán ni los ordenadores ni los hombres. La Numancia de las letra, la eñe como Juana de Arco del alfabeto vapuleado por Europa.

Algunos salen ganando en tres letras pero el que más gana entre los académicos es el asturiano Emilio Alarcos, que de segundo es Llorach; Mario Vargas Llosa, que llega sin letra a la Academia cuentra con que su apellido gana una como José Miguel Ullán, y el novelista Millás halla que su nombre tiene seis letras, como Madrid: "Hubiera preferido que hubieran seguido sien do territorios autónomos; esta supresión ortográfica es producto de la fiebre homologadora que nos abrasa. ¿Dónde quedará ahora chapuza y champán, esta palabra con la que brindábamos cuando colocábamos bien un adjetivo?". ¿Y chollo y chanchullo?, se preguntaba ante el micrófono Iñaki Gabilondo.

En este país de noticias ruidosas, no está mal que el alfabeto aparezca como un suceso en los periódicos, aunque sea cuando le quitan letras. Pero con la supresión algunos ganan; ganan los analfabetos, que ahora son analfabetos de dos letras menos, y ganan hasta los ministros: Carmen Alborch, la ministra de Cultura, se supera en una letra, y Juan Alberto Belloch, el titular de Justicia, se beneficia por partida doble. Julio Cortázar hubiera escrito un cuento con todo esto, porque a él le parecería obvio que habría que distinguir ahora entre la ele y la ele, para no confundir a la ele con la ele. La verdad es que en la Península -como en Argentina- la elle no sirve para nada, porque todo el mundo la pronuncia como y griega, pero los canarios, que tenemos fama de pronunciar poco, le teníamos mucho cariño a esa pareja hasta ahora indisoluble, y decimos llover, llave y pollo como nadie en el mundo.

Lo han hecho para homologar los diccionarios, sobre todo, dice Gregorio Salvador. Pero, como siempre, fue una mujer la pionera: esa ordenación del alfabeto para hacer diccionarios la dispuso María Moliner. Ahora se cumplen 25 años de la hazaña de esta mujer que hizo un diccionario, como escribió una vez Gabriel García Márquez, que decía que María Moliner había sido capaz de convertir un diccionario en una obra del realismo mágico. Ella puso a la elle y a la che en los sitios en los que ahora las colocan los académicos que nunca la tuvieron a ella de compañera.

Con este baile han provocado la soledad de las letras, aunque todos aseguran que este desparejamiento viene bien para transitar por las enciclopedias europeas. Todo lo hacen para que nos parezcamos a los demás, y para eso sacrifican sonidos aparentes que, a juzgar por el barullo armado, forman parte de la inviolable identidad nacional española. No hay que temer: la identidad no sufre; sufren las letras. La ele y la ele precisan ahora de la voluntad para juntarse, y se dará el caso, en esta nueva situación del alfabeto, que, para existir como che, la ce se dirija sumisa alguna vez a su vieja compañera inseparable, la hache, diciéndole: "Habla, mudita".

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