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El Cervantes, la jubilación mas cotizada

Miguel Delibes recibe mañana el galardón más codiciado y polémico de las letras españolas

Cuando mañana lunes la tuna de la Universidad de Alcalá de Henares entone una vez más el clásico Clavelitos, el premio Cervantes de este año, Miguel Delibes, pasará por una de las pruebas más duras a las que se somete el galardonado anual y de la que sólo salió airoso el mexicano Carlos Fuentes. Pero tormentos musicales aparte, la ceremonia servirá para celebrar uno de los premios más cotizados en la cultura hispánica y para desencadenar, una vez más, las quejas de los que se sienten agraviados por no contar con el galardón. Pero la de mañana es ante todo una ocasión en la que, en palabras del escritor mexicano Octavio Paz, Cervantes en 1981, se celebra el restablecimiento de la comunidad literaria del mundo hispánico rota durante la guerra civil.

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El premio Cervantes es, sin duda, el galardón más ansiado por los escritores en lengua castellana. Con 15 millones de pesetas de dotación económica, su obtención se interpreta como el remate más brillante posible a una carrera dedicada a las letras. En palabras de Miguel Delibes, es una jubilación gloriosa que permite ya olvidarse de la pluma. Puede que sea esa aureola final en la propia lengua la que tantos resquemores levante entre quienes aún no lo tienen y que, año tras año, engrosan la lista entre los premiables. La ausencia de quienes como Camilo José Cela o Gabriel García Márquez tienen el Nobel suele ser uno de los reproches que anualmente se oyen machaconamente. El mismo lamento se extiende a la decana de las autoras españolas, Rosa Chacel. Sin embargo, ni entre los galardonados ni entre los académicos se cuestiona la limpieza de la concesión. Alguno, como el paraguayo Augusto Roa Bastos, Cervantes en 1989, afirma sin dudar que es más justo el sistema de concesión del Cervantes que el del Nobel.Roa admite la existencia del papel caprichoso que pueda jugar el azar a la hora de hacer que el jurado escoja un nombre, pero rechaza de plano la arbitrariedad. La misma opinión sostienen galardonados como Buero Vallejo o Miguel Delibes. El secretario de la Academia de la Lengua Española, Víctor García de la Concha, opina que para evitar desconfianzas, puede que lo mejor sea que el premio salga del ámbito político y que su concesión dependa exclusivamente de las academias. "No ha habido una inciativa formal por parte de nadie" advierte de la Concha, "pero me consta que es un sentimiento generalizado. Se acabaría así con esas afirmaciones, según las cuales hay exclusiones de tipo político".

Limpieza

El académico Francisco Rico cree que la concesión es limpia y ajena a presiones. "Puede que lo único criticable sea que no existe una línea y que se dan bandazos. Eso es inevitable porque los miembros del jurado son distintos cada año y en unas tres horas tienen que tomar una decisión tan peliaguda como esa. Además, hay otro factor y es que todo jurado quiere dejar su impronta y huye de la obviedad. Dar el premio a Márquez o a Cela se interpretaría como algo obvio. Y todos queremos ser siempre los más originales. Tal vez fuera interesante la creación de un patronato estable que hiciera las veces de jurado y que estuviera formado siempre por las mismas personas. No sé, puede ser una idea genial o un desastre absoluto".

Una de las decisiones más polémicas, o al menos sorprendentes, fue el premio concedido a la poetisa cubana Dulce María Loynaz en 1992. Los miembros del jurado estaban divididos a partes iguales entredós escritores. Pasadas varias horas de discusión, uno de los miembros tuvo la audacia de apostar por una poetisa escasamente leida, incluso pot los que tenían que decidir sobre el premio (algo que, por otra parte, ha ocurrido repetidas veces con el Nobel de Literatura). Desestimar la propuesta de una candidata que vivía tranquilamente en la Cuba de Castro, podía interpretarse como algo políticamente incorrecto y los jurados se vieron votando a favor de Dulce María Loynaz del Castillo, de 94 años, y de escasa publicación en el último cuarto de siglo. Ese año el jurado estuvo compuesto por Roa Bastos, Francisco Ayala, Bioy Casares, Lázaro Carreter, Luis Jaime Cisneros Vizcarra, Pablo Armando Fernández, Rosa Montero y Eduardo Mendoza.

Y ¿qué supone el Cervantes para un autor consagrado? Si para Miguel Delibes es el broche de oro para una carrera y la entrada a un estado en el que ya no hace falta escribir más, para otros es un estímulo creativo o la entrada en una carrera de actividades académicas de cierto relumbrón, por la que estáis con las maletas de un país a otro. Al menos hasta que su edad les permita llevar ese ritmo.

El escritor mexicano Octavio Paz, sigue publicando regularmente y sus opiniones son siempre escuchadas en el mundo intelectual y político. "Para mí" dice Paz, "el Premio Cervantes, aparte de haber sido un gran reconocimiento personal -merecido o inmerecido, esa es otra cuestión-, fue la confirmación de algo que muchos escritores de mi generación habíamos esperado durante años y años: el restablecimiento de la comunidad literaria del mundo hispánico".

La herida

Octavio Paz afiade que desde que comenzó a escribir, con 16 ó 17 años, "me sentí parte de esa comunidad, pero la guerra civil y la dictadura franquista nos separé y dispersó. No es exagerado decir que esa separación fue una herida. El premio Cervantes", prosigue Paz, "fue y es el signo más claro de que esa comunidad se ha restaurado plenamente. Subrayo: comunidad, no unidad. La literatura moderna de lengua española es un mundo hecho de muchas afinidades y oposiciones. El premio Cervantes expresa esa diversidad".

Antonio Buero Vallejo, Cervantes en 1987, afirma, con la parquedad que le caracteriza, que supone prestigio y una ayuda económica no desestimable. Su vida no cambió en nada. No escribió más ni menos. Sus obras se han seguido representando al mismo ritmo y su popularidad se ha mantenido en el mismo grado que entonces. Eso sí; opina que es el premio más importante que se puede lograr y que, como no es crítico, no se aviene a pronunciarse sobre posibles injusticias en la concesión de este premio, aunque mantiene que el sistema es limpio y correcto.

El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, de 76 años, vive

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en Toulouse desde hace 20 años, ciudad a la que se trasladó para dar clases de Literatura en la Universidad. Recuerda ahora Roa que cuando en 1989 le fue concedido el galardón, su primer pensamiento fue para Paraguay. "Me alegré porque se habían acordado de un autor de un país tan lejano y remoto como el mío. Esa distinción tan grande e inesperada, recibida a leguas de distancia me emocionó por mi país, a la vez que me sentía como un usurpador porque podía haber otros con más méritos".Para Roa Bastos, el premio fue un claro estímulo. "Llevaba 18 años sin publicar y desde entonces han salido al mercado tres obras mías. Me rejuveneció porque lo viví como un reto, como un compromiso ético que me obligaba a no relajarme".

El único pequeño inconveniente que a Roa le vino de la mano del premio fue el de una cierta popularidad que a él, que se define como un gran solitario sin llegar a lobo estepario, le forzó de repente a contestar numerosas cartas o a pronunciar más conferencias de las que le gustaría para mantener la tranquilidad que le permite escribir.

Tal como Paz, Roa Bastos, vive la fiesta del Cervantes en el sentido de ser una oportunidad de hermanamiento cultural entre el mundo de habla hispana. Y a la posibilidad de que los escritores americanos tengan más papeletas para ganar que los españoles por la numerosa presencia de las academias americanas, Roa recuerda algo que se produce cada ano y es que en las listas de candidatos presentadas se mezclan autores cuyo origen no tiene que ver con la procedencia geográfica de la Academia. La inexistencia de localismo de la que habla Roa es también suscrita por el secretario de la Academia Española y por el académico Francisco Rico. Ambos niegan igualmente el rumor según el cual es casi obligatorio que el Cervantes sea alternadamente un ano para un autor español y otro para un escritor americano.

Avanzada edad

Puede que la única constante que anualmente se cumpla sea la avanzada edad de los premiados, una característica que lleva a Delibes a considerarse un pollo de 73 años entre los galardonados. Es algo que hace pensar en un retiro tan dorado como apacible, como el de Dulce María Loynaz, quien, a los 91 años, vive en su señorial casona del barrio del Vedado en La Habana, rodeada de obras de arte y admiradores de generaciones más jóvenes y ajena al fragor de la vida actual. Esa misma mansión ha servido en los últimos 30 años de sede para la Academia correspondiente cubana de la lengua. Coleccionista y mecenas, a la refinada poetisa se le considera una estoica y ejemplar figura de resistencia, cuando se negó a abandonar Cuba con la llegada al poder de Fidel Castro en 1959 y mantuvo un discreto silencio hasta que, a raíz de este despertar internacional tardío, las autoridades oficiales tocaron a su puerta para rendirle homenajes y publicar antiguos libros de versos.

En su viaje a Madrid para recoger el premio Cervantes su más sorprendente declaración fue asegurar que el bloqueo norteamericano a Cuba no existía.

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