Ken Loach se supera a sí mismo en la estremecedora 'Ladybird, ladybird'
Los cineastas europeos piden más protección frente a Hollywood
ENVIADO ESPECIAL Nadie sabía nada de antemano acerca de Ladybird, Ladybird, última película del británico Ken Loach, el más austero, radical y valiente cineasta en activo. Se anunciaba como un filme de amor: efectivamente, lo es, y mucho. Pero va más lejos: convierte al amor y la maternidad en una metáfora sobre una forma de opresión salvaje y de la sublevación de una mujer contra esa opresión. Es un filme político y poético, construido con verdad y dolor sin límites. Quizá el más amargo y hermoso de Loach.
El otro plato fuerte de ayer fue la reunión y la posterior conferencia de prensa de cuatro ministros de Cultura de la Unión Europea y los directivos de la Federación Europea de Realizadores Audiovisuales (FERA). Esta reunión tenía como objetivo primordial el cambio de impresiones entre responsables de la política cinematográfica y creadores de cine europeos.Este objetivo se mantuvo, pero una interferencia de última hora modificó en parte la orientación del debate, convirtiéndolo en un acto polémico respecto a la inesperada presencia hace unos días, aquí en Berlín, de Jack Valenti, presidente de la Motion Pictures of America, que tiene en sus manos casi todos los hilos del negocio y de la política audiovisual estadounidense, y que utilizó en su estancia en Europa un doble lenguaje: 'llamada a la concordia y la cooperación en Berlín y, acto seguido en Ginebra, un cambio brusco de postura, que se volvió agresiva y beligerante.
La respuesta a Valenti de la FERA y los responsables políticos comunitarios, entre ellos la ministra española Carmen Alborch, tuvo tonos diplomáticos en general, pero bajo ellos mantuvo una posición de fondo bastante firme y también beligerante. Una vez conseguida en el marco del GATT la consideración del cine como "mercancía cultural", y, por tanto susceptible de ser regulada con leyes específicas en cada país, los ministros, y en especial el francés Jacques Toubon, hicieron hincapié en que "tienen ahora las manos libres para regular los mercados del cine europeo en base a sus necesidades específicas y compaginando los intereses industriales, las políticas de empleo y las identidades culturales de los países de la UE". Se prevén en la UE dos milllones de puestos de trabajo en el sector audiovisual para el año 2000, aunque la FERA casi duplica su potencialidad de empleo.
"Sólo podrá hablarse de acuerdos con Valenti", dijo Peter Fleischman, cineasta alemán coordinador del encuentro, "cuando se reconozca que el mercado audiovisual de EE UU está desde 1968 no sólo autoprotegido, sino blindado respecto de la producción europea. La protección legislativa y administrativa a nuestro cine es simbólica y por ello ha de acentuarse en el futuro".
No hubo mucha gente en la conferencia política. En cambio, en la que siguió a la proyección de Ladybird, ladybird no cabía un alfiler. Ken Loach y la desconocida y sensacional Crissy Rock, actriz protagonista procedente de teatros marginales de Liverpool, se toparon con una ovación tan intensa e interminable que la mujer, no acostumbrada a estos festejos, rompió a llorar emocionada.
La película es tan tensa y conmovedora que no da una tregua, un respiro mínimo al espectador. Su dibujo formal es una tragedia pura trazada con tiralíneas: comienza en la cresta de la ola y, no obstante, sigue subiendo hasta el instante fugaz de paz final, en que el vapuleo moral y emocional de Loach deja paso a que su película -para este cronista, la más difícil y lograda de cuantas ha hecho- siga prolongándose en la memoria. Su verdad, su realidad -se basa en un suceso verídico y muy frecuente- y su inmediatez elevan esta ficción a la categoría de los grandes documentos sobre el dolor, y la humillación a un ser humano, un ultraje de tal magnitud y horror que deja a su víctima sin otra respuesta que la sublevación pura y el rechazo total a todo lo que gobierna su sociedad y la criminalidad encubierta de sus leyes.
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