El progreso
Cuando yo nací, no había las posibilidades que la ingeniería genética brinda a los padres actuales; si no, seguro que con lo que me quería mi madre me habría sacado más alto y con los ojos azules y el pelo un poco rubio, como el niño de ese anuncio de jabones, creo, o de papel higiénico, no sé, o quizá de compresas, da lo mismo, en el que se ve la panza de una embarazada bajo la ducha y se oye un monólogo interior a cuyo autor habría que otorgar algún premio, cualquiera, el nacionalsocialista de discursos de conciencia, por ejemplo, patrocinado por alguna empresa de papeles higiénicos, o de bolsas de basura, o quizá de jabones que te dejan la piel como a Michael Jackson para que no se note que eres un poco oscuro.0 sea, que ahora mismo una madre negra puede tragarse un óvulo blanco, que enseguida los van a comercializar en pastillas, y con la ayuda de un espermatozoide del mismo color puede tener un hijo como la, leche, sueco, vamos, y de cabellos finos y dorados como los de los príncipes centroeuropeos. Qué bien, qué dicha, ya era hora. Si la mamá de Michael Jackson hubiera tenido estas posibilidades, a lo mejor su hijito no se habría dedicado de adulto a tocar niños de todos los colores. Y luego también está muy bien lo de que las abuelas puedan ser madres de sus nietos, que. hasta ahora sólo se podía ser una cosa al mismo tiempo, lo que va en contra del progreso y de la libertad de expresión. Con todo, lo mejor es que uno pueda ser hijo de un muerto, o de una muerta: la necrofilia quedaría al fin catalogada en un apartado de complejos como el de Edipo y no tendría la mala prensa de que goza en la actualidad.
Si cuando yo nací hubiera habido tantos adelantos, con lo que me quería mi madre, a lo mejor ni siquiera me habría traído al mundo, lo que habría sido un detalle.
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