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Crítica:FESTIVAL IBEROAMERICANO DE TEATRO DE CADIZ: BODAS DE SANGRE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Y el trigo, trigo

Sorprendentemente, la octava edición del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, dedicado a la América indígena, se ha inaugurado con un texto lorquiano. Claro está que Lorca es un autor universal, y que en el más remoto poblado andino puede ocurrir que una recién casada se escape, el mismo día de la boda, con su primo y antiguo amante, poniéndole cuernos al marido y haciendo que, en consecuencia, corra la sangre. Pero lo curioso del caso es que la tragedia de Lorca no es interpretada por ninguna tropa de cómicos llegados del continente americano, según su particular visión de la tragedia, sino por el Centro Andaluz de Teatro (CAT), que es quien produce el espectáculo."¿Cómo puede el teatro, hoy, hacer de algo tan conocido (Bodas de sangre), casi mítico, un espectáculo nuevo, vivo, extravagante, sensual, fugaz como el brillo de la hoja de un cuchillo, sorprendente como una carcajada en la noche?", se pregunta en el programa de mano el director, Ariel García Valdés. Pues, la verdad, no lo sé. Lo único que puedo decir es que en el Gran Teatro Falla, la noche del martes, de brillar de cuchillos y carcajadas en la noche, nada de nada. Y, a tenor de lo que vimos y sobre todo de lo que escuchamos o, mejor, de lo que no escuchamos, incluso diría que esas Bodas de sangre no sólo no resultaron tan míticas como se dice, sino que incluso se mostraron un tanto, por no decir demasiado, desconocidas.

Bodas de sangre

De Federico García Lorca.Intérpretes: María Alfonsa Rosso, Eva Morillo, Maica Barroso, Amparo Marín, Julián Ternero, José Manuel Seda, Juan Fernández, Ana Malaver, Gloria López, Charo Sánchez. Espacio escénico: Ariel García Valdés. Dirección: Ariel García Valdés. Gran Teatro Falla (Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz). 19 de octubre.

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La crisis acosa

El problema está en la manera como la mayoría de los intérpretes dice el texto. En Lorca, como en Lope, ha de decirse, escucharse cada palabra, cada nota diría yo. Huir de un Lorca de museo, declamatorio, para caer en un Lorca huérfano de toda poesía, en un Lorca plano, que parece estar pidiendo constantemente perdón por cada metáfora, por cada imagen, es un disparate. "Los hombres, hombres; el trigo, trigo". Así de sencillo.

Como disparate se me antoja querer reforzar con música la música que ya está en el texto, que está ya en la escritura misma del texto. Así pues, la nana de Camarón que se escucha -y se agradece ¡cómo no!- metida como quien dice con calzador, me resulta la muestra palpable del quiero y no puedo. Del director y de los intérpretes en general (la mejor, Ana Malaver, en el personaje de la criada).

Una escenografía tan discutible como extravagante -la vecina surge, sentada, de la tierra misma- y una luz preciosa para arropar un espectáculo, un Lorca de aficionados. Así, tal como suena. La mayoría, cierto, son muy jóvenes y acaban de abandonar, si es que ya las han abandonado, las aulas del CAT. Pero nada de un Lorca joven, nuevo, de hoy. En todo caso, hay que hablar de un Lorca cojo y condenadamente sordo. A la triste impresión que me produjo el espectáculo, vienen a sumarse las peculiares condiciones del Gran Teatro Falla en la noche del estreno. El fotógrafo, con su trípode y todo, cortando, como lonchas de jamón, una escena tras otra. No hay emoción en el Lorca del CAT, pero de haberla, el impertinente fotógrafo nos la hubiese robado con su cámara. ¿Por qué dejan entrar a los fotógrafos en los estrenos?

Y aquel caballero con su ataque de tos, que se prolongó durante toda la función, incapaz de tener la cortesía de abandonar la platea. Y las sillas chirriando en los palcos, el taconeo de las mozas por los pasillos, los petardos en la calle... Eso no es serio, señores.

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