30 fugaces nunutos de gloria en la Casa Blanca
Tras su exito con Arafat y Rabin Clinton vuelve a la dura realidad
Fueron treinta minutos apoteósicos. Uno de los pocos momentos de satisfacción encontrados por el presidente Bill Clinton en sus ocho accidentados meses de Administración. Situado allí, en el centro de la historia, empujando físicamente a Isaac Rabin y Yasir Arafat para que estrechasen sus manos, Bill Clinton era la imagen viva del éxito. Apenas 24 horas después, sobre otra tarima y ante otro público, el presidente de Estados Unidos volvía a encontrarse con la realidad cotidiana: obstáculos serios por parte del Congreso y de su propio Partido Demócrata para ratificar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (NAFTA). Clinton debió comprender enseguida que la ceremonia del lunes era un triunfo de dudosa rentabilidad electoral y, en todo caso, tan fugaz como una nube de verano.El premio de la firma del acuerdo de paz entre palestinos e israelíes era un regalo dejado en los cajones del Despacho Oval por el equipo de George Bush y James Baker, el que hizo la guerra del Golfo y el que puso en marcha las conversaciones de paz, origen ambos del histórico acto en la Casa Blanca. Al principio, Clinton ni siquiera creyó en las posibilidades de ese proceso. El primer viaje del secretario de Estado, Warren Christopher, a Oriente Próximo y la reanudación de las conversaciones de paz en Washington ocurrieron en un marco de mayor distanciamiento de Estados Unidos de las negociaciones árabe-israelíes. Hasta hace muy pocas semanas, el Gobierno norteamericano decía tener un papel de simple espectador en esas conversaciones. Según ha revelado la prensa estadounidense, incluso cuando Washington fue informado del diálogo que se estaba llevando a cabo en Oslo, la Casa Blanca aconsejó una política de prudente distancia para evitar los efectos negativos de un fracaso.
Pese a esa actitud, Washington. no deja ser Washington. Y cuando palestinos e israelíes decidieron firmar su Declaración de Principios quisieron hacerlo en la capital del único país que podía garantizar la aplicación de lo acordado. Eso -los méritos de su país, no los suyos propios- permitió a Clinton disfrutar de esa involvidable mañana de septiembre.
Nuevas amenazas
Un día después, sin embargo, nuevas encuestas y amenazas, como las del NAFTA, volvían a demostrar a Clinton que de la política exterior no se puede vivir, políticamente hablando, en Estados Unidos. Los dos ex presidentes que le acompañaron el lunes lo saben mejor que nadie. El articulista R. W. Apple Jr. le recordaba ayer al presidente que, después de la firma del acuerdo de Camp David, un asesor de Carter comentó: "Si esto no nos da la reelección ¿qué nos la puede dar?". George Bush, que dirigió el mayor éxito militar de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, es también un testimonio de la ingratitud del electorado norteamericano.
Una encuesta de CNN-USA Today mostraba ayer que la popularidad de Clinton sigue estando por debajo del 50%, y que sólo un 39% de la población aprueba su gestión económica. Más preocupantes aún son los datos relacionados con Oriente Próximo: aunque un 80% aprueba el acuerdo firmado entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), un 65% se opone a que Estados Unidos entregue ayuda económica a la futura administración palestina de los territorios ocupados.
Pero, como otros presidentes antes que él, Bill Clinton no tendrá otro remedio que olvidarse de esas cifras y comprometerse personalmente en el éxito del plan de cuya firma fue testigo. El presidente dijo el mismo lunes que está convencido de que "Estados Unidos tiene que asumir un papel de mucha responsabilidad para hacer que este acuerdo funcione".
El responsable del Departamento de Estado para asuntos de Oriente Próximo, Eduard Djerejian, explicó ayer que si el Gobierno de Clinton se ha mantenido hasta ahora relativamente al margen del proceso ha llegado el momento de un mayor compromiso. Djerejian aseguró que la prioridad absoluta de Estados Unidos en este momento es conseguir un acuerdo de Israel con Siria, en el que ya están trabajando directamente funcionarios norteamericanos. Washington tiene que ganar las simpatías de las monarquías árabes petroleras al acuerdo palestino-israelí, y trata también de colectar dinero de todo el mundo para respaldar esa iniciativa. Este es, pues, el momento en el que Clinton tiene que demostrar sus dotes para la política exterior, un campo en el que los éxitos valen poco pero los fracasos se pagan caro.
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