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Isaac Rabin define la firma de la paz con la OLP como el inicio de una nueva era sin odios

La paz experimental, de un solo plumazo. "I. Rabin". La firma del primer ministro israelí al pie del documento de seis líneas firmado ayer en Jerusalén salió de un rotulador de plástico. Isaac Rabin rompió el gran tabú de Oriente Próximo en una ceremonia breve. Desde ayer, Israel reconoce a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), de Yasir Arafat. Rabin, el viejo soldado que se adueñó a cañonazos de Jerusalén en 1967 y combatió sin piedad la Intifada, estampó su firma, y luego, con dos frases, resumió el sentimiento de la mayoría en Israel. "Es una nueva era... No odiamos a nadie", dijo.

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Costaba vencer la incredulidad. Tras un siglo de odios, la paz parece finalmente al alcance. Palestinos e israelíes se felicitaban en las calles de Israel y los territorios ocupados de algo que en el mismo Vaticano ya se ha descrito como "un milagro". Rabin le dio una justa dimensión al acontecimiento al afirmar: "Es un momento histórico que esperamos ponga fin a 100 años de derramamiento de sangre y miseria entre palestinos y judíos, entre palestinos e Israel".Rabin firmó horas después de recibir una carta de Arafat en la que la OLP, de manera formal y directa, reconoce el derecho de Israel a existir como Estado, renuncia a la violencia y, lo más importante, para acelerar la firma de un acuerdo de paz en Washington el próximo lunes, promete reformar la Constitución palestina para eliminar pasajes ofensivos al Estado israelí. La carta llegó desde Túnez de la mano del ministro de Exteriores noruego, Johan Joergen Holst la figura clave del secreto proceso diplomático.

Rabin la leyó con mucha atención. Estaba flanqueado por el ministro escandinavo y por Simón Peres, su antiguo adversario político que se ha convertido en su aliado más leal frente a la tormenta interna que ya se abate sobre el Gobierno de los laboristas. Si ayer Rabin firmó el introito de la paz con los árabes, a, ojos de la derecha laica y religiosa israelí esa misma firma fue vista como una declaración de guerra.

"Esto sólo es el inicio, pero es un inicio tremendamente importante", dijo Rabin con voz solemne, que posteriormente manifestó su disposición a encontrarse con Arafat. "Lo veo como un gran paso hacia el logro de objetivos, aunque al mismo tiempo soy consciente de que queda mucho camino por recorrer y que está plagado de obstáculos que vamos a tener que salvar..., pero es posible salvarlos", dijo.

Las dificultades a las que Rabin hacía referencia son cada vez más formidables y no sólo por el endurecimiento y las amenazas de los sectores radicales palestinos. La batalla que le espera a Rabin y su Gobierno es contra la estridente oposición del bloque Likud, los colonos de Gaza y Cisjordania y el abanico de organizaciones que se oponen a que su país haga la menor concesión a los árabes. Un eslógan que se adaptaba para uniformar el sentimiento entre fuertes sectores de la sociedad israelí pronosticaba una imperdonable traición. "Gaza y Jericó, primero. Jerusalén, después", dice, distorsionando algo que el Gobierno ha dejado claro desde un principio: el espectacular giro político no abarca el futuro de esta ciudad. Jerusalén, para los israelíes, fue, es y será la capital eterna e indivisible de la nación judía.

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La oposición de Netanyahu

El más recio opositor es Benjamín Netanyahu, el locuaz ex embajador de Israel en la ONU y actual jefe del Likud. Netanyahu es ese tipo de personas acostumbradas a dispensar diagnósticos breves que tan bien quedan en las pantallas de televisión. Para el heredero del sector que otrora mandaba en Israel, la postura de Rabin es una traición. La firma del reconocimiento de la OLP, dijo, es una clara victoria para los palestinos y nadie estaba ayer más de acuerdo con él que el halcón Ariel Sharon, el arquitecto de la invasión de Líbano en 1982.

"Este es un día negro para Israel y un día de felicidad para sus enemigos", dijo Netanyahu al diario Yediot. "Este es un acuerdo hecho a base de mentiras y farsas, hecho con una organización que, a pesar de sus desmentidos, sigue buscando la destrucción del Estado de Israel". Para Netanyahu y Sharon, el Gobierno de Rabin debería ser ingresado en un manicomio. Así de claro. Argumentos como ese seguían anoche inflamando los ánimos de los religiosos ultraderechistas que desde hace tres días protestan contra el acuerdo de paz con los árabes a las puertas del despacho de Rabin. Para ellos, la OLP es una sigla que se asocia con el proyecto de liquidar a Israel.

De momento, el Likud no representa una amenaza seria para el Gobierno, pero sus fuerzas se van a medir en las próximas horas en la sesión de la Knesset, el Parlamento que debe necesariamente aprobar los pasos de Rabin. Los partidos religiosos, cuyo poder descansa en el colectivo de colonos judíos asentados en tierras árabes, no están en condiciones de torpedear el proyecto, aunque tienen, eso sí, la capacidad de multiplicar los dolores de cabeza del Gobierno. "Muy a pesar nuestro, Rabin se va a salir con la suya", admitió anoche un alto exponente del Likud que se encarga de coordinar estrategias con el Shas, el partido ultraortodoxo. El Shas, si bien ha perdido influencia con la renuncia del ministro del interior Arye Deri, figura central en un escándalo financiero, no parece dispuesto a arriesgarse a otro revés. Principalmente porque estar en el Gobierno le permite controlar el jugoso presupuesto de proyectos educativos.

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