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Alberti añora sus años de 'novillos' al recibir el 'honoris causa'

Problemas de garganta impidieron al poeta gaditano leer su discurso en la Complutense

Guillermo Altares

El poeta gaditano Rafael Alberti recuerda a sus 90 años con extraordinario cariño su afición a hacer novillos, a escaparse a la playa en vez de asistir a las tediosas clases de su colegio de la Compañía de Jesús. El doctorado honoris causa, que le impuso ayer la Universidad Complutense de Madrid, le permitiría ahora tomarse una nostálgica revancha y, según sus propias palabras, "examinar a los jesuitas que con tanta ligereza me suspendían".

Por problemas con su garganta, el Premio Cervantes de Literatura no pudo leer el discurso de agradecimiento que llevaba cuidadosamente preparado -encuadernado, con un dibujo original en la primera página- y se encargó de hacerlo su esposa, María Asunción Mateo. Tanto en su intervención como en las breves palabras que intercambió con los periodistas, Alberti recordó el mal estudiante que fue y destacó la emoción que le producen los reconocimientos universitarios. "Fui muy mal colegial, no tengo ni el bachillerato. Pero ahora estoy encantado de estar aquí y me siento más joven que vosotros", afirmó.A la ceremonia acudieron amigos, estudiosos, algún antiguo compañero de viaje del poeta, como el sindicalista Marcelino Camacho, o de letras y exilio, como la novelista Rosa Chacel. Silencioso y sonriente, Alberti no pudo evitar detenerse cuando, al entrar en el paraninfo de la universidad, la Coral Veterinaria Complutense entonó su célebre poema Se equivocó la paloma.

"Esto hace que me sienta aquel universitario que nunca llegué a ser. En vez de estudiar pintaba, me atraía más copiar las ninfas de nácar del Museo del Prado que conseguir un título. Sé que no soy el mejor ejemplo académico para nadie, pues nunca me arrepentí de mis escapadas", señalaba el discurso de Alberti. "Cada vez que se me distingue en alguna universidad siento una alegre emoción: yo era un muchacho que huía de las clases en busca de las arenas doradas de las playas, o que me escapaba a las dehesas a lidiar vaquillas porque quería ser torero. Eran unas mañanas inolvidables, ya demasiado lejanas".

El padrino de Rafael Alberti en la ceremonia, el académico Alonso Zamora Vicente, recordó en su discurso de presentación la influencia de los versos del poeta gaditano entre los universitarios que cursaban sus estudios en los años anteriores a la guerra civil, y afirmó que, a través de este doctorado honorífico, "se rinde homenaje a toda la generación del 27". "En 1932 su poesía revolucionó modos y sistemas. Recuerdo que Marinero en tierra se deslizaba en nuestras conversaciones cotidianas y descubrimos que la literatura se había liberado de tutelas. Toda la poesía de Alberti se deslizaba por el tobogán de nuestros sueños", señaló.

Alonso Zamora terminó sus palabras haciendo una inevitable referencia al largo exilio de Rafael Alberti. El compromiso político del poeta fue también uno de los temas principales del discurso de bienvenida del rector de la Complutense, Gustavo Villapalos. "Con profunda alegría doy la bienvenida a la comunidad universitaria a un pintor, a un dramaturgo, a un poeta, a un hombre comprometido con su tiempo del que tanto hemos aprendido acerca de la alegría, del amor, de la ética, de la vida y sus misterios", señaló.

Del brazo de su mujer, Rafael Alberti volvió a recorrer lentamente el largo pasillo del paraninfo de la Complutense, para descansar y recibir felicitaciones en una habitación, ya sin el birrete y la toga y con el nudo de su corbata de flores muy abierto. "Al final, creo que les aprobaría a todos", afirmaba el poeta al rector al término de la ceremonia, recordando de nuevo sus años de pésimo estudiante y magnífico creador.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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