Violentos y misóginos
Los expertos relacionan la droga, la frustración y el odio a la mujer con la brutalidad sexual
Los asesinatos de las estudiantes de Alcàsser, y de otras niñas de Huelva, Valladolid y Orense, han sembrado la tensión y el miedo entre los españoles. Se preguntan qué está pasando aquí y ahora para que existan delitos sexuales de una brutalidad que ya parecía desterrada de la sociedad moderna. Los crímenes parecen guiones de la película más sanguinaria. ¿Es culpa de la televisión, el cine, la publicidad, que reflejan una violencia en aumento? ¿Qué clase de persona es el agresor? ¿Hay más violencia o simplemente es que ahora se cuenta?
"Que nos lo dejen a nosotros". "Hay que colgar al asesino". "Que se haga justicia". "Ojo por ojo y diente por diente". Tras estas frases de dolor, rabia e impotencia del que ha sido víctima cercana de una brutalidad sexual se esconde "una actitud vindicativa para ocultarlo", en opinión de Rafael González Mas, presidente de la Sociedad Europea de Biosociología. Se castigó al culpable, se acabó el delito.A juicio de este experto, sobre todo lo relacionado con la sexualidad "hay un encubrimiento social" que ha impedido bucear a fondo en el problema desde el punto de vista científico. "Sólo se estudia y define el delito, no el índice de población que es capaz de cometer violencia sexual, o ser un pirómano o un suicida".
González Mas coincide con otros especialistas en que casos de violencia sexual con asesinato como los vividos estos días en España ni son nuevos ni están relacionados con un momento social más o menos compulsivo.
Misoginia
"En 1992 hubo tres casos de este tipo. El que se hayan producido tres crímenes sexuales en un mes no significa que haya, una plaga. Puede que no haya más en todo el año", dice Manuel Giménez Cuevas, portavoz de la Dirección General de Policía.
"El mar de fondo de la brutalidad sexual es que todavía nuestra sociedad es radicalmente misógina, y a la mujer se la culpabiliza del mal", dice Manuel Desviat, director del Instituto de Psiquiatría de Leganés (Madrid).
"Hoy por hoy", afirma Desviat, "no hay una solución efectiva ni un sitio apropiado para tratar a los psicópatas violadores. La cárcel es importante porque los quita de la circulación un tiempo, pero es muy difícil tratar a un psicópata, al igual que es muy dificil tratar a un toxicómano. Ambos son desafectivos y no les importa el efecto que su conducta tiene sobre los demás".
"Cuando nos enfrentamos con crímenes brutales hay que barajar la posibilidad de que quienes los cometen sean personas desequilibradas, con problemas cerebrales, y de que además estén bajo la influencia de drogas como la cocaína, el crack u otros alucinógenos. Enfermedad mental y droga es un cóctel explosivo", afirma el psiquiatra Luis Rojas Marcos, director de los Servicios de Salud Mental de la ciudad de Nueva York. "Hoy día la política es que el enfermo mental esté en la comunidad, y, por supuesto, tiene acceso a la droga, como lo tenemos todos", afirma el psiquiatra español.
En cuanto a la violencia sexual, el hecho de que el hombre sea la figura agresora tiene, para Rojas Marcos, "una base biológica y cultural". "Detrás del violador hay una psicopatía, una incapacidad para sentir el dolor que causa a su víctima, un superego con ausencia de culpa, y un elemento básico es el odio hacia la mujer, un odio irracional, producto casi siempre de un abuso o humillación que ha sufrido de niño por parte de una figura femenina muy querida o muy cercana a él". El psiquiatra afirma que unos hombres canalizan ese odio en el ámbito doméstico y otros salen fuera, atacando a mujeres ajenas y compartiendo a veces su fechoría con otros. En el caso de los presuntos asesinos de las niñas de Alcàsser "pudo haber existido además una orgía de grupo".
"Ahora la sociedad está empezando a preguntarse si el enfermo debería estar encerrado", dice Luis Rojas Marcos. "La enfermedad mental es un asunto complejo. La gran mayoría de los enfermos son víctimas de violencia, más que perpetradores. El peligro está en el psicópata. Los psicópatas tienen una personalidad antisocial, saben lo que hacen y no tienen sentimiento de culpa, pueden ser juzgados y penados con la cárcel. Mientras que los psicóticos han perdido contacto con la realidad, no saben lo que hacen, y su tratamiento es el hospital, no la cárcel".
"No es una verdad inconclusa que el hombre sea siempre el agresor, pero sí es cierto que la agresión masculina es siempre más contundente y más sangrienta. Los delincuentes sexuales violentos son precisamente los que revelan un mayor índice de peligrosidad", dice el criminalista Manuel Cobo del Rosal, y añade: "El delincuente sexual es reincidente, hay una cifra reducida de curaciones. En la escala valorativa de la cárcel es un preso menospreciado, sobre todo si es un violador de menores. También es un preso que se porta bien, pero fuera de la prisión encuentra los estímulos que le hacen reincidir. Su control psicológico es muy débil".
Apariencia normal
En la mayoría de los casos, el agresor pasa por una persona normal. De hecho se comporta como tal. Francisco Muñoz Conde, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Sevilla, relata el caso de un ciudadano, ingeniero de profesión, que fue procesado por masturbarse a la puerta de una escuela. "Su mujer no podía dar crédito. Decía que su marido era extremadamente pudoroso en el hogar, incluso exagerado a la hora de mantener las formas delante de sus hijos". Esta apreciación lleva al jurista a tener muy claro que la mayoría de los agresores, de apariencia social normal, "jurídicamente son responsables".
"Aquí la normalidad o anormalidad es un problema de atribuciones. Un psiquiatra puede decir que se trata de una personalidad psicopática, pero la justicia tiene que resolver un problema social, y la apariencia social del agresor es de normalidad". Desde este punto de vista, Muñoz Conde considera extremadamente delicado conceder un permiso penitenciario a un delincuente sexual "sin tener muy en cuenta el informe psiquiátrico". Es más, afirma que "la vía de la asistencia psiquiátrica no es suficiente. De alguna forma deben ser reprimidos". Si él fuera juez, teoriza, "sería muy cauto en dar facilidades penitenciarias, en especial con patologías de agresividad sexual con menores".
Una encuesta del Centro de Investigaciones sobre la Realidad Social revela que "está aumentando en España la opinión favorable a la pena de muerte en
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los casos de asesinato terrorista con víctimas, el asesinato de un menor y el secuestro con asesinato de la persona secuestrada". Un 53% de los encuestados es partidario de la pena de muerte para quien asesine a un menor.
Sin embargo, el catedrático Muñoz Conde no es partidario de la pena de muerte en ningún caso. Tampoco de la cadena perpetua, "que impide cualquier posibilidad de resocialización del delincuente y es tan inhumana como la pena de muerte". Sí aboga por un "derecho contundente que tome todas las precauciones para que estos sujetos estén en la cárcel".
"La decisión de ponero no en libertad a un delincuente violento es algo muy delicado como para que esté en manos de una sola persona y de su intuición. Al juez se le piden demasiadas facultades, y sus juicios son de profecía, de pronóstico. De ahí que fallen mucho", afirma Cobo del Rosal, quien está en contra de que los jueces de vigilancia penitenciaria tengan la posibilidad de acortar las penas y considera imprescindible que exista un órgano colegial, coordinado por un juez y compuesto por un criminólogo, un psiquiatra, un pedagogo, un psicólogo y un asistente social, que luego además realicen labores de observación del comportamiento excarcelario.
Según Cobo del Rosal, "el Código Penal español es suficiente. Lo que no tenemos es un amplio repertorio de medidas de seguridad y tratamiento preventivo de tipo psicológico. La sociedad civil española todavía toma mal el ir al psiquiatra, y esto no sucede en otros países".
Milagros Rodríguez Marín, psicóloga de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres, sostiene que "se debe endurecer el Código Penal en el delito de violación en general y en el de la violación de menores, y los delincuentes deben cumplir las penas de prisión a rajatabla. Es inconcebible que una condena de 44 se reduzca a seis por el buen comportamiento carcelario del violador. Este tipo de gente es muy teatral, finge, camufla su identidad, pero puede matar fácilmente, como quien se toma un café. El juez de vigilancia penitenciaria debe hacer caso del equipo técnico de la prisión y estudiar bien el expediente del preso. Delincuentes con un amplio currículum de asesinatos y violaciones disfrutan de permisos o de reducciones de condenas. En casi todos los casos de mujeres violadas y asesinadas vemos que los autores tenían antecedentes".
El hecho de que los casos de violencia sexual ocurran en cadena responde, según los expertos, a un efecto dé eco. Si otros lo han hecho, ¿por qué no yo?, se pregunta el psicópata que ve en los medios de comunicación las hazañias que a él le gustan.
El afán de notoriedad es una de sus características, y salir en los medios de comunicación les convierte en el héroe que desean ser; para ellos, matar a alguien es un medio rápido de hacerse famosos. Por otra parte, la información sobre estos casos provoca que la sociedad se autoanalice. Delitos sexuales ha habido siempre, pero no han sido tan publicados y denunciados como ahora. Antes, el índice de impunidad era mayor.
Sensacionalismo
El papel de los medios de comunicación en estos casos es delicado. Su deber es informar, pero el problema es cómo, y el sensacionalismo, el elogio del morbo, está muy generalizado", afirma Desviat. El hecho es que el sexo y la violencia venden: en las películas más taquilleras y en la programación de toda televisión que presume de ser comercial. Y también vende el dolor ajeno. El morbo es de ida y vuelta. Lo consumen los agresores y los agredidos.
"Los violadores que se ensañan terriblemente en sus víctimas tienen una psicopatía de lo siniestro y de lo guarro, tienen un culto a la violencia terrorífica, de casquería, algo que parece estar de moda en el cine y la televisión. Parece que se idolatra la perversión y lo horroroso", añade Miguel Desviat.
Lo cierto es que no todos los espectadores se convierten en violentos compulsivos. "La influencia de la televisión no es un factor decisivo, aunque sí lo es, a corto plazo, en un individuo que ya tiene propensión a la violencia y carece de control de su impulsividad", dice Luis Rojas Marcos.
Esta opinión la comparte el psiquiatra González Mas: "La prensa o la televisión ejercen una influencia relativa. Si acaso, de incitar un poco los niveles de actuación, como una inducción facilitadora de conductas anormales, pero no son determinantes".
Según Rafael González Mas, si se admiten estadísticas internacionales, entre un 3% y un 5% de la población estaría potencialmente predispuesto a cometer este tipo de agresiones con un mínimo estímulo que abra la espita de sus instintos.
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