Comienza la muestra cinematográfica con planteamientos retóricos e imprepisos
'El profesor de esgrima', del bilbaíno Pedro Olea, se presentó fuera de concurso
Fuera de competición y fuera también del alcance de esta crónica, la película española El profesor de esgrima, dirigida por el bilbaíno Pedro Olea, inauguró anoche en el teatro Victoria Eugenia la sección oficial de esta edición del Festival de San Sebastián. A la breve ceremonia inaugural faltaron algunos de los rostros del cine cuya presencia había sido anunciada, pero al escaparate acudió ni más ni menos que el genial cineasta estadounidense Joseph L. Mankiewicz, lo que convirtió al plantón de por ejemplo, Sharon Stone en un asunto insignificante. Hoy comienza el concurso de películas planteado por sus organizadores en términos retóricos y sumamente imprecisos.
El Festival de San Sebastián, que alcanzó resonancia y capacidad de convocatoria hace algo más de dos décadas, inició en los años setenta un lento y progresivo deterioro que le llevó prácticamente al colapso hace ahora 10 o 12 años. Desde entonces perdía de forma irrecuperable su fisonomía inicial (que era consecuencia de una época barrida y de un aparato internacional de producción de películas muy distinto al de hoy). El encuentro cinematográfico donostiarra busca cada año un lugar propio, una fórmula que lo configure y un punto de, identidad que lo distinga de los otros festivales de primera categoría internacional -Cannes, Berlín y Venecia- existentes en Europa.Esta búsqueda, sometida cada cierto tiempo a bandazos y zigzagueos organizativos de origen político o seudopolítico, sigue existiendo. Y prueba de ello es que sus actuales organizadores nos indican por adelantado, antes de que los hechos finales sancionen o no sus propósitos, que estamos en esta ocasión ante una definitiva "consolidación". De otra manera, que ya no hay tal búsqueda, sino por fin encuentro. La audacia, evidentemente con un sesgo de insensatez, que supone afirmar esto antes y no después de que el festival haya ocurrido pone de manifiesto lo contrario: que hay miedo a que no exista tal consolidación y que se intenta exorcizar este miedo con palabras previas a los hechos, con puro, simple e inútil voluntarismo.
Énfasis y retórica
El énfasis y la retórica con que el delegado general del festival, el belga Rudi Barnet, prejuzga lo que va a ocurrir aquí en los próximos nueve días, está más cerca de la lógica de un vendedor de películas que de un analista de ellas. Baste esta muestra literal, entresacada de su presentación oficial del certamen e insistentemente repetida de viva voz ante las escuchas de los medios de comunicación: "¡Cualquier acto, cualquier empresa fundamentalmente humana es, debería ser, un acto de generosidad y de respeto! Pero en nuestra época cínica, época de grandes turbaciones y de gran confusión, época épica en la que la carrera desenfrenada por el benefición y el poder se han convertido en ideal ( ... ) este tipo de afirmación hace sonreír. Y, sin embargo, cada día, hombres y mujeres reivindican y proclaman su voluntad y su necesidad de autenticidad, de belleza y de cariño a través de sus encuentros, de sus libros, de su música, de su pintura... ¡de sus películas!". "Nos han llegado-, prosigue Barnet, "cerca de 600 realizaciones de cinco continentes y de 49 países, mensajes cargados de humanidad y de esperanza, regalos de unos hombres a otros hombres, testimonios sensibles de nuestro tiempo y de la riqueza creativa del cine, de este cine que nos hace llorar y nos deja una sonrisa en el corazón".
Centenares de profesionales de la información, del análisis del lenguaje cinematográfico y de la elaboración de películas. se encuentran así de sopetón convocados por un sermón, mitad apocalíptico y mitad de catequesis, en el que se prejuzga lo que sólo a posteriori puede ser juzgado en cuanto esfuerzo o conjunto, de esfuerzos. Por otra parte, la llamada al cine independiente (obvia para un festival de esta especie, al que la gran industria multinacional ignora olímpicamente) y al cine de calidad rizan el rizo retórico: ¿A qué cine de calidad? ¿Al que así llamaban los franceses de los años cincuenta y que luego se mostró de mala calidad? ¿O alude tal llamada al cine simplemente bueno? Obvia llamada: no faltaría más que un festival de arte cinematográfico convocara al cine malo.
Estas imprecisiones, que llenan, la antesala de este festival, suben de tono y se hacen confusión cuando se añade que de lo que aquí se trata es de ofrecer "cine de autor", que es en estos momentos uno de los términos. más nebulosos de cuantos se manejan en jerga del cinefilismo y que acaba de quedar por completo en entredicho en el célebre; por lamentable, encuentro de los autores celebrado hace dos semanas en Venecia, penoso ejercicio de imprecisión conceptual que ha dañado seriamente la credibilidad de Gillo Pontecorvo como flamante nuevo director de la Mostra Veneciana.
Y la imprecisión se ahonda cuando leemos en la oferta oficial de San Sebastián que hay otra pequeña sección oficial a concurso, paralela a la grande, que se autotitula de manera indescifrable Documentales de creación. ¿Desde cuándo un documental un verdadero documental, no lo es de creación? En las bambalinas del teatro Victoria Eugenia se comenta, y hay quien al oírlo se lleva incrédulo las manos a la cabeza, que quienes han acuñado esta sagaz fórmula de documentales de creación consideran, por ejemplo, que los legendarios documentos de Leni Riefenstahl en la época del nazismo o los portentos de Frank Capra sobre Estados Unidos en la II Guerra Mundial no son documentales de creación. Si esto es cierto y tal idea se ha manejado realmente en estos prolegómenos "teóricos" de los días que se avecinan, cualquier comentarista con oficio está autorizado para temer lo peor e intuir que en algún rincón de la desembocadura del río Urumea asome su hocico la incompetencia. Sólo queda soñar con que los hechos desmientan a la teoría.
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