Bronce, tropiezos y risas en el homenaje de la Complutense a Severo Ochoa
Severo Ochoa habló ante la presidencia de los Reyes mientras el momento erigido en su honor todavía se mantenía oculto bajo la bandera española, Su busto, desnudo, esculpido en bronce por su sobrino José Víctor Ochoa, está emplazado en los pequeños jardines de la Facultad de Medicina de la Complutense de Madrid.
"Quisiera que este busto no sirviera para satisfacer mi vanidad", dijo el Nobel de Medicina, "sino para estimular a la juventud hacia la investigación. La universidad no debe ser sólo un lugar para la enseñanza sino un acicate para que los jóvenes se entusiasmen por la ciencia".Sus palabras finales fueron, una vez más, para Carmen, su esposa fallecida, "que no escatimó sacrificio para que yo pudiera dedicarme a desarrollar mis actividades por la ciencia". En su dedo anular, una alianza brillaba a cada movimiento de la mano.
Ochoa recordó dificultades. "Hasta ahora, la investigación no ha sido preocupación preferente de nuestros Gobiernos. Gran error, porque la prosperidad de un país es el resultado de su capacidad investigadora. ( ... ) España avanza, pero avanza poco, mientras los demás países no están parados". Influido por el recuerdo de la universidad que conoció hace 50 años, en la que los métodos de selección del profesorado eran "charlatanería e histrionismo", recomendó: "Hay que seleccionar al profesorado por sus verdaderas aptitudes y capacidad investigadora que han de volcar en sus alumnos".
Puertas abiertas
Emocionado, don Severo, agradeció las palabras del rector de la Complutense, Gustavo Villapalos, que le habían, recordado su paso por esa universidad como alumno y profesor. "Mantenga su capacidad creadora y no se jubile nunca. Esta casa siempre tendrá sus puertas abiertas".
.La bandera fue retirada para desvelar el busto que reproduce la inclinación de cabeza del investigador hacia la inspiración; la inspiración de la que él diría: "Solamente es una larga paciencia".El rey Juan Carlos, entorpecido todavía por el bache de una rodilla no del todo recuperada, tuvo la, mala suerte de tropezar con el cordel que sirvió para retirar el velo. La tímida sonrisa de la Reina delató que no había por qué preocuparse.
Los monarcas partieron. Se acabó el protocolo y comenzaron las risas. Camilo José Cela no se doblegó a bajar de la tribu de invitados por la escalerilla se lanzó por encima de la barandilla dejando caer su cuerpo en las ocho manos de cuatro amigos. En medio de un coro de carcajadas, Juan Rojo, secretario de Estado de Universidades, murmuraba "¡Qué guapo es el escultor!", al tiempo que salían los barones Von Thyssen, el alcalde Álvarez del Manzano, el duque de Alba y el embajador de Suecia.
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