Entre copas y capas
El paraninfo de Alcalá estaba de bote en bote de famosos de la cultura. A las 12 en punto de la mañana, Francisco Ayala entró en la sala y se fue -como un torero a barreras- a saludar a conocidos: por allí andaban premios Cervantes como Buero Vallejo, Roa Bastos, Torrente Ballester, escritores como José María Merino o Ángel González, académicos como Fernando Lázaro Carreter, Jesús Aguirre, Claudio Rodríguez, Pedro Laín, Francisco Rodríguez Adrados, periodistas como Joaquín Estefanía -director de EL PAÍS-, personalidades políticas como Jiménez de Parga, Guido Brunner o Salvador Clotas, actores como Pepe Martín. Ayala se pasé 10 minutos saludando, hasta que llegaron los Reyes a los acordes mezclados de la tuna y el Himno Nacional.Al finalizar el acto, en el patio hubo copas para todos y capas para algunos. A Ayala los tunos le echaron encima una de las suyas, en una de cuyas cintas se leía en vasco Bizio Bat Daukat Zu (literalmente Tengo Un Vicio Tú), y rodearon con sus bandurrias, sus Clavelitos y su La española cuando besa al premiado y a Solé Tura, a quien se le fue a tierra la toga universitaria y el birrete estuvo en un tris.
El Rey departía distendido con la familia de Ayala -su hija Nina, su nieta Julieta, su hermana María...- y les contaba de su pierna, ya sana: "El que se mete en líos, suele acabar...% y comentaba sobre el bastón que le había entregado el Ayuntamiento: "Mientras estoy en los sitios, soy el alcalde".
Mientras, Francisco Ayala lo firmaba todo: el libro de oro del Museo Biblioteca Cervantino, ejemplares de obras propias que le traían las chicas de la Coral Universitaria o partituras -La rubia pastorcica- que le ponían delante miembros de la Scola Cantorum.