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Antonio Gallego, un científico innovador

El domingo 9 de febrero fallecía en Madrid Antonio Gallego Fernández, ex catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid. Con él desaparece una de las figuras más destacadas e influyentes de la moderna biomedicina española.Antonio Gallego fue alumno de Negrín en los años de la preguerra española, junto a Severo Ochoa, José Manuel Rodríguez-Delgado y Francisco Grande Covián. De todos ellos fue el único que decidió desarrollar una labor universitaria en España, pese a su alineamiento en el bando republicano durante la contienda civil y las limitaciones de la Universidad española para el desarrollo de una vocación académica e investigadora. Tras una estancia en la Universidad Rockefeller, en Nueva York, iniciándose en la electrofisiología del sistema nervioso con Rafael Lorento de No, discípulo de Cajal, Antonio Gallego regresó a España y en 1950 obtuvo la cátedra de Fisiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cádiz, consiguiendo la de Madrid una década después. Fue vicerrector de la Universidad Complutense madrileña y académico de la Real Academia Nacional de Medicina. Investigador de reconocido prestigio internacional, principalmente en el estudio de la estructura funciona] de la retina, Antonio Gallego supo compaginar esta actividad con la creación y dirección de un centro de investigación pionero, el Instituto de Farmacología Española, donde, por primera vez, se conjuntaron la iniciativa privada industrial y la Universidad para el desarrollo de investigación biomédica en España.

L a modernidad de sus concepciones respecto a la investigación científica, unida a una gran capacidad de organización, le convirtieron en punto de referencia y foco de atracción para muchos jóvenes que buscaban la oportunidad de iniciar una carrera científica en el campo de la fisiología y la neurociencia; esto se vio favorecido en el terreno personal por su talante liberal, su elevado sentido crítico y su gran valentía en la defensa de sus ideas, lo que le permitió conectar intelectualmente con una generación de jóvenes progresivamente crítica con los valores establecidos, creando así una escuela de científicos a la que pertenecen, directa o indirectamente, una gran parte de los fisiólogos españoles.

Antonio Gallego fue igualmente innovador en el terreno de la educación médica. A principios de los años sesenta publicó en el Journal of Medical Education un demoledor artículo en el que analizaba con rigor y agudeza la situación de la enseñanza médica en España. Su estudio fue recibido con irritación por las autoridades educativas y con regocijo por muchos docentes que luchaban por mejorar la esclerosada enseñanza universitaria médica en España. Poco tiempo después fundaba, junto a José María Segovia de Arana, la Sociedad Española de Educación Médica e intentaba implantar en la Facultad de Medicina de Madrid un nuevo plan de estudios, que no pudo cuajar por su carácter excesivamente progresista para los tiempos que corrían. Años después aún siguen vigentes muchas de las ideas en las que se inspiró la lucha de Antonio Gallego por la mejora en la formación de los médicos en España y persisten los frutos por ella conseguidos.

La fuerte personalidad de Antonio Gallego, un cierto desdén hacia los honores y el inevitable antagonismo que generan quienes no temen criticar el poder en cualquiera de sus manifestaciones han hecho que su labor no haya recibido en vida el reconocimiento oficial que hubiera merecido. Pero, contemplando el numeroso grupo de discípulos que desde toda España vinieron a acompañarle en el momento de su muerte, cabe pensar que, en definitiva, ha recibido el único homenaje que verdaderamente le importaba. Descanse en paz.

Carlos Belmonte Martínez es director del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Alicante y presidente de la Sociedad Española de Neurociencia.

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