La crisis italiana
EN UN clima de creciente nerviosismo de la clase política, el presidente de la República de Italia, Francesco Cossiga, ha decidido disolver el Parlamento y convocar elecciones anticipadas para abril. Lo preocupante del tema es que el Estado italiano parece actuar como si ignorase la gravedad de los problemas económicos y políticos que le acosan. Los expertos económicos señalan que Italia necesitará cinco o seis años de plazo antes de poder recuperar su perdida posición de país de primera categoría. Por otra parte, un estudio de la Banca Nazionale del Lavoro sitúa al país en el tercer lugar del mundo con mayor deuda, después de EE UU y Canadá, y por encima de casos tan llamativos como los de Brasil y México.En todo caso, la situación económica no es la única que informa sobre la salud social del sistema político hogemonizado por la Democracia Cristiana. El Centro Nacional de Investigación Social (Censis) indica en su último informe que Italia supera en el número de homicidios a todos los países de Europa y que es el único miembro de la CE donde el fenómeno de la criminalidad experimenta un continuado aumento. Señal evidente, de que el cáncer de la Mafia sigue vivo; un cáncer que, según estimaciones oficiales, maneja un potencial financiero de dos billones de pesetas. Como dice en un reciente análisis el prestigioso sociólogo Sylos Labini, Italia sufre, más que de pobreza material, "de pobreza civil": la renta de una familia en un barrio marginal de Palermo no es inferior a la de una de Siena, pero lo que es diferente es la procedencia, ya que en Palermo dicha renta remite indefectiblemente, con mayor o menor justicia, a actividades que bordean o transgreden la ley.
La cuestión es saber si las anunciadas elecciones servirán para formar los cuadros políticos dirigen tes capaces de abordar esos problemas de fondo. Nada permite pensarlo. Incluso el actual jefe de Gobierno, Giulio Andreotti, considerado como uno de los estadistas más hábiles y, sin duda, más constantes en el usufructo del ejercicio del poder, da por sentado que Italia debe saber convivir con una situación de crisis, como si fuera su segunda naturaleza. Lo revela, casi en un nivel freudiano, el título de la obra que acaba de publicar: Gobernar con la crisis.
Otro de los reparos posibles a la anunciada convocatoria electoral está vinculado con el fenómeno de las nuevas opciones políticas, las ligas, movimientos de corte nacionalista, con evidentes connotaciones demagógicas, autoritarias y, en definitiva, antiparlamentarias. Los políticos y analistas más sólidos asisten preocupados al auge electoral de las citadas ligas sin llegar a ponerse de acuerdo en las causas que lo originan. En este clima, unas elecciones anticipadas no parecen ser el mejor remedio; de ellas podrá salir un Parlamento aún más ingobernable que el actual.
En el inicio de la actual legislatura, todas las fuerzas políticas estaban de acuerdo en que era preciso hacer una reforma a fondo de las instituciones, y llegar así ante los electores con reglas nuevas y claras para iniciar una fase distinta del sistema democrático italiano. Nada se ha hecho en ese sentido: el nudo de la cuestión es que una reforma electoral se ría hubiese exigido sacrificios a los partidos tradicionales, y ninguno de ellos ha querido asumir el es fuerzo. Se han dado largas, con disputas bizantinas, sin que nada se moviera, a excepción del terremoto Cossiga, que ha conmocionado el sistema lanzando graves acusaciones sobre todas las instituciones, desde la magistratura a los partidos políticos, pero sin aportar una solución concreta.
Al final como ha ocurrido sin excepción cada vez que los políticos italianos se han visto con la soga al cuello, la única propuesta que surge es disolver el Parlamento. Pero el juego se repite cada vez en peores condiciones. Si no acierta a resolver sus problemas económicos, Italia corre el peligro, forzada por el empuje actual de la Comunidad Europea, de perder el paso o de potenciar las opciones más distantes del sistema democrático.
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