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Con la cabeza alta

Mijaíl Gorbachov, primer y último presidente constitucional de la Unión Soviética, se despidió el miércoles por la tarde de sus "compatriotas y ciudadanos" con un discurso televisivo de 12 minutos. Ha dejado el Kremlin -no la escena política- porque no ha aceptado el desmembramiento de la URSS en nombre de la llamada, o improvisada, Comunidad de Estados Independientes (CEI), cuyo futuro parece más que problemático. Sus adversarios le habrían otorgado incluso un cargo honorífico para beneficiarse del crédito que tiene en el mundo, pero él ha rechazado ese compromiso. Ha preferido marcharse con la cabeza alta, no como un vencido, sino como un hombre político coherente, que podría volver a ser una referencia para el país el día en que las repúblicas se den cuenta de que tienen interés en vivir juntas, trascendiendo las divisiones étnicas y nacionales. "Dejo con inquietud mi puesto. Pero también con esperanza, con confianza en vosotros, en vuestra sabiduría y fuerza de voluntad"; las dos frases resumen todo el mensaje. ,Y, si se piensa en ello, es fácil darse cuenta de que la perestroíka de Gorbachov estaba basada, desde el principio, en la confianza en la sabiduría y creatividad de la gente. El Estado, que él ha sido el primero en reformar, no se podía definir ya como totalitario en sentido estricto, después de haber perdido toda su base ideológica. Pero seguía siendo rígidamente autoritario y seguía estando identificado con el partido, y esto le habría permitido, como secretario general del PCUS, imponer desde arriba su línea. Línea que, por lo demás, no fue nunca elaborada -quizá no lo pudo ser- a fondo. Se puede -resumir en la fórmula lapidaria de 1988: "Las cosas van mal porque el pueblo se ha visto excluido de la política y de la propiedad".

¿Cómo poner fin a la doble alienación? En el plano político era relativamente sencillo: restituyendo la libertad total de expresión con la glásnost e introduciendo el sufragio universal. Es lo que ha hecho Gorbachov, y el miércoles por la tarde subrayó enérgicamente que, con eso, devolvió la libertad al inmenso país. Más compleja era la cuestión de la exclusión de la propiedad del propio trabajo, esa que no ha sido abolida en ningún lugar, ni en el Oeste ni en el Este, y que está determinada por el modo de producción. ¿Qué hacer para que el trabajador no se vea separado de la propiedad de la empresa o de su producto? En enero de 1987, Gorbachov aún creía que bastaba con someter a votación las jerarquías de las fábricas, de tal forma que los trabajadores designaran a directores y cuadros, ya fueran técnicos o directivos. Pero este derecho ha permanecido inoperante, como siempre ocurre con los derechos no conquistados por quienes deberían ejercerlos.

Sin embargo, el 4 de diciembre, en la última entrevista antes del golpe de Estado de los tres presidentes eslavos en Minsk, Gorbachov también afirmaba a Literaturnaia Gazeta: "Es necesario dar a los trabajadores la posibilidad de expresarse en las empresas. Hace pocos días me repetían en Irkutsk: si no lo hacéis, si nos dejáis fuera otra vez, presentaremos batalla. ¿Qué querían, pues, sino el derecho a disponer del propio trabajo que reconocemos a los cooperativistas privados?".

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Pero, en aquel momento, Gorbachov no tenía ya la posibilidad de ofrecer lo más mínimo a los trabajadores. Que pensara en ello a pesar de todo prueba que era uno de los pocos que deseaba una opción socialista, una sociedad que diese oportunidades a todos, no sólo a una exigua minoría. ¿Por qué no ha dicho ni una palabra de esto en su último mensaje? Quizá para no evocar el difícil problema de la economía y la actual crisis social y correr el riesgo de aparecer como un líder desilusionado que llama a la revuelta; sabe que la sociedad está a punto de explotar.

0 quizá sus colaboradores le han desaconsejado emplear la palabra socialismo en el clima creado por los cuatro meses de dominio de Yeltsin. Después del golpe fallido de agosto -y de su orgullosa afirmación "no soy un veleta, no he cambiado de ideas"-, Gorbachov se al¡neó con los demócratas Yácovlev, Shevardnadze y el Movimiento para la Reforma, absteniéndose de volver a proyectos más ambiciosos.

Lo que de hecho unía a aquellos hombres era, sobre todo, la voluntad común de salvar la Unión, creando una nueva estructura federal que garantizara una existencia común a los 200 millones de ciudadanos de un país multinacional. ¿No habían establecido en julio los propios fundadores del Movimiento para la Reforma, Alexandr YácovIev y Eduard Shevardnadze, la necesidad de enraizar dicha estructura en las repúblicas para reconstruir la comunidad política necesaria? Es ridículo atribuirles ideas imperialistas. Por mi parte, cuando oí que los tres presidentes, el ruso, el ucranio y el bielorruso, habían fundado una comunidad eslava, me pareció estar retrocediendo varias décadas, a la URSS que había conocido durante la guerra, cuando a Stalin se le ocurrió la idea de apelar a los sentimientos patrióticos eslavos. Las canciones del Ejército -que todavía se llamaba EKKA, Ejército rojo de los trabajadores y los campesinos- tenían letras insólitas: "V boi slavianie, zaria voeriedi" ("Adelante, eslavos, el alba aparece ante nosotros") y cosas por el estilo. Y había que aprenderse de memoria el poema de Simonov: "Mata a un alemán si quieres salvar la casa donde has crecido como ruso, bajo un techo de madera".

A modo de consolación para los soviéticos no eslavos, se hacían algunas alusiones a la solidaridad de los hermanos de clase, unidos "bajo la bandera roja del trabajo" ("krasnoie znamie truda"). Al terminar la guerra, en la fiesta de la victoria del Krem1in, en junio de 1945, Stalin sólo rindió homenaje "a una gran nación rusa", olvidándose de las otras. Ciertamente, para Stalin, el recurso a la retórica rusa -o paneslava- que Lenin había atacado tanto fue pura coba: después de la guerra no hizo regalos ni los rusos, ni a los ucranios ni los bielorrusos.

Pero es un hecho que los soviéticos de nuestros días son los herederos, más que del lejano octubre de 1917, de la victoria de 1945. En los discursos de Borís Yeltsin, Búrbulis y otros oigo el eco de las canciones que no me gustaban. La gloria de los eslavos durante la gran guerra patria, comparada con la gloria en la lucha contra Napoleón del siglo anterior. Sólo que, ahora, la URSS no está invadida por un salvaje enemigo nazi. La retórica del estalinismo de guerra no puede dirigirse más que contra las otras naciones de la Unión menos fuertes que la rusa.

Si se quiere buscar la tentación del imperio se encontrará por ese lado, no en Gorbachov. Y esto lo saben las otras repúblicas. De aquí la ingenuidad de los que creen en una comunidad de Estados independientes que nacen bajo una poderosa hegemonía rusa. Mijaíl Gorbachov no se hizo ilusiones, y vaya esto en su honor. En el futuro, si se consigue evitar lo peor, los soviéticos reconocerán que él les advirtió del peligro, aunque no lograra encontrar una respuesta.

K. S. Karol es periodista francés, especializado en cuestiones del Este.

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