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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La oportunidad de 1992

EL 1992 que empieza mañana no será un año como otro cualquiera para España. Es un año de grandes ocasiones para este país, que concentrará en él, por distintos motivos, el máximo grado de atención mundial. No hay, pues, lugar para triunfalismos ni, menos aún, para derrotismos lastimeros. Simplemente, para la conciencia de que en los próximos 12 meses España y los españoles se enfrentan a algunos retos que son también riesgos y compromisos.La conmemoración del V Centenario, la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla y la capitalidad cultural de Madrid son acontecimientos con entidad suficiente como para que los españoles los incorporen colectivamente como plataformas de iniciativas múltiples, algunas de las cuales deberían dejar, a su conclusión, objetivos y líneas de actuación interna y exterior de carácter permanente. Igualmente alejados de aproximaciones mágicas y de su inverso, las actitudes catastrofistas, los españoles parecen haber adoptado ante estos acontecimientos un prudente realismo: de acuerdo con los resultados del último barómetro estacional publicado en EL PMS, no demuestran un entusiasmo desaforado, pero reconocen que España puede beneficiarse de los mismos.

¿Cómo culminará la operación de Estado hace tiempo puesta en marcha en torno a estas conmemoraciones? ¿Tendrá el ingente esfuerzo inversor ya desplegado unos efectos duraderos, más allá de la coyuntura de las efemérides? ¿Contribuirá de forma efectiva y tangible al proceso de modernización y de convergencia europea en que España está inmersa? Todo depende de dos factores: la responsabilidad de las administraciones implicadas y la respuesta de la sociedad a la hora de protagonizar, controlar y extraer el mayor impulso de esos acontecimientos.

Eficacia en su desarrollo, seguridad en su ejecución, rentabilidad a largo plazo y capacidad de engarce con los grandes flujos internacionales: ésos serán los baremos principales a la hora de enjuiciar los resultados del año que comienza y los retos en que los agentes públicos y privados deben afanarse.

No son sencillos. Algunos episodios de la preparación de distintos acontecimientos han demostrado flecos de improvisación y frivolidad, frente a la indispensable eficacia. Los recientes acontecimientos de Sevilla muestran hasta qué punto los pescadores en río revuelto tratarán de aprovechar los actos para usarlos como altavoces de causas macabras. La imagen internacional -un activo intangible, pero absolutamente real- dependerá de detalles organizativos aparentemente minúsculos. Y en cuanto a la rentabilidad, son mayoría los ciudadanos que muestran su preocupación por los posibles efectos negativos de los acontecimientos en las arcas públicas, y por tanto en sus bolsillos. Sería lamentable que el balance final arrojara un saldo de mayor endeudamiento y de infraestructuras que fueran más carga que acicate para el desarrollo futuro. No parece, pese a los claroscuros de algunos preparativos y la falta de claridad de algunos presupuestos, que ello deba ser indefectiblemente así. Pero hay que mantener la vigilancia para evitarlo.

Atravesando estos actos, España se enfrenta en 1992 a una etapa básica en el esfuerzo de convergencia de todo su aparato productivo al de los países más industrializados de la recién bosquejada Unión Europea. Nuestro país acaba en estos meses su transición hacia una Comunidad también en transición. Y si en el balance de la adaptación emprendida lo positivo supera con creces a lo negativo, no está garantizado que ello siga siendo exactamente así.

Y no lo está, entre otras cosas, porque la coyuntura económica internacional no constituye el mejor escenario posible. El relativo agotamiento del ciclo expansivo registrado entre 1985 y 1989 refuerza la singularidad y el carácter transicional de un año que pudiera al cabo resultar fallido. Un dato refuerza este temor: los recién aprobados Presupuestos Generales del Estado para 1992 no van precisamente en la línea de garantizar los objetivos de coherencia que han orientado la política económica en los últimos años.

De manera que las llamadas a la responsabilidad que las administraciones suelen lanzar a la sociedad deben complementarse, desde ésta, con la apelación del Gobierno al rigor. No fuera caso que, unos por otros, la enorme oportunidad brindada por el sugestivo año de 1992 se nos escurriese, a todos entre los dedos. Porque la ocasión puede redundar bien en una frívola sucesión de juegos artificiales, bien en la consolidación de un país más integrado, más moderno y con mayor peso en un mundo cambiante.

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