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Un jinete muy bienvenido

Hace un par de años envié al Ministerio de Cultura mi lista de tres candidatos para el Premio Cervantes. Siempre creí que las votaciones estaban amparadas por el secreto y que no se hacía público quién votó a quién. Aunque quizá resultara a la vez lastimoso y divertido que no existiera en este caso el secreto del voto. Pero esto que acabo de escribir es una expresión de egoísmo. En ese supuesto, estoy seguro de que yo me divertiría mucho. Nada me importa que se divulguen mis opiniones literarias porque son exclusivamente mías, limpias de influencias de generaciones, de cofradías, de amiguismos y amistades coterráneas y hasta de compañerismo en tertulias de café.Alguien afirma que hay tertulias donde concurren personas que leen en voz alta sus creaciones literarias. Y que hay personas que escuchan y festejan. Sobre esto escribía Hemingway: "En aquellos días llegué hasta lo más bajo a que puede caer un escritor: leer en voz alta ante un grupo de personas fragmentos de la obra que está escribiendo".

Lo de cofradía va porque recuerdo que hace unos años actué como jurado en un concurso novelístico bonaerense que patrocinaba el diario La Opinión y la Editorial Sudamericana. Los jueces fuimos la muy querida María Rosa Oliver, Severo Sarduy y un servidor. Como estábamos alojados en el, mismo hotel, me pareció útil charlar con Sarduy respecto a las treinta o cuarenta obras presentadas. Fui a visitarlo y le pregunté si había encontrado algún inédito valioso. Y no había descubierto ninguno hasta el momento. Y no hubo conversación porque mi compañero de jurado me dijo: "No pienso leer ni uno. Vine sólo para votar el libro de Manuel Puig".

Ya se ha dicho que uno vuelve siempre al primer párrafo. Es lo que hago.

Como decía, envié al Ministerio de Cultura una lista de mis candidatos para el Premio Cervantes. Claro está que el señor ministro no podía evitar la asombrosa agilidad de la burocracia a sus órdenes. Agilidad que es intrínseca a todas las burocracias del mundo. Y así fue como un tinterillo ministerial filtró mi voto a un tinterillo periodístico y éste pudo aliviar un poco de amargura publicando un comentario que presumió burlón.

En un brillante artículo, el periodista atribuía a mi senilidad el haber propuesto para el Cervantes a tres escritores jóvenes españoles sin tener en cuenta que había muchos otros, ya maduros y con una obra literaria que podría considerarse extensa y valiosa. Afirmo haber considerado todo esto antes de enviar mi voto. Y, como consecuencia, pensé en la necesidad de que se produjera una renovación de la literatura de España. También influyó en mí el recuerdo de un consejo de Cyril Connolly, que consideraba como ideal que a un escritor joven y talentoso se le diera un montón de dinero y se le dijera: "Vete donde quieras y trae de regreso algo hermoso". La lista de mis tres candidatos estaba encabezada por Antonio Muñoz Molina, que hoy, en uno de sus regresos, nos ha hecho el favor de publicar una novela que es admirable sin discusión.

Ignoro los comentarios críticos que haya tenido El jinete polaco porque me es imposible adquirir todos los diarios y semanarios que se editan en este país. He leído un solo comentario que me reavivó la vieja constatación de que el crítico persiste en la creencia de que sabe más de literatura que el propio autor. Como, repito, El jinete polaco me pareció, tal vez por no ser crítico pero sí lector apasionado, una novela extraordinaria y que ojalá marque nuevos rumbos y tendencias para beneficio de todos aquellos que escribimos en España. La única crítica que he podido leer pone en práctica, con sabiduría y vigor, la ya conocida técnica de dar una de cal y otra de arena. Destaco, porque es un aspecto de la novelística que mucho me interesa, que este crítico dice que A. M. M. ha cometido errores en el plano de la composición del libro, sin ocurrírsele que el autor compuso la obra de acuerdo con sus propios y exclusivos conceptos. Me permito sospechar que el crítico puede haber escrito una novela respetando sus personales criterios constructivos y tal vez la haya presentado a algún concurso.

Para terminar y para tranquilidad de mi familia, declaro que mi médico de cabecera no me ha visto ningún síntoma de senilidad por el hecho de haber propuesto para el Premio Cervantes el nombre del gran escritor que hoy me ocupa.

Juan Carlos Onetti es escritor.

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