_
_
_
_

El miedo no queda atrás

El buque italiano 'Palladio' zarpa de Dubrovnik con 890 refugiados a bordo

Los evacuados de Dubrovnik no dejan el miedo atrás. El temblor de manos de una mujer de casi 60 años aferrada al brazo de su marido lo atestigua. Un enorme miliciano montenegrino mira de arriba a. abajo a la consternada pareja y rechaza el certificado de invalidez permanente que muestra el hombre. Es su único pasaporte hacia el exilio, ya que, por poco, no reúne las condiciones de edad -menos de 18 años o más de 60- que las autoridades de Belgrado y Dubrovnik exigen a los hombres para salir de la ciudad sitiada. La mujer respira con dificultad.

Más información
España ofrece 600 soldados y 60 observadores

Esto ocurrió sobre las 11 de la mañana de ayer en la recepción del buque Palladio, fletado por el Estado italiano. El barco había zarpado de Dubrovnik sobre las 7.30 horas, con 890 personas a bordo, y, a las 11, se encontraba anclado en la rada del puerto de Zelenica, en Montenegro, hacia el que Belgrado desvía a estos barcos de ayuda humanitaria para controlar su carga.En un ángulo de la misma sala, otro miliciano mantiene en jaque a tres personas. Una de ellas es un joven sordomudo, que tal vez no lo fuera tanto; las otras, su hermana, embarazada, y su madre, que igualmente tiembla y llora. El tono del militar es insufrible. Está empeñado en que el joven sea trasladado a tierra para que lo examine un médico de su base. No le convencen los certificados que lleva. Si el examen fuera negativo, el joven croata sería incorporado a las tropas federales que cercan su ciudad desde hace 56 días. El miliciano sólo se distrae de su empecinamiento para pedir el pasaporte a un periodista italiano que, por lo visto, le huele a croata.

Un tercer caso que ayer motivó la retención del Palladio en Zelenica durante más de dos horas careció de cualquier fundamento. El policía de turno decidió que se apartara a un joven profundamente afectado por el síndrome de Down y éste hubo de salir al recinto de investigaciones, llevado por una madre claramente inquieta. Los milicianos, todos ellos de más de 1,90 metros de altura, miraron unos instantes y regresaron inmediatamente a su puesto. Era claro que no los necesitaban.

Al final, todos los pasajeros pudieron seguir su viaje, gracias a una decisión del comandante local de la Marina, autoridad federal que se mostró más flexible que los policías locales. Los refugiados salieron de sus cabinas, donde hubieron de permanecer recluidos durante la inspección, y recuperaron el dinero e incluso joyas que habían entregado apresuradamente a algunos periodistas. Tenían miedo de que los soldados se los quitaran.

Esta última oleada de evacuados de Dubrovnik se diferencia de las anteriores porque sus componentes eran mayoritariamente de clase media y media alta. Gente como Dubranka Tomicic, propietaria de una tienda de camisas de la ciudad de veraneo, que dice que no acaba de entender lo que le está pasando. "Todo ha sido tan repentino. Casi sin saber cómo nos hemos encontrado sin luz ni agua. Mi marido lucha, pero no sé dónde está. Fue él quien me hizo llegar un mensaje diciéndome que me marchara enseguida. Y me preocupa sobre todo mi hija, porque ella sí que no entiende nada y se siente desplazada". La niña, de cuatro años, juega junto a la mesa del bar en que se sienta su madre.

Adónde ir

Dubranka, de menos de 30 años, dice que odia "al Ejército yugoslavo por lo que nos ha hecho". Y no sabe adónde ir. El barco tenía previsto dejar hoy a los refugiados en Rijeka, al norte de Croacia, pero los que huyen de Dubrovnik creen que allí también llegará la guerra.

Dubranka llora, como lo hace otra mujer de unos 45 años que se sienta cerca de ella. Ha dejado en Dubrovnik a su marido, de 50 anos, y a su hijo menor, de 18. Viaja con su madre, un prototipo de anciana campesina, y con dos hijas, de 14 y 12 años, respectivamente. Quiere llegar a Grenoble (Suiza), donde tiene familia.

Pero lo que más abundaba en este último viaje del Palladio eran los niños de todas las ciudades y los adolescentes de ambos sexos, incluidos unos hermanos gemelos que visten ropas de estilo militar y cruces gamadas. Muchos habían llorado al dejar a su padre en tierra, pero luego se encogían de hombros, como hace Miso, de 13 años, cuando se le pregunta si lo que le está pasando es bueno o malo para él. Lo más previsible es que los serbios quieren hacerse con una ciudad que quedará prácticamente despoblada de croatas. Dubrovnik ha perdido más de 5.500 habitantes en los últimos 13 días. Le quedan unos 30.000, casi un tercio de su población habitual, pero el pasillo humanitario franco-italiano seguirá funcionando, gracias a los esfuerzos de Staphan de Mistura, el director general de la Unicef, que ha hecho de Dubrovnik su segunda casa. Los federales, y esto parece significativo, impiden ahora la evacuación de heridos porque piensan que todos son de guerra, pero trataron al Palladio mucho mejor ayer, cuando regresaba cargado de refugiados, que cuando lo inspeccionaron en el viaje de ida. Así lo confirmaron los funcionarios del Ministerio para la Inmigración italiano que acompañan estas misiones humanitarias.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_