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No hagan ruido

Juan Cruz

Un fantasma recorre España. Es el fantasma de la dejadez y de la nada. Un fantasma tozudo que se manifiesta en una frase que convierte en planicie aquello que roza: todo vale. Valen lo mismo el desdén que el elogio y vale igual la piedra que la mina.Ninguna señal de alarma hace variar el rostro aburrido de este páramo. Ni el exabrupto ni la carcajada rompen la mandíbula de boxeador cansado que tiene esta vieja sociedad escéptica. Algunos símbolos sobresalientes de esta atonía se han producido recientemente en el universo achatado de la cultura, y como son estimulantes para la reflexión conviene anotarlos aunque sea para nada.

La primera piedra de este escándalo de quietud nos la produjo el ruido que hizo en España la reciente Feria del Libro de Francfort. Como si el propio país hubiera querido darse un símbolo de la banalidad, este patio de vecindades se desgañitó eternamente en un trabalenguas de descalificaciones que en unos casos escondían el desencanto que produce el anonimato y en otros la rabia de que los otros existan.

Hay poca paciencia. Ninguna paciencia para soportar el silencio. En medio de aquel ruido, una célebre polémica convirtió la vida nacional en un dime y direte sobre ausentes y presentes en aquel monumental coso del libro. La vida es una pura contradicción: la celebración del libro, que debía ser un apasionante ditirambo de la reflexión y del pensamiento, dio lugar a una furia que no segregaba savia alguna. ¿Qué pasa? ¿Qué le pasa a la cabeza de este país? Nada, no le pasa nada: este país parece tener la cabeza de chorlito.

Ocurre lo mismo con cualquier lista: el que está se calla y el que no está se revuelve. ¿Para qué? Para estar, para que se sepa que están. Importa poco lo que son: ellos quieren estar, como si fueran todos los que están. Es un espectáculo penoso, atosigante, lleno del viscoso sabor de la nada. Al final, entre listas y bobas, nadie habla de lo que tiene que hablar.

Por ejemplo. Cuando empezó el batiburrillo de Francfort, el novelista Juan Goytisolo publicó en este mismo diario y en uno muy importante de la ciudad alemana un texto explosivo acerca de la situación de la literatura española actual. Era un artículo lleno de vitriolo, muy polémico, repleto de la savia que resulta natural en la biografía literaria del autor de Juan sin Tierra.

Sardana

Aparte de algún codazo, ni los aludidos ni los mencionados hicieron otra cosa que guiñarse los ojos. Ni hubo respuesta ni hubo polémica ni hubo debate alguno: en seguida las aguas corrieron hacia los derroteros de la facilidad y en este país sonaron las campanas de la representación: los que están y los que no están se pusieron en Fila y protagonizaron esa especie de sardana en que se suele convertir la vida cultural española. ¿Qué pasó? ¿Que Juan Goytisolo tenía razón en todo lo que dijo? ¿Por qué las discrepancias privadas sobre sus juicios no tuvieron un correlato público? ¿Qué ocurre para que los aludidos se queden siempre en silencio?

En vez del debate, la descalificación del contrario. ¿Es que no puede haber contrarios? ¿Es que es mejor el que mira altanero al que habla? ¿Es que los que ejercen el oficio de la palabra la guardan sólo para los que están próximos? País de lugares comunes y de escasa profundidad, vive del sonido vacío de los ruidos y no se plantea otra cosa que seguir así a cualquier precio.

Al mismo tiempo que aquella alharaca de Francfort sepultaba el fondo del debate, este mismo periódico. hacía un esfuerzo por apurar a los protagonistas de la historia reciente de la literatura con una pregunta esencial y rápido: ¿cuáles han sido sus novelas preferidas en estos últimos quince años?

La selección fue en sí misma polémica porque no sólo hubo ausencias que el propio periódico se encargó de resaltar, por lo que extrañaron, sino que hubo incluso algún escritor que se citó a sí mismo hasta tres veces. No sé muy bien por qué esto último asombró tanto, porque sabida es la vanidad humana que anida en el corazón de los pájaros solitarios. Pero, aparte de alguna referencia a esta última tendencia a la autocita, nadie ha buscado en las profundidades de aquella selección para ver qué ha quedado en la memoria de los protagonistas de esta liga, como la ha llamado Vázquez Montalbán.

El silencio es una conducta equívoca: nadie sabe qué dicen los loros cuando están callados y es mentira que los silenciosos sean más sabios que los que hablan.

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