Fujimori, en España
ALBERTO FUJIMORI, presidente de Perú, visita oficialmente España en lo que es una primera aproximación a la rica Europa. Busca en el continente completar una ayuda exterior que es esencial para que su país pueda salir adelante. Desde que llegara a la presidencia hace 15 meses, a Fujimori no le ha llovido precisamente la asistencia necesaria. Ahora, de Madrid se lleva apoyo moral para la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, parabienes por su política económica y un acta de bases para la firma de un convenio por valor de 1.600 millones de pesetas en créditos blandos para la ayuda al turismo, al desarrollo de cultivos al ternativns a la droga y a la infraestructura.La deuda exterior, la hiperinflación, el desempleo masivo, las elevadísimas tasas de pobreza, la insolidaridad de las clases acomodadas, el narcotráfico, los servicios sociales ridículos, el cólera y un espantoso problema de terrorismo constituían la herencia que recibió este ingeniero sin ideología precisa.
Su espectacular e imprevisto triunfo en las urnas, en lo que constituye un curioso fenómeno de desideologización populista y reivindicación de nacionalidades y grupos religiosos marginales, le llevó a la presidencia en apenas dos meses. Y ello ocurrió en detrimento del otro candidato, Mario Vargas Llosa, que sí tenía un duro programa de enderezamiento económico inspirado en el modelo ultraliberal. Lo. primero que hizo Fujimori al acceder al poder fue desdecirse de sus promesas y aplicar las durísimas medicinas que predicaba -tal vez con menos habilidad- su contrincante. Había nacido el fijichoque.
En la más pura ortodoxia monetarista, el nuevo presidente reinició correctamente el pago de la deuda que Alan García había suspendido cinco años antes. El coste de esta inevitable reinserción de Perú en los circuitos financieros mundiales es de más de 5.200 millones de pesetas diarios. El Gobierno de Lima necesita 140.000 millones de pesetas para hacer frente a sus atrasos en el pago de intereses por la deuda; se los prometieron en Tokio y en Washington, pero aún no han llegado. Junto a esta aceptación de la disciplina del Fondo Monetario, Fujimori introdujo un brutal programa de disciplina económica para reducir drásticamente la hiperinflación. El programa ha funcionado en parte: las reservas peruanas pasaron de 200 a 700 millones de dólares, tímidamente empezaron a llegar capitales extranjeros, se logró subir el tipo de cambio para buscar una paridad más real, se consiguió incrementar la presión tributaria y, en cierta medida, detener el flujo de capitales hacia el exterior. Pero las dificultades continúan: la inflación se aproxima al 10% mensual, los salarios reales han caído en un 40%, la tasa de pobreza extrema ha subido del 20% al 30% de la población. La seguridad social es un caos, la sanidad pública no existe y los maestros llevan meses en huelga. ¿Cómo es posible que, enfrentada con tal situación, la población no cuestione aún seriamente al presidente? Por el contrario, su grado de aceptación es elevado y la fórmula de gobierno -autoritarismo, populismo, utilización excesiva del decreto en detrimento de las atribuciones del Parlamento- funciona hasta ahora. Muy probablemente ello se deba a que Fujimori aplica el tesón como principal arma política y a que los peruanos, cansados de quiebras y sobre todo de terrorismo, aprecian esa continuidad. Pero ese tesón finalista no debe hacer olvidar al presidente peruano que todas las medidas, incluso ante Sendero Luminoso, tienen como límite el respeto a los derechos humanos; su desprecio dialéctico a los mismos no ayuda precisamente a su credibilidad como estadista.
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