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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Espacio y causa común de Europa

EUROPA HA sido históricamente el continente de la complejidad. Política, economía y cultural han constituido en el Viejo Continente una inacabable fuente de logros, pero también de unos conflictos que las certidumbres impuestas por Yalta daban la impresión de haber agostado de forma definitiva. Ha bastado el derrumbamiento de estos no tan añejos diques para que fuerzas aletargadas durante medio siglo se hayan desperezado con virulencia y amenacen al continente, como pone de manifiesto el análisis sobre El pulso de Europa, realizado por el norteamericano Times Mirror Center for the People and the Press y publicado por EL PAÍS la pasada semana. Un exhaustivo sondeo que en su vertiente española encuentra un pueblo relativamente feliz tras la consecución de la libertad, que piensa más en el bolsillo que en la ideología y que vive con menos pasión, al menos de momento, los sentimientos nacionalistas o la lacra racista.El detallado estudio sobre actitudes y valores revela que los europeos, en particular los del Este, constituyen sociedades en desconcertada efervescencia, instintivamente dispuestas a reincidir en los conflictos de principios de siglo, cuando las mal resueltas tensiones nacionalistas desembocaron en la gran guerra. La situación económica ocupa el primer lugar en la relación de problemas que aquejan al ciudadano, tanto del Este como del Oeste. Naturalmente, el concepto no es el mismo en la Europa desarrollada que en la que inicia su tránsito hacia la economía de mercado: en Rusia, por ejemplo, un 18% de los encuestados, cuando hablan de situación económica, entienden hambre.

Quienes aspiran a la consolidación democrática desde hace apenas dos años aceptan con agrado la nueva situación política y reciben a regañadientes la económica, pues la adaptación de sus ineficientes economías a las enérgicas exigencias del libre mercado implica unos costes que empañan el resultado final. De hecho, los analistas del Times Mirror Center señalan que el deterioro de la situación económica puede ser el catalizador de un salto político regresivo de dramáticas consecuencias. Y viceversa: una transición no muy traumática al otro sistema económico sería como un bálsamo.

En pocas ocasiones lo económico y lo político se han encontrado tan claramente interrelacionados como en la actualidad. Los países del Este buscan en Occidente el imprescindible apoyo económico para la consolidación de los nuevos sistemas. Pero es una búsqueda que coincide con una Europa comunitaria en pleno proceso de reajuste de mercado y monetario, con serias discrepancias entre sus miembros y totalmente decidida a controlar fríamente sus inversiones y su propia capacidad de asimilación de inmigrantes laborales, básicamente del Este y del Sur. La Europa rica está dispuesta a poner todas las barreras necesarias contra la avalancha de los desheredados, una actitud que promueve indirectamente la xenofobia y el racismo por cuanto equipara al otro con la transgresión, la delincuencia o el enemigo. Un talante claramente en alza en los países de la Europa occidental y que en España, sin llegar a lo espectacular, se acaba de poner de manifiesto en localidades de Jaén, Lérida y Madrid con los gitanos como detonantes.

El pulso de Europa deja poco lugar al optimismo al describir la existencia de una Europa que se está volviendo insolidaria -en el Oeste, por temor a que los pobres mermen el trozo de tarta, y en el Este, porque la adaptación al sistema de mercado se está realizando con unos enormes costes sociales-.

El ejemplar caso soviético

Y sí de lo general pasamos a lo particular, es evidente que el caso más ejemplar es el de la extinta Unión Soviética, por la complejidad y tamaño de su ámbito económico y la significación paradigmática de la que fue considerada la segunda potencia mundial.

Un empeño urgente y de difícil concreción es la conciliación de las aspiraciones independentistas de las repúblicas soviéticas con la mínima cohesión necesaria para abordar la reforma del sistema económico y garantizar la eficacia del apoyo de Occidente. Ése es uno de los principales propósitos del Consejo de Estado, organismo de reciente constitución, integrado por los presidentes de1as repúblicas que formaban la URSS, más el presidente Mijaíl Gorbachov, y concebido como instancia de transición hasta la creación de lo que podría ser una nueva confederación política. Las reuniones iniciadas el pasado lunes (han estado ausentes las tres repúblicas bálticas ya independientes, Moldavia y Ucrania) tienen como objetivo la constitución de un espacio económico común desde el que abordar la grave crisis económica por la que atraviesa el país y las reformas más urgentes del sistema. La aprobación por ese órgano de los términos generales que han de orientar la configuración de esa unión económica no significa, en modo alguno, el definitivo respaldo de los Parlamentos de las repúblicas y mucho menos la garantía de su viabilidad.

El documento que ha. servido de base a ese acuerdo de mínimos ha sido presentado por Grigori Yavlinski, coautor del Programa de los 500 Días y del posterior plan de ayuda económica a la URSS, elaborado con la colaboración de académicos estadounidenses. A diferencia de las propuestas del ministro de Economía ruso, Yevgueni Saburov, y del ex asesor de Gorbachov Stanislav Shatalin, el acuerdo que ha propuesto YavIinski incorpora mayores competencias unitarias en el periodo de transición previsto. En el contexto de esa unión, tina vez garantizadas la existencia de propiedad privada y la libertad de empresa, se posibilitaría el libre movimiento de mercancías y de servicios en todo el territorio de la, unión. Los intentos de creación de moneda propia por las repúblicas tampoco deberán impedir la formación de un área monetaria integrada, con el rublo como referencia.

Las objeciones técnicas de que pueda ser objeto una propuesta tal no han de impedir el necesario respaldo a esa, o cualquier otra, opción neutralizadora de la fragmentación de aquella economía. La cooperación entre las repúblicas constituye una exigencia no sólo para el complicado proceso de transición a una economía de mercado, sino para la satisfacción de las prioridades más inmediatas: la articulación de la ayuda económica y financiera de Occidente, la normalización de las relaciones con la comunidad bancaria internacional y, en definitiva, la garantía de los suministros básicos entre las repúblícas.

El elevado grado de integración existente entre las repúblicas apenas garantiza la capacidad de supervivencia autónoma de alguna de ellas, excluida Rusia. La dispersión geográfica, de los procesos de producción, la forzosa especialización en el. suministro de materias primas y servicios básicos y, en última instancia, los mecanismos centralizados de decisión que los han gobernado durante seis décadas trenzan una trama de relaciones económicas que la euforia independentista no puede eliminar de la noche a la mañana.

Reducidos los riesgos de involución política tras la reacción popular a la intentona golpista del 19 de agosto, emergen nuevos factores de inestabilidad vinculados a la dificultad para la satisfacción de necesidades mínimas de la población. La incapacidad para llevar a cabo un acuerdo en términos similares a los contenidos en la propuesta de Yavinski abriría las puertas a una situación en la que el colapso económico y las subsiguientes tensiones sociales impedirían no sólo la necesaria normalización en la región y la inserción internacional de su economía, sino, igualmente, la más perentoria articulación de la ayuda económica de Occidente.

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