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ANÁLISIS

La tristeza hace presa en los cubanos

ENVIADO ESPECIAL

La tristeza se extendió durante el fin de semana entre gran par te de la población cubana al comprobar que Fidel Castro, todavía un líder carismático para muchos habitantes de la isla, no dio respuestas en su discurso de Matanzas al mayor problema social con que se enfrenta el país: el desabastecimiento alimentarlo. Castro pidió el viernes nuevos esfuerzos sin límites a una población ya de por sí sacrificada que desde hace tres meses no prueba la carne ni tiene posibilidades de adquirir una pastilla de jabón de baño.

El discurso de Castro fue presenciado a través de las dos cadenas de televisión por la mayoría de los cubanos -la isla tiene casi once millones de habitantes-, y no sólo por la presumible expectacíón que causaba, sino porque toda la maquinaria del país paralizó sus actividades para no permitir que nadie estuviera en la calle. El Malecón de La Habana, el mayor punto de concentración juvenil de la isla, se despobló; los coches y las bicicletas dejaron de circular y las cantinas cerraron sus puertas. Los hogares, en cambio, se convirtieron en lugares de encuentro familiar que recordaban a los más viejos las desaparecidas reuniones navideñas.

La desilusión se apoderó de muchas familias que habían segui atentamente las casi tres horas de discurso, una de las cuales la dedicó íntegramente Castro a lo que es la figura de Mandela, cuando descubrieron que no se anunciaba nada para paliar la situación especial en la que viven los cubanos desde hace un año. Entonces los comentarios de desagrado se extendieron, a puerta cerrada, no sólo a lo largo de la noche, sino de todo el fin de semana. El ron y las fiestas de carnaval, que este año han sido sacrificadas en su tradicional dimensión para reducirlas a pequeñas verbenas de barrio, no consiguieron borrar la tristeza, pese a que se iniciaron nada más terminar el discurso.

Lo esperado

Los cubanos no esperaban sorpresas políticas, ni tampoco cambios relacionados con el sistema comunista que impera en la isla, ya que son profuncios conocedores de las intenciones de Castro de no sucumbir frente a la presión exterior que le recomienda que camine hacia la democracia, pero sí tenían mínimas esperanzas de que se anunciaran mejores perspectivas para la cesta de la compra. Los próximos Juegos Panamericanos, que han supuesto una considerable inversión en este país, las imágenes amistosas de Castro en Guadalajara con el resto de los jefes de Estado iberoamericanos, que ha hecho pensar que Cuba salía de su aislamiento, o la campaña oficial de exaltación de las nuevas relaciones con España, eran síntomas que los cubanos entendían esperanzadores para acabar con el feroz racionamiento.

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Pero no fue así. Cada familia cubana, incluidas las que alardean de tener entre sus integrantes a los revolucionarios más ejemplares y distinguidos, pasan diariamente su propio calvario alimenticio y observan que se están agotando sus reservas económicas para recurrir al mercado negro. Hoy día en La Habana ha desaparecido el llamado la libre o mercado oficial paralelo, que lo constituyen las tiendas que proveen artículos nacionales fuera de libreta. En cambio, se ha dispaiado el mercado negro, muy perseguido por la policía y que, a precios abusivos, suministra alimentos de primera necesidad procedentes principalmente del pillaje.

El panorama, no obstante, lo definen los datos que suministra la calle: las raciones de arroz y fríjoles, elementos básicos de la alimentación cubana, no llegan para más de 20 días. El pollo, que en teoría se reparte cada nueve días, se agota inmediatamente y no siempre alcanza el cupón de la cartilla de racionamiento.

Los taxistas se han visto obligados a sobrevivir con 15 litros de gasolina al día y muchos vehículos del transporte público han quedado en depósito por falta de repuestos.

El puerto de La Habana está bajo mínimos, y los únicos buques que entran y salen tienen pabellón cubano. El escaso café que llega está mezclado en un 50% con leguminosas. Las muchachas se las ven y se las desean para obtener compresas o simplemente adquirir un sujetador y unas bragas. Una botella de cerveza se ha convertido en un artículo de lujo que se guarda en las despensas para ocasiones extraordinarias. Y la penicilina ha desaparecido de las farmacias para dar paso a un sustituto llamado Novosil.

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