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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fiesta africana

Barrence Whitfield and The Savages. Manu Dibango and Soul Makossa Gang. CarmelVelódromo de Anoeta. Precio: 1.700 pesetas. 1.200 personas. San Sebastián, 20 de julio.

MIQUEL JURADO,

Tres excelentes conciertos se consumieron en un escenario demasiado grande y en un entorno algo desangelado. Anoeta volvió a mostrarse como un espacio excesivamente inhóspito para albergar este tipo de manifestaciones musicales. Tres conciertos de verdadera altura, que hubieran incendiado cualquier sala de características más íntimas y reducidas, se perdieron en el gigantismo del pabellón ciclista donostiarra convertido en el principal enemigo de la música que se estaba ofreciendo.

La del sábado fue musicalmente una noche explosiva que mereció una respuesta explosiva, pero en Anoeta todo queda distante, anodino y, desde algunos emplazamientos, ininteligible. Lástima. Si San Sebastián desea seguir manteniendo un festival dedicado al jazz o a músicas de características similares, lo primero que debe hacer es encontrar un sustituto para Anoeta y dejar que las bicicletas recuperen su entorno natural y que busque el suyo.

Abrió la noche Barrence Whitfield ejerciendo un inmerecido papel de telonero. El gordito saltarín de Boston trajo su, rhythm and blues energético, vitalista, contagioso y terriblemente bailable. Energía pura y directa servida por una banda de gran contundencia. Su concierto fue demasiado corto, supo a poco y dejó al público con la miel en la boca.

Tampoco fue muy largo el concierto de Manu Dibango, pero en 60 minutos el camerunés de París y su banda multirracial convirtieron Anoeta en una Fiesta africana ante la que era imposible no rendirse incondicionalmente. Los sonidos del continente negro con los que el sorprendente cantante Pascal Lokua Ganza había iniciado el concierto se convirtieron, con la salida de Dibango empuñando su saxo alto lacado en blanco, en una orgía de ritmos mestizos y cambiantes.

Misterio

Desde destellos de una onírica discoteca situada en las profundidadas selváticas hasta un desquiciado y cimbreante homenaje a Duke Ellington sobre una base de calipso surafricano, todo matizado por penetrantes armonías vocales acolchando con un cierto aire de misterio ese soul burbujeante y peculiar de Dibango y los cortantes toques de jazz posfree de la trompeta del surafricano Pete Segona (antiguo compañero de los fallecidos Chris McGregor y Dudu Pukwana).

Pocas cosas hay más contagiosas sobre un escenario (sin prejuicios) que la fiesta de culturas entremezcladas en la fraternidad del disfrute lúdico del soul-funk-disco-makossa de Manu Dibango; en San Sebastián quedó claro una vez más tanto en la arquitectura calidoscópica de las composiciones como en las ráfagas desbordantes de sensualidad del saxo del líder o en sus intervenciones vocales a medio camino entre el rap urbano y las polifonías de los festejos tribales de África.

Un espectáculo como para convencer al más reacio de la idoneidad de las fusiones culturales y la necesidad de abrir las puertas al exterior.

Carmel cerró la velada con otro mestizaje cultural de inequívoca contundencia, esta vez nacido en el asfalto londinense, pero, incluso siendo su nombre mucho más popular por aquí que el de Dibango, no consiguió sobrepasar las altas temperaturas alcanzadas por el saxofonista camerunés.

Carmel, a pesar de traer un grupo más reducido e instrumentalmente más pobre que en visitas anteriores, volvió a ser ese pozo de sugerencias envolventes y acariciantes que le dio la fama. Ritmos de procedencias dispares (jazz, África, el Caribe) y tonos embriagadores pero con las aristas excesivamente limadas y suavemente azucaradas. Sensaciones reconfortantes que esa noche se estrellaron contra el recuerdo aún reciente de un desbordante Manu Dibango.

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