Retórica y mérito
LOS 21 jefes de Estado y dos jefes de Gobierno de la comunidad iberoamericana disponían cada uno de pocos minutos para señalar en Guadalajara el camino futuro hacia la libertad, la prosperidad y la democracia del continente latinoamericano. Fue un esfuerzo meritorio, considerando que las cumbres multitudinarias de países intermedios raramente dan un fruto perdurable. Y más si se piensa que la angustia de los problemas insolubles -la debilidad económica de la mayoría de los países latinoamericanos, lo ineficaz de los esfuerzos de concertación internacional y la imposibilidad práctica de luchar contra el narcotráfico- podría haberles tentado a refugiarse más de lo inevitable en la retórica. En ese sentido, la reunión de Guadalajara ha sido menos una ronda al estilo de la Asamblea General de la ONU que un caucus de voluntades más o menos democráticas.El deseo del rey Juan Carlos de que en la histórica reunión se configure "una nueva comunidad, próspera y democrática" se ha concretado en un comunicado constitutivo de la misma en el que se resalta que los fundamentos de esa coexistencia futura son el respeto de la soberanía de todos los países, el impulso de la democracia y la no injerencia en los asuntos internos (eufemismo tras el que se esconde tradicionalmente el rechazo de cada Gobierno a que los demás investiguen las alegaciones de violación de los derechos humanos). Buenas palabras, mejores deseos, que no pueden obviar los considerables problemas que aquejan a los componentes de la comunidad iberoamericana: las diferencias en los respectivos niveles de desarrollo, la deuda pública país a país, las sustanciales disparidades culturales y sociales y el nivel de los esfuerzos de integración. En la base de la cumbre, un gran ausente, Estados Unidos, y, por consiguiente, una gran laguna: la esperanza de todos de integrarse en la Iniciativa de las Américas, auspiciada hace pocos meses por el presidente Bush.
Uno de los grandes temas de la reunión -aunque sobrentendido- era el futuro del régimen cubano, un sistema que, después del desmoronamiento del socialismo real en la Europa del Este en los últimos dos años, ha llegado a niveles patéticamente anacrónicos. Fidel Castro ha pasado por Guadalajara, por lo menos públicamente, con la misma actitud que mantiene desde hace años: indiferencia a las críticas, sordera a los consejos y triunfalismo hacia el porvenir.
Hizo bien Felipe González en recordarle que ya no hay modelos con los que alinearse y que las hazañas guerrilleras deben ser relegadas "a los relatos de los novelistas imaginativos". Ello no obsta para que el líder cubano tenga razón cuando acusa de escasamente democrático al sistema internacional puesto en pie por las democracias vencedoras en la II Guerra Mundial y plasmado en la capacidad de veto de las mismas en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Dicho lo cual, cada líder iberoamericano arrimó el ascua a su particular y obsesivo problema: Argentina, a la esperanza de que los problemas económicos sean resueltos de forma global; Colombia, a la lucha contra la pobreza, el terrorismo y el narcotráfico; Bolivia, a la liberalización de los mercados internacionales de materias primas; Chile, a la defensa de la democracia; los centroamericanos, a la cooperación contra la pobreza y la lucha contra la violencia; España, a la obsesión de compaginar sus obligaciones como miembro de una comunidad, la CE, que nada tiene que ver con Latinoamérica, y la conciencia de que, por mera cuestión de solidaridad, debe intentar seguir siendo el abogado del continente en Europa.
Complejos asuntos todos ellos. Son enormes las responsabilidades que cada líder tiene adquiridas con su pueblo y con toda América Latina. Airearlas en público es siempre un buen principio.
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