El poder de la reproducción
Cada vez que se juzga un caso de aborto voluntario se le hace un juicio sumario a la libertad. A la libertad de la mujer para forjar un mundo futuro. Porque no nos olvidemos -y ahí nos duele a todos, pero más a los varones- que el poder de la reproducción es fundamentalmente femenino. Y esto nos puede parecer profundamente antidemocrático y peligroso en manos de las mujeres. Si hay un poder casi divino -cercano a la creación- es el de la reproducción. De la nada se consigue generar una vida en la que se perpetúa para siempre la herencia de los genes (la variabilidad infinita de la misma esencia).Para el varón, aceptar esto nunca ha sido fácil. Él ha creado casas y barcos que no reproducen casitas y barquitos. Sin embargo, la mujer más insignificante puede tener un hijo que cambie el curso de la historia. La historia de esa mujer o la historia de la humanidad.
Amor y demografía
En este siglo que termina han cambiado muchas cosas. Todo ha sido demasiado rápido y no hemos reflexionado con claridad sobre ellas. La reproducción es uno de estos temas, posiblemente el tema básico de la vida. Si se nos escapa todavía de las manos es porque la reproducción abarca desde el amor a la demografía, desde el sexo al testamento. Abarca el dolor, la responsabilidad y la muerte. Es el campo sutil entre lo divino y lo humano. En la noche de los tiempos, los seres humanos ignoraban la, íntima relación entre sexo y reproducción. Aceptaban la magia de la vida. Posteriormente,, y durante mucho tiempo, la humanidad ha vivido con el fatalismo consciente del sexo reproductivo. Y aceptó el destino de la vida.
En los últimos 40 años de este siglo -con la revolución anticonceptiva y sexual- hemos intentado separar la unidad biológica de sexo-reproducción. Con resultados aún confusos porque el discurso es engañoso. La primera generación dijo que se podía separar sexo y reproducción, la siguiente generación dice que el sexo no tiene que ver con la reproducción. Para los jóvenes de hoy, la sexualidad tiene que ver tan poco con la reproducción como para nuestros antepasados primitivos. De ahí que no utilicen los anticonceptivos correctamente, y por eso tanto embarazo por sorpresa, tantos abortos. Demasiados hijos no deseados. El aborto es una prueba de vitalidad seguida de la desesperanza.
Se hace necesario un cambio de actitudes. Para conseguir una reproducción consciente es fundamental, en primer lugar, revalorizar el poder de la reproducción. Aprender a sentirse fértiles y entender su trascendencia. En segundo lugar, e intrínseco a lo anterior, es necesario tener esperanza en el mundo, en la vida, en los seres humanos. Tal vez la desesperanza que nos invade sea el origen de la esterilidad, los abortos, las enfermedades incurables y la locura del mundo occidental. El placer de la reproducción no puede convertirse en una paranoia del lenguaje sexual. Para eso hay que conseguir que la comunicación sexual no termine siempre en un acto reproductivo: el coito. El ser humano es independiente del celo animal, pero actúa como si no lo fuera. Hay que madurar un nuevo concepto de sexo-reproducción más científico, más humano, más acorde con las necesidades evolutivas. Algo importante habrá cambiado en la sociedad cuando los anticonceptivos dejen de ser necesarios para relacionarse sexualmente.
Nuevo bienestar
Nuevos valores sociales deben favorecerse respecto a la reproducción. El apoyo a una maternidad-paternidad de una juventud madura, en la flor de la vida, con un amor intenso y sincero y con ganas de transformar el mundo. Esto es sólo posible con un apoyo económico y social, tanto del Estado como de la familia (becas de crianza). Un nuevo concepto del bienestar futuro del Estado y un nuevo concepto de la herencia familiar. Engendrar y criar un hijo querido y deseado debe ser un objetivo primordial de cualquier grupo humano, familia, tribu o nación.
Pero comenzar esta andadura significa resolver necesariamente un viejo problema entre los seres humanos, un problema de caníbales y reyes. Lo que ahora llamamos el problema Norte-Sur. El Tercer Mundo, con su alta tasa de fecundidad, tiene una bomba entre las manos. Una bomba que necesita para su supervivencia. Y la utiliza como arma defensiva, para subsistir, para que no decaiga su economía de la nada, de la miseria. Pero se les va de las manos y comienza a ser un arma ofensiva, migratoria, asfixiante para Occidente. El Tercer Mundo se desparrama, y evitarlo es inútil. Y aunque no sea responsable de ello, es un gran peligro ecológico. Quizá el mayor peligro ecológico ("el hombre es un lobo para el hombre"). Occidente, el primer mundo, con su enorme fábrica de armas y consiguiente distribución, tiene otra bomba entre sus manos. Una amenaza que necesita utilizar para la dominación. Pero sabemos que esta bomba siempre es ofensiva, más aún si se vende a los futuros enemigos. Mientras tanto, Europa se extingue en una infertilidad colectiva.
Se impone una nueva reflexión sobre un viejo asunto. Una importante relación debe existir entre la antigua costumbre de los hombres-varones de matar y su imposibilidad de concebir, gestar y parir una vida humana. Ciertos aspectos de la reproducción humana, de la mujer, nos lo sugiere. Sentir la fecundación, aunque la mujer no sea consciente, es como revivir en el cuerpo el Big Bang del universo, originando un nuevo orden vital. El embarazo y el parto son la máxmia expresión del poderío del cuerpo. Hacen sentir a las mujeres la magia de la vida en su ciclo infinito. Produce un estado de conexión con el más allá, efecto que se acentúa en los últimos momentos del parto, en que la, mujer se siente morir para dar la vida, para ver la luz. Incluso el dolor del parto es algo especial. Es el único dolor en la especie humana que anuncia la vida, la esperanza, el futuro. Y está reservado a las mujeres. Cualquier otro es signo de enfermedad, sufrimiento y muerte.
Experiencia vital
El parto y el nacimiento son una gran experiencia vital. No son una enfermedad. Y la mujer debe ser absoluta protagonista de su experiencia. Sólo así puede encontrar un sentido al doloroso trabajo del parto, asumirlo y mitigarlo. Y para que la experiencia sea tal es imprescindible que la mujer goce de un ambiente convivencial con intimidad, libertad de movimientos, compañía escogida, un baño de agua relajante, etcétera. Algo imposible de encontrar en un hospital. Tal vez la única solución que tenemos los hombresvarones pa-ra entender con las entrañas -no con la mente- esta experiencia vital que es la reproducción sea que todos los hombres (y también las mujeres) asistan al íntimo espectáculo de una mujer querida pariendo, dando a luz a su hijo.
En resumen, debemos caminar hacia una reproducción consciente, apoyada en una auténtica ecología humana no sólo de animales y plantas. Para ello es necesario la paz y la solidaridad humanas con una distribución de la riqueza más real; fomentando la fusión multirracial tanto biológica como cultural que regenere la ética, los modos de vida, la visión del mundo y de la existencia de todos, los del Norte y los del Sur. Este es el futuro que existirá tarde o temprano. Y no lo decimos por esperanzador, sino porque es ley de vida. Podemos acelerarlo o retrasarlo. ¿Todavía queremos elegir?.
y Enrique Lebrero son ginecólogos y responsables del colectivo d0e salud Acuario de la Comunidad Valenciana.
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