Síntomas alentadores
DESDE COMIENZOS de febrero se reúne en Bogotá una Asamblea Nacional Constituyente. Elegida tras una convocatoria adicional que el Gobierno había añadido como una opción más -la llamada séptima papeleta- a la de las municipales de hace un año, y seleccionados sus integrantes pese a haberse registrado una abstención de más del 70%, la Constituyente se ha embarcado en un gigantesco doble proceso de renovación. Intenta, por una parte, la reconciliación nacional en un país que, aun conservando formas reales de democracia, lleva décadas severamente castigado por guerras civiles, corrupción, narcotráfico y excesos militares de todo tipo. En segundo lugar, pretende la sustancial reforma del sistema político que ha hecho posible tanta tragedia. Puede que el símbolo más importante de esta doble voluntad sea que para presidir colegiadamente la Asamblea haya sido designada una terna integrada por tres políticos hasta ayer enemigos irreconciliables: Álvaro Gómez, líder del conservador Movimiento de Salvación Nacional; Antonio Navarro Wolf, dirigente de la guerrilla del M-19, y el liberal Horacio Serpa.El proceso no está resultando particularmente sencillo. En efecto, mientras la Asamblea Constituyente se reúne e intenta acordar una nueva carta fundamental, algunos de los órganos que pretende reformar. contemplan su labor con reticencia, cuando no con declarada hostilidad. El problema es esencialmente político. Sean cuales sean los presupuestos de funcionamiento de la Asamblea, sus sesiones coinciden en el tiempo con las del Congreso de los Diputados, lo que otorga a éste cierta apariencia de inutilidad.
Por su parte, la desestabilización guerrillera, exacerbada hasta límites intolerables a lo largo del mes de febrero, ha tenido dos protagonistas empecinados en no dar cuartel al país: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Sólo la paciencia y cuidadosa habilidad del presidente Gaviria parece haber sido capaz de comprometer a los líderes guerrilleros a sentarse a una mesa de negociación que podría tener lugar en España. Si empiezan a negociar, lo harán sin que se haya reducido la ofensiva guerrillera; pero al menos, Gaviria, al abandonar la exigencia tradicional de alto el fuego antes de negociar, parece haber roto el círculo vicioso que impedía todo contacto. La paz está lejos (los guerrilleros quieren obtener concesiones desmesuradas, y el Ejército ha recibido nuevo financiamiento merced a un nuevo e impopular impuesto de guerra), pero se habla por fin de ella. La reintegración a la vida civil del guerrillero Ejército Popular de Liberación (EPL), cuyos 2.000 combatientes entregaron sus armas en una ceremonia celebrada el pasado día 3, es un buen síntoma, que demuestra que con tenacidad e inteligencia no hay situaciones sin salida.
El control de las bandas de narcotraficantes, verdadero Estado dentro del Estado, sigue siendo el principal problema del país, aunque el hecho de que los hermanos Ochoa, tres de los grandes del cartel de Medellín, estén en la cárcel de Itagüi, tras su entrega voluntaria, es otro síntoma esperanzador. Los rumores sobre la eventual entrega del principal jefe de esa mafia, Pablo Escobar, no se han confirmado, aunque no se descarta que lo haga próximamente. Las opiniones más pesimistas subrayan que la violencia ha penetrado hasta tal punto en la sociedad colombiana que incluso una vez eliminadas sus principales expresiones organizadas permanecerían manifestaciones difusas de ella durante lustros. Pero lo mucho que se ha avanzado en el último periodo permite una visión menos desalentadora: la experiencia demuestra que con tenacidad e inteligencia es posible lograr que situaciones aparentemente sin salida evolucionen rápidamente hacia soluciones viables.
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