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41º FESTIVAL DE BERLÍN

El público aplaudió a la española 'Amantes' y ovacionó la lista de los intérpretes

Maribel Verdú, Victoria Abril y Jorge Sanz se unen a las grandes actuaciones del certamen

Esta edición de la Berlinale se ha ido convirtiendo en festival de intérpretes. A la lista de grandes creaciones iniciadas por el alemán Michael Gwidsdek y la suiza Sussane Lothar siguieron las magistrales composiciones de Sean Connery, Michelle Pfeiffer, los repartos completos de Mr. Johnson y El padrino, hasta llegar a las geniales sobreactuaciones de Vanessa Redgrave y Anthony Hepkins. Desde ayer, a esta lista de oro hay que añadir los nombres de Maribel Verdú, Victoria Abril y Jorge Sanz, un trío le intérpretes españoles que roza la perfección en la película dirigida por Vicente Aranda Amantes. Una notable película que si tuviera un desarrollo inicial más intenso hubiera sido mucho más que notable.

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No obstante, se encuentra entre lo mejor de cuanto se vio, y sería injusto no ver su título, mañana, en la lista de premios.Cuenta Aranda que Amantes está basada en un hecho real: "Se sabe", dice el cineasta catalán, "poca cosa acerca de él. Por razones que ignoramos hay muy poca información en las actas judiciales de aquel extraño caso y tuvimos que inventar muchas cosas para poder completar un argumento cerrado sobre sí mismo. Ocurrió en 1949 y es posible que durante el franquismo se echara tierra sobre el suceso, por causas que tampoco conocemos".

"Existía un crimen cometido en circunstancias extranas, inquietantes y casi nada más", prosigue Aranda. "Desconocemos las motivaciones reales del crimen y tuvimos que recordarlas por nuestra cuenta. Existía el suceso y, dentro de él, un viaje a Burgos en tren. Hemos conservado este viaje. El resto es casi todo ficción, pero no arbitrariedad, al menos desde un punto de vista cinematográfico".

Traslado de fecha

"El que hayamos trasladado la fecha del suceso real a unos años más tarde", añade, "hacia la mitad de los años cincuenta, era necesario. Los años cuarenta en España fueron un tiempo de gran penuria, y para dar verosimilitud al suceso, situado en 1949, nos hubieran hecho falta muchos elementos ambientales destinados a reflejar aquella miseria. Y esto nos habría desviado del carácter claustrofóbleo e introspectivo que pretendo dar al desarrollo de la película. Para huir de esta colisión acercamos la acción a una España más próxima, que se parece más a la actual y que por ello no necesita reconstrucciones visuales que, a mi juicio, harían perder a la magen la intensidad que necesito".La apreciación de Aranda es exacta. Ha buscado un punto de vista adecuado para componer un complejísimo suceso, cuya fuerza radica sobre todo en su interiorización, en que busca en los mecanismos anímicos de una pasión sin riendas, desatada y situada más allá de la frontera moral, en esa zona de nadie, únicamente legislada por la lógica de la transgresión. De ahí la bondura y precisión de su trabajo, que es sobre todo un trabajo de dirección de actores, porque sólo de éstos, de sus rostros -hay algunos primeros plarios en el tramo final de la película literalmente insuperables-, puede la primorosa cámara de Alealne extraer los austeros signos que requiere el relato de este abismo interior que busca, y encuentra, Aranda.

"Hablo mucho con los actores", prosigue Aranda. "No ensayo, sino que hablo y discuto hasta extenuarlos en ocasiones. Hago esto porque procuro que den a la imagen una parte de su espontaneidad, que prolonguen ante la cámara, en continuidad natural, su manera de ser y de entender al personaje".

El creador de la fotografía, José Luis Alcalne, confirma ese rasgo de la elaboración del filme: "El rodaje", dice, "es una materia viva. La imagen no está creada de antemano, sino que se va desvelando poco a poco. Si la película desemboca en un predominio de los primeros planos es porque la dinámica del rodaje nos llevó a ello No hizo falta planearlo. He tra bajado con Aranda en cuatro películas y un tercio de otra, y no necesito hablar con él para saber por dónde debo buscar".

Este diálogo en silencio se ve materialmente en la pantalla, se percibe en la facilidad con que se engarza la sucesión de planos y en la facilidad, pudor y transparencia con que la fotografía se acopla a las necesidades expresivas profundas: de la ficción. Nos referimos, obviamente, a la penetración de la cámara dentro de los rostros de los intérpretes. Son estos rostros los que mandan, los que ofician el rito.

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