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Un dictador monjil y aún intocable

Antonio de Oliveira Salazar, protagonista de una obra de Manuel Martínez Mediero

Una de las figuras históricas más enigmáticas, el dictador portugués António de Oliveira Salazar, es el protagonista de una obra del español Manuel Martínez Mediero que el director Ángel González estudia montar el próximo otoño, y que, aún sin estrenar, ha provocado ya inquietud en Portugal. En Las largas vacaciones de Oliveira Salazar aparecen personajes como Franco, el espectro de Humberto Delgado y la gobernanta de Salazar, María.

"Salazar era más dúctil, más político y, sobre todo, más teatral que Franco", dice Manuel Martínez Mediero. "Era monjil, pero no se plegaba estrictamente a la Iglesia. Lo único que le importaba era pasar a la historia como autor de un presupuesto escrupulosamente equilibrado. Carecía de toda perspectiva de futuro. El asunto de la libertad era para él algo ominoso y perfectamente inútil".La pieza de Martínez Mediero sigue más o menos fielmente la verdad histórica de los personajes, aunque no duda en apoyarse en toques oníricos y de humor lindante con lo grotesco "Quizá el tono, unido al tema, ha creado ciertas reticencias entre las gentes de la cultura portuguesa actual", señala Martínez Mediero. "Le enseñé el texto a Joáo Mota, el director del prestigioso grupo A Comuna, pero me respondió que él acaso no era el hombre adecuado; ciertamente, A Comuna basa más su trabajo en lo gestual, y en esta obra hay un discurso verbal insoslayable. Pudiera ser oportuna para Helder Costa, el autor de Dom Joáo II, pero aún no me ha respondido. Sin embargo, me han llegado apoyos de intelectuales, y explícitamente del presidente de la Sociedad de Autores de Portugal, Luís Francisco Revello, que se asombran positivamente de que un español haya profundizado en alguien como Salazar y en el entorno de la dictadura derribada por la revolución, de los claveles". Martínez Mediero piensa que quizá la figura de Salazar es todavía intocable en Portugal: "Están raros, como si aún no lo hubieran superado. Pero creo que para un español es una cuestión de deuda con Portugal. La historia de la dictadura que comenzó en 1926 es apasionante, aunque uno no sea historiador".

Las dificultades en España son de índole diferente. "Me parece lo mejor que ha escrito Mediero desde hace años", dice Ángel García Moreno", pero el problema está en el reparto. Los personajes de la obra exigen actores maduros, con carisma y, actualmente, los mejores prefieren hacer cine o televisión, o piden sumas exorbitantes para el teatro privado".

Figura entre sombras

El centenario del nacimiento de Salazar se celebró el pasado año pero la figura del dictador sigue envuelta en sombras en Portugal. "Sin embargo", advierte Martínez Mediero, "fue un hombre superficial. Sus creencias eran de catecismo. Su catolicismo sólo redundó para la Iglesia en ventajas económicas, pero no por ello la gente iba más a misa durante su dictadura. Al contrario que en la España de Franco, en Portugal perduró un estilo laico y anticlerical heredado de la presidencia de Alfonso Costa".

La vida sexual de Salazar sí responde a un evidente monacato. Siempre tuvo alrededor dos o tres señoras de alcurnia que le enviaban misivas de felicitación y más o menos demostrativas de algún tipo de paixâo. "Estoy seguro de que por algún sitio le saldría lo sexual", dice, "pero me fascinó el personaje de María, la gobernanta, que le cuidó toda la vida y que a buen seguro sabría todos los secretos de alcoba del gran hombre, porque a alguien que cambia las sábanas no hay quien le engañe".

Salazar se parecía a Franco en su desinterés por el dinero. Pero lo que en el dictador español podía ser despreocupación, porque nadie le iba a pedir que pagase en ningún sitio, en el colega portugués llegaba a una escrupulosidad extremosa. "Murió sin un duro", apunta Martínez Mediero. "Pagaba de su bolsillo a la gobernanta. Cuando tuvo un ataque cerebral y hubo que internarle, fue necesario que el Gobierno sacara una partida extraordinaria de los presupuestos del Estado para pagar el sanatorio". Esa personalidad económica se correspondía, según Martínez Mediero, con su política: "Fue llamado como administrador, y ésa fue su obsesión a lo largo de toda su dictadura. Quería que Portugal ahorrase, y luego ya se vería la inversión: de ahí las reservas de oro que llegó a amontonar el Estado. Sólo quería entender de eso, y ni permitió asociaciones teledirigidas por el régimen, como hizo Franco, ni tenía fe en su sucesor, Marcelo Caetano, ni se le pasó por la cabeza la conveniencia de acabar con la guerra colonial".

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