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El general Visdela tendrá su indulto

"La memoria elige lo que olvida", decía Jorge Luis Borges, el más prestigioso de los intelectuales argentinos que apoyaron la dictadura del general Jorge Videla y a sus continuadores. Borges olvidó, a principios de los ochenta, que alguna vez había dicho que Videla y Pinochet eran "dos caballeros" y que le gustaría que todos los países de América Latina tuvieran gobiernos tan ejemplares como los suyos. Fue el momento en que comenzó a burlarse de los militares (después de la guerra de las Malvinas, dijo saber de un general argentino "que había oído silbar una bala") y a firmar declaraciones en defensa de los derechos humanos. Los centuriones habían concluido lo esencial de su tarea de exterminio de una generación completa de dirigentes intermedios políticos, sindicales y estudiantiles. Los espíritus delicados comenzaban a sentirse molestos y la clase política a impacientarse.El caso de Borges es emblemático. Además de las razones ideológicas, la resistencia obstinada de las Fuerzas Armadas argentinas no ya a ser condenadas, sino siquiera a ser juzgadas, responde a un sentimiento de profunda frustración. Los militares se sienten traicionados por políticos e intelectuales para los que realizaron un trabajo de encargo y que ahora les reservan el papel del pato de la boda. Ya he descrito en detalle ese fenómeno (véase EL PAÍS del 31 de octubre de 1989), pero nunca se insistirá lo suficiente: los militares argentinos sólo fueron el brazo ejecutor de una política que contó con la colaboración, la aprobación o la pasividad de los dirigentes civiles y eclesiásticos, con pocas exclusiones.

En 1975, el provicario de las Fuerzas Armadas argentinas, monseñor Victorio Bonamín, anunció con una metáfora inequívoca lo que se preparaba para pocos meses más tarde: "Los militares deberán desenvainar su espada y bañarla en el Jordán de la. sangre para salvar a la Patria", dijo. No era una aislada voz demencial. Al contrario, la Iglesia colaboró en todos los frentes, a tal punto que hubo sacerdotes que asistieron a sesiones de tortura. Un obispo, varios sacerdotes y monjas y millares de feligreses fueron secuestrados y asesinados, pero las autoridades eclesiásticas no pestañearon. Sólo algunos espíritus valerosos, como los de los obispos Jaime de Nevares y Miguel Hesayne, se atrevieron a predicar en el desierto colaboracionista católico.

La gran prensa argentina, en lugar de guardar el prudente silencio de: circunstancias, ensalzó a la dictadura. Es más, colaboró denunciando "la campaña antiargentina en el exterior" (98 periodistas fueron asesinados en ese periodo), o, como ocurrió durante la visita de una comisión investigadora de las Naciones Unidas, lanzando la ingeniosa consigna 1os argentinos somos derechos y humanos". Durante la guerra de las Malvinas, la prensa (incluida la del Partido Comunista, que también apoyó a Videla porque le vendía a la URSS el trigo que James Carter le negaba) se dedicó a desinformar a la población, que creyó hasta el último momento que "íbamos ganando". El cambio de chaqueta de todo este sector fue fulminante y tuvo una fecha: la de la rendición de las tropas argentinas ante un comandante inglés. La dictadura se desmoronaba.

Lo que debe entenderse en relación con la Argentina es que así como la democracia nunca existió, sino que sólo hubo destellos en una larga historia de fraudes y caciquismo civil o militar, otro tanto ocurre con la justicia. Al menos con la justicia referida a crímenes políticos y a delitos económicos en gran escala. En los años veinte, una huelga de jornaleros en el sur del país fue reprimida por el Ejército, que fusiló y enterró en fosas comunes a más de mil trabajadores. El presidente de la nación era Hipólito Yrigoyen, un radical. En 1956, un grupo de dirigentes peronistas, entre ellos un coronel, fueron secuestrados y fusilados en un basural. El presidente era Pedro Eugenio Aramburu, un ex general liberal. En 1972, en una base de la marina, fueron ametrallados en sus celdas 16 guerrilleros. El presidente era Alejandro Lanusse, un general. En 1973, centenares de jóvenes peronistas fueron masacrados por fuerzas parapoliciales en el aeropuerto de Ezeiza. El presidente era Héctor Cámpora, un peronista. En 1989, un grupo terrorista que asaltó el cuartel militar de La Tablada, en pleno Buenos Aires, fue reprimido tan brutalmente que varios cadáveres no pudieron ser reconocidos. Pablo Ramos, un ciudadano español filmado y fotografiado con las manos en la nuca en el momento de entregarse, apareció muerto al día siguiente. En un informe, Amnesty Internacional denunció torturas a los detenidos y la desaparición de dos de ellos, también luego de que su rendición fuera filmada. El presidente era Raúl Alfonsín, quien para justificar semejante represión (el jefe de la Policía Federal se ofreció a desalojar el cuartel "con una compañía de gases", pero su oferta fue desestimada) alego que esos 30 jóvenes delirantes ponían en peligro el orden constitucional. En un informe escrito enviado al juez de la causa, Alfonsín dijo que, en cambio, no había ordenado la represión a tres sublevaciones militares anteriores (las de los carapintadas) porque "obedecieron a situaciones internas del arma Ejército"(?)...

Ninguna de esas masacres fue esclarecida, ni siquiera investigada seriamente. Ahora, después de la matanza más sistemática de la historia argentina, ni a la Iglesia, ni a la gran prensa, ni a las corporaciones empresarias, ni a buena parte de la dirigencia sindical, ni a los partidos políticos, les interesa hurgar demasiado en la historia de la ilegalidad argentina. Las virtuosas protestas del partido radical ante el indulto no se justifican, porque los radicales votaron casi unánimemente en el Parlamento (sólo recuerdo una actitud digna, la del diputado Hugo Plucil) las aberrantes leyes de Punto Final y de Obediencia Debida. Uno de los condenados a perpetuidad, el almirante Emilio Masera, fue fotografiado en 1989 saliendo de su casa, en el centro de Buenos Aires. El ministro de Defensa de Alfonsín, Horacio Jaunarena, declaró que había sido "autorizado a salir para curarse de una hepatitis". El indulto que está a punto de firmar Carlos Menem se producirá en un clima político, social y moral infinitamente más degradado que el que reinaba cuando los reos fueron juzgados.

La memoria oficial argentina ha decidido hace tiempo lo que debe olvidar. La historia hará seguramente otro tipo de selección. Pero esta clase política que se niega a toda reflexión sobre el pasado, como si se obstinara en repetirlo, no tiene más remedio que liberar a los condenados. Tal como han evolucionado las cosas, no pasará mucho tiempo sin que además se les restituyan sus grados, honores y pensiones, militares y políticas. También Videla tendrá su busto en la galería de ex presidentes de la Casa Rosada. Al fin y al cabo, probablemente tampoco él torturó ni mató a nadie con sus propias manos.

Carlos Gabetta es periodista y escritor argentino.

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