Por la razón y la palabra
Hace ya más de 30 años -en 1956- que aparecía en librerías la primera obra de Leonardo Sciascia, un desconocido maestro de escuela siciliano que dejaría de serlo al año siguiente. Las parroquias de Regalpetra se inscribía en la escuela del gran neorrealismo italiano de posguerra, e integraba abundantes datos autobiográficos de una infancia bajo el fascismo y del contexto social y cultural -y hasta delictivo, pues ya asomaba allí la Mafia- de la gran isla mediterránea. Un estilo seco y vibrante y una extraña capacidad de síntesis dotaban al nuevo escritor de una voz tan propia y personal que no tardaría en imponerse del todo.Treinta y tres años después, Sciascia desaparece tal vez con demasiada rapidez para la buena salud de esta literatura universal, tan necesitada del eterno soplo de independencia y compromiso moral que pueda seguir todavía haciéndola significar algo para el hombre contemporáneo. Pues la lección de Sciascia es que el lenguaje es eterno, y que los también eternos problemas del hombre pueden seguir narrándose por encima de todo, de ese lenguaje tan brillante y decadente como corrompido y amenazado que más parece hablar para sí mismo que para los demás.
En contra de los dogmas
Del neorrealismo expresionista de su primera etapa, Sciascia arrancó con toda suavidad rumbo a horizontes de mucha mayor envergadura, aunque sin abandonar jamás su proyecto inicial: testimoniar a favor de la razon siempre amenazada y en contra de todos los dogmas y manipulaciones que se le sobreponen frente a la violencia, a la explotación y a la injusticia, depurar los excesos del lenguaje manipulado y darle la vuelta a los viejos conceptos de honor, venganza o justicia y demás zaranda as por el estilo. Todo ello j
estaba ya en su libro inicial y se reafirmaría progre sivaniente en Los tíos de Sicilia, El día de la lechuza y A cada uno lo suyo. Sus iniciales denuncias de la Mafia le hicieron famoso y le condujeron al periodismo militante y al final a la política. Traspasó la experiencia comunista combatiendo a su lado hasta el correspondiente desengaño y llegando al final hasta las filas de aquel espejismo que se llamó Partido Radical, que le sirvió para conseguir un acta de diputado de la que al final también renegaría. Sciascia se volcó en esos años hacia la historia y la fábula moral, en libros que arrancaron de una obra maestra, El consejo de Egipto, en 1963, relato de una falsificación histórica descomunal, escrito con serenidad rabiosa y erudición rebelde. El arco que arrancaba de Sicilia y su pueblo y llegaba hasta la historia terminaría al final en esas extrañas fábulas donde la moral es juguete de la política y la política desemboca en el más absoluto escepticismo.
Y así llegaron esas extrañas historias policíacas o de sucesos criminales, como las de El contexto, con sus extraños jueces asesinados; Todo modo, con su ataque en profundidad a la Democracia Cristiana, o la explosión criminal de Los navajeros. Y después sintió la necesidad de escribir una fábula más teórica y universal, Cándido o un sueño siciliano, un apólogo satírico y feroz donde la inocencia es de nuevo pisoteada hasta el infinito. Y tanto crimen terminaría en la enorme denuncia de El caso Moro, ese terrible panfleto escrito cuando la muerte y el crimen atraparon a Italia del todo.
En los últimos tiempos, este narrador excepcional, rápido y exacto como a latigazos ha sabido devolver al panfleto su debido brillo literario y ha preferido las fábulas históricas renunciando al periodismo y a la política, y refugiándose definitivamente en su Racalmuto natal: El teatro de la memoria, La bruja y el capitán, Puertas abiertas o 1912 + 1 han mostrado su increíble tenacidad por encima de las enfermedades y del escepticismo, su asombrosa vitalidad y la persistencia de sus objetivos de siempre.
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