El porvenir dura mucho
Acaso el, personaje del gaullismo político que posee una mayor capacidad de análisis, en materia dé política internacional, sea Maurice Couve de Murville. Embajador eficaz y brillante; ministro de Asuntos Exteriores que ocupó el Quai d'Orsay de 1958 a 1968, y, final mente, presidente. del Gobierno durante el bienio 1968-1969. Con él mantuve siempre un es trecho vínculo de amistad. Su reputación de frío e insensible hace más meritorio el texto que acaba de dar al público, titulado Le monde en face, en forma de larga entrevista -323 páginas- con el periodista Maurice Delarue. En él se examinan los problemas esenciales de la política europea occidental -desde la posguerra- con una certera disección no exenta de realismo y en ocasiones de un regusto amargo. Explica certeramente el proceso del creciente contenido económico de la Comunidad Europea a lo largo de años de vigencia y su escaso bagaje activo de índole política. Es decir, que los logros de carácter comercial, las resistencias y dificultades de los problemas agrícolas, el propósito resuelto de alcanzar el mercado único monetario y fiscal, tal y como se especifica en el Acta de 1986, son datos positivos. Pero insiste en que el ansiado, pero dificil, propósito de llegar a una cooperación efectiva de los doce en una política exterior de la Comunidad, ante el vasto y contradictorio campo de los problemas que ofrece hoy día la situación internacional, es algo problemático y que necesitará tiempo para realizarse. Este libro suscita reflexiones sin cuento.Es indudable que el éxito de la CE en lo económico y la realidad de su presencia global competitiva en los mercados exteriores, frente al área del dólar y al empuje del yen, hace necesario no olvidar que en el seno de una comunidad de tendencia unificadora resultará una operación dificil y lenta integrar en los años próximos el ámbito de la llamada Europa política. El Parlamento europeo de Estrasburgo habrá de jugar un papel creciente en la reforma de las facultades que le correspondan a cada pieza del vasto armazón comunitario. El respeto que se debe a las etnias, lenguas y naciones, perfectamente identificadas, que componen el mosaíco de los doce hace que se deba articular esa unidad sin que esas idiosincrasias desaparezcan, subsumidas en una Europa política unida. Otra perspectiva obligada será la creación de -un comité permanente de ministros, cuyo presidente, en vez de turnar cada seis meses, como ahora sucede, habría de ostentar un mandato de al menos varios años para llevar a cabo la Europa política. Las seis monarquías y las seis repúblicas que integran la Comunidad tendrán que articular a su -vez, con flexibilidad y realismo, ese nuevo futurible gubernativo que es imprescindible si se quiere avanzar. Pero se necesita tiempo y meditación para lograrlo con éxito.
Hay otros graves problemas pendientes. El primordial y del que todos hablan -sin entrar a fondo en el tema- es el de la defensa occidental o la seguridad como lo llaman los rusos. Es evidente que la CE y sus miembros soslayaron el tema desde el principio de su andadura, en 1957, utilizando el artilugio de la Unión de la Europa Occidental (UEO) para acordar que no se hiciera nada efectivo en la materia, dada la presencia abrumadora de la Alianza Atlántica con su preponderancia nuclear norteamericana en la protección militar de Europa. A partir de ahí, los problemas militares de la Europa occidental giraron siempre en tomo a las tensiones y etapas alternativas de la llamada guerra fría. Los distintos capítulos de ese período histórico (1949-1986) hoy superado fueron asumidos por los países de la CE en sus sucesivas versiones: el monopolio atómico; el duopolio nuclear; la carrera de armamentos; la disuasión controlada; el equilibrio del terror; el MAD; la guerra de las galaxias; los cohetes nucleares de corto alcance; la solución doble cero, y así sucesivamente.
El punto esencial a considerar se resume así: la protección defensiva de la Europa occidental se basa fundamentalmente en el poderío de los cohetes nucleares estratégicos norteamericanos y en la verosimilitud de su apoyo disuasivo en caso de conflicto. Los dos supergrandes se reparten desde hace 40 años su influencia en el mundo, pero ya no son los dueños políticos absolutos del globo ni mucho menos. La Europa occidental forma parte de uno de los múltiples escenarios de esa tensión universal ideológica y estratégica que revistió múltiples choques y guerras, más o menos localizadas, en ese período, cuyo saldo en víctimas se elevó a cifras comparables con las de la II Guerra Mundial. Un período que se llamó de paz entre los grandes.
Si. el pulso violento de los dos gigantes se toma, desde el encuentro de Reikiavik de los presidentes Reagan y Gorbachov, en un comienzo de díálogo que se hace cada día más profundo y reiterado, los asuntos políticos del Occidente europeo comunitario surgen a cada momento con nuevas dimensiones. El problema de la reunificación alemana, por ejemplo, es de los que pertenece a la naturaleza de las cosas y se planteará en el futuro, de modo inevitable, ante la Europa política. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con qué garantías de que sea aceptado por todos los afectados? ¿Con un tratado previo que rectifique la actual situación defacto? El deshielo del reparto establecido en la cuartilla de Yalta y de la división de Europa en dos fracciones contrapuestas se hace presente, . de modo más tangible cada día. Desde el Báltico hasta Yugoslavia hay una permanente conmoción política, cuyo signo y dirección son evidentes. Se ponen en marcha reformas económicas, políticas y sociales. Estallan muchos brotes violentos de nacionalismos reprimidos y de minorías religiosas. ¿Puede la Comunidad de los doce mostrarse indiferente ante este gran acontecimiento histórico? Si alguno de esos países, hasta ahora forzosamente enmudecidos y recupera dos poco a poco para el sistema democrático y vinculados a mantener el compromiso de neutralidad, aspira a entrar en el consorcio de los doce, ¿por qué no aceptarlos en la Europa política con su neutralidad? También la República de Irlanda lo es. Otro problema importante es el peso específico de los países que tienen una importante herencia colonial vigente: Francia, con su poderosa francofanía africana; el Reino Unido, con sus vínculos de la Commonwealth y su relación especial con Estados Unidos; España, con su considerable herencia cultural y linguística, centro y suramericana. ¿Cómo dejar de lado esas connotaciones singulares tan importantes a la hora de establecer la unidad y la cooperación políticas?
Por otra parte, la Unión Soviética, no sólo por su capacidad armamentista, sino también por su enorme caudal humano disponible, es y será durante muchos años un factor decisivo a tener en cuenta en la política defensiva de la Europa occidental. Ello explica por qué las negociaciones de los acuerdos del desarme convencional mutuo han sido tan lentas y de pobres resultados hasta el momento.
Si se mira el futuro de los años próximos -escribe Couve de Murville- se asombra uno de la perspicacia histórica ole Alexis de Tocqueville, quien en 1830 escribió su célebre profecía sobre "las dos naciones gigantescas, Estados Unidos y Rusia, que van a ser las más poderosas del mundo en un relativamente próximo porvenir". No pudo el gran escritor francés pronosticar también que el Tercer Mundo, con sus miles de millones de habitantes -la República Popular China, India, Indonesia, el islam y la América iberohablante-, ocuparía también, por razón (Se su peso abrumador demográfico, un espacio de poder relevante a finales. del siglo XX. La Comunidad no lo ignora en sus perspectivas de futuro.
He leído el libro de este político francés con la delectación que producen los textos que sugieren síntesis esclarecedora.s. Me ha gustado la cita final qué reproduce, la del general De Gaulle: "El porvenir dura mucho". Es decir, que tarda tiempo en llegar. El hombre no puede saltar sobre su sombra. Pero el gobernante debe otear sin pawa el horizonte para adivinar lo que trae consigo el lejano mañana.
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