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Medidas isnsuficientes para un cataclismo político

Las muy escasas esperanzas de un desmantelamiento no traumático del sistema posestalínista en su eslabón centroeuropeo supuestamente más firme -en todo caso, más rígido-, la República Democrática Alemana (RDA), se disipan rápidamente. Tres semanas después de la retirada forzosa de Erich Honecker, ¿quién se acuerda ya de él? El régimen de Berlín Este se halla acorralado. Masas de alemanes orientales emigran a Occidente, y los que quedan atrás radicalizan sus demandas. El pangermanismo da cada vez más paso al anticomunismo.La población ya no sólo exige derechos, libertad de expresión y de movimiento, sino también consecuencias políticas y penales contra los responsables de la represión, la corrupción, la mala gestión económica y la manipulación informativa. Frente a estas demandas están los intereses del aparato estatal de no caer directamente desde el poder al banquillo de los acusados.

Como mal menor, este aparato, que aún ostenta todas las armas y es el único interlocutor de la URSS en la RDA, podría aceptar una transición en la esperanza de limitar su pérdida de hegemonía. Su inmediato derribo y la purga de sus responsabilidades son amenazas que tienden a unirlo en una lucha por la supervivencia.

La revolución en la RDA es la crisis más dramática en el vertiginoso proceso de disolución del imperio soviético. El principal factor del equilibrio geopolítico de la posguerra, el reparto de los intereses de las superpotencias sobre suelo alemán, se diluye sin que haya habido tiempo de buscarle un orden sucesorio y una transición ordenada. Los líderes de las superpotencias deberán afrontar este cataclismo político que alberga no pocos peligros. Abiertas las puertas a Occidente y encauzados los cambios en la cúpula del aparato por la que ya se perfila como la peor de la soluciones posibles -la de Egon Krenz-, nadie podía esperar de toda la población la conciencia histórica necesaria para quedarse en la RDA a presentar batalla. Un flujo imparable de emigrantes amenaza con el colapso total de la sociedad de Alemania Oriental y con gravísimos problemas en la República Federal de Alemania (RFA).

Rechazo de la población

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Las manifestaciones multitudinarias en la RDA han demostrado algo sabido, que la población rechaza el sistema. Incapaz de cerrar la espita de la movilización popular en un principio, el SED podría caer en la tentación de intentar recuperar su hegemonía con una acción intimidatoria de dimensiones chinas. Sería una tentativa de supervivencia tan sangrienta como inútil. La RDA no es China.

Ambos gobiernos alemanes tienen que adoptar urgentes medidas para evitar el caos en el Este y en el Oeste y paliar los peligros de una reacción violenta del lobo acosado que es un aparato que hace un mes era amo absoluto del Estado y hoy es condenado en Juicios públicos por aquellos ajos que ha tratado como vasallós. Los cambios en Gobierno y buró político son ya casi irrelevantes. Concesiones más o menos generosas en la libertad de viajar son ya irrisorias tenitativas del régimen.

Los alemanes orientales quieren elecciones libres. Su convocatoria y la apertura de los puestos fronterizos interalemanes son ya necesidades incontestables. Con la credibilidad resultante de estas medidas, el régimen quizá logre un pacto con la sociedad -y con la RFA- para una transición en la que se eviten coni-nociones, el posible derramamiento de sangre y la consiguiente desestabilización de Europa.

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