La sinfonola
"Pedía un vino fino, se acercaba a la sinfonola y le echaba dinero", evoca el dueño de El Escudo
El escritor austriaco Peter Handke describe en su última obra, Elogio del cansancio, una vieja sinfonola ubicada en un bar, denominado El Escudo, de la localidad de Linares (Jaén). Handke, un escritor sin residencia fija al que le gusta vagar por el mundo, "se pasaba horas y horas ensimismado escuchando y mirando la sinfonola", recuerda Antonio Martínez, ex propietario del local, que fue vendido hace un mes."Venía por el bar casi todas las tardes, siempre solo, y pedía un vino fino o una cerveza e inmediatamente después se acercaba a la sinfonola y le echaba dinero, tanto que a veces se marchaba del bar y la música seguía sonando", dice. Autor de la tetralogía Historia de niños, El lento regreso y La doctrina del Sainte-Victoire, Handke, de 46 años, arribó el pasado 3 de marzo a Linares y se hospedó durante varias semanas en el hotel Cervantes, que tiene dos estrellas y está situado a unos 100 metros de El Escudo. Este bar es relativamente pequeño, estrecho y alargado, y debe su nombre a cuatro escudos de cemento que hay adosados a una pared interior y a otro, con la figura de un león, en la fachada de la puerta de entrada.
La visita de Handke a Linares, una ciudad industrial y minera de 60.000 habitantes que empieza a resurgir de una grave crisis económica, ha pasado prácticamente inadvertida entre los lugareños. Sólo la emisora local ha hablado algo de su estancia en la localidad.
Averiada
El bar El Escudo, situado en la céntrica calle de Cervantes, cuyos modestos edificios apenas superan las tres plantas de altura, ya no existe, y la sinfonola que describe Handke la conserva Martínez en su domicilio. "Ahora está averiada, aunque hemos llamado a un técnico para que la arregle", señala Antonio Carlos Martínez, hijo del ex propietario. La sinfonola que tanto atrajo a Handke funcionaba con un duro, cantidad que daba opción a elegir una sola canción, aunque "con 25 pesetas", matiza el ex propietario de El Escudo, "se podían escuchar siete canciones". "Él, normalmente, echaba 5 o 10 duros, y a veces hasta más, y elegía música inglesa, casi nunca española".
"A mí y a algunos clientes nos extrañaba tanto interés por la sinfonola, ya que su audición no era muy buena", recuerda Martínez. Lo que más les extrañaba era "que siempre iba con una pluma estilográfica y con un papel, y que de cuando en cuando tomaba notas". "La verdad es que era un hombre muy amable: cuando pedía -mejor dicho, chapurreaba en español- la bebida que deseaba, siempre lo hacía sonriendo. Hablábamos poco porque no nos entendíamos, pero lo cierto es que era un hombre un poco raro y parco en palabras".
La "simpatía" de Handke "nos llamaba la atención", afirma Elvira, recepcionista del hotel Cervantes, que recuerda que el escritor se refugiaba muchas tardes enteras en su habitación sin salir. "Se acercaba a recepción, siempre sonriente y con aires de timidez, y le dábamos la llave de la habitación. Lo veíamos como meditabundo, y recuerdo que, cuando terminaba de cenar, siempre salía del comedor con una botella de agua mineral que se subía a la habitación". "Cuando llegó al hotel", prosigue Elvira, "dijo que quería una habitación muy tranquila e iluminada". Aunque es difícil localizar su residencia habitual, en la ficha de registro del hotel él escribió Salzburgo (Austria).El menú del día
Rosa María Pérez, propietaria del restaurante donde solía almorzar y cenar Handke, evoca al escritor como una persona muy independiente, que prefería Ias comidas caseras, y el menú del día a la carta". "No era nada exigente, ni pedía cosas raras ni extraordinarias. Se conformaba con el plato del día, que bien podían ser lentejas, espaguetis o garbanzos". Tras el almuerzo, Handke solía tomar dos cafés americanos, y ocasionalmente buscaba conversación con el camarero.
Babelia
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