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Tàpies fascina a los alemanes

Una exposición en Düsseldorf reúne 60 obras del artista realizadas en los años ochenta

Victoria Combalia

El público alemán ha acogido entusiásticamente la exposición de Antoni Tápies, organizada por la Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen de Düsseldorf (República Federal de Alemania), que se inauguró el día 16 en dicho museo y que podrá ser visitada hasta el 29 de octubre. La exhibición reúne 60 obras del artista catalán, entre pintura, escultura, papeles y cartones, realizadas en los años ochenta. De la selección se ha encargado Werner Schmalenbach, el director de la Kunstsammlung.

Nunca se había visto nada igual. La gente se agolpaba alrededor de Antoni Tápies pidiéndole que le firmara un catálogo, un libro, un cartel. Y así, a cientos. En ningún vernissage, en ningún lugar del mundo, pueden haberse visto tantas muestras de admiración, fascinación y respeto hacia un artista vivo. Y es, sin duda, Alemania el país que con mayor entusiasmo acoge la obra del artista catalán, con cuya estética dramática y mística se siente fuertemente identificada. No por casualidad Alemania ha dado un Beuys, un Kiefer, un Sigmar Polke: siendo cada uno de ellos muy personal, existen afinidades indudables entre uno y otros.La exposición, seleccionada por Werner Schinaleribach para la Kuntsunmlung Nordrhein-Westfalia de Düsseldorf, es muy distinta de carácter y de concepto a la organizada el año pasado en Barcelona. Aquélla abarcaba sólo -pintura, primordialmente de gran formato (el lugar de exhibición era el amplio salón gótico del Tinell), y trataba de ser representativa del amplio espectro de técnicas y figuras (en el sentido semántico) empleado por Tápies. Por el contrario, la exposición de Düsseldorf abarca pintura, escultura, papeles y cartones, y su selección muestra un gusto decantado hacia los cuadros más vacíos, la casi ausencia de barnices y una gama de colores dominada por los oscuros. Con ello, y tal y como una de las espectadoras comentaba al propio artista, se consigue el efecto de que las pinturas parezcan más estáticas y los papeles, en cambio, llenos de gestualidad y movimiento.

De las telas expuestas en Düsseldorf, sobresale la gravedad de Materia doblada, que asemeja una Verónica, el lirismo de Riera de Campins, el despojamiento de Infinito (una materia totalmente gris) y el dramatismo de una pierna roja, cortada, en la obra titulada Pierna y boca. Tápies retoma los temas de siempre y los reinterpreta una y otra vez, renovándose constantemente. En la ya citada Pierna y boca, por ejemplo, combina la materia craquelada con la imagen de una pierna rota cuya fuerza icónica recuerda a la de Philip Guston; en Ascensión de pies, por otro lado, retoma la forma ingenua de representar los pies que ya aparecía en el Gran díptico de tierra y los hace levitar.

En los papeles y cartones hay verdaderas maravillas. En algunas obras el artista ha sabido aprovechar con gran virtuosismo la rugosidad del papel, o nuevos efectos derivados de salpicaduras y aguadas. El Gran papel horizontal, ya visto en la galería Taché, es el mejor de todos ellos y pasará a ser de la Fundación Tápies, para suerte de los barceloneses. Si en él se explora la idea de los sueños, o de la imaginación, grabada en la frente de un rostro, en otros, Tápies juega a la ambigüedad de otras formas: curvas que asemejan senos femeninos, o montañas y, sobre todo, una gran evocación de temas sexuales. Tanto Blanco y barniz como Cuerpo, en este sentido, sugieren acoplamientos.

Por otro lado, la manera como Tápies ha asimilado los nuevos expresionismos recientes (de los cuides él mismo, según se mire, fue precursor) o técnicas novedosas como la del graffiti demuestra un derroche de virtuosismo descomunal. En este sentido, Cráneo-cruz, una imagen totalmente tapiana, es capaz de aunar el sintetismo de Klee, la línea rápida de los jóvenes expresionistas y la nitidez de la nueva geometría. Su capacidad para integrar genialmente estilemas muy variados sin dejar de ser él mismo está recordándonos, cada vez más, a Picasso.

Sólido platónico

Por otro lado, están las esculturas, sobre las cuales apenas casi nadie ha dicho nada. La selección es magnífica. Especialmente una obra: el Cubo, de 1983, un enorme cubo de barro, hendido por varios de sus lados como si hubiera sido agredido en un acceso de rabia. La abstracta presencia de este sólido platónico se ve, así, vivificada por el dolor, por la agresión, por la mano del hombre, por el gesto que destruía la perfección de la geometría. Otra obra impresionante es Lecho, de 1988, un homenaje a Ramón Llull, cuya base parece estar hecha con piedras del camino y con la huella de sus pies apareciendo en la almohada. Estas dos esculturas seguramente son las que más se alejan de la reproducción en terracota de un objeto; es decir, se alejan de lo que podríamos llamar un realismo.Claro está que estos objetos no suponen un realismo literal porque ya sufren, a veces, la modificación de su escala: son monumentales, y además monocromos, y además grabados por signos como lo estaría un dibujo oriental, un documento o una res, con lo cual pasan a ser sacralizados, objetos de culto o de contemplación mística. Pero en El lecho, en cambio, se opera una distorsión de la realidad semejante a la de la ambigüedad producida por algunas materias.

Sean de uno u otro tipo, lo cierto es que la frecuente omisión de la obra escultórica de Tápies en el conjunto de la escultura de los ochenta no tiene, a la vista de su evolución, ninguna razón de ser.

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