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37º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Clarísima película belga y otra oscurísima cubana

Renace la polémica con 'El maestro', de Marion Hansel, y 'Papeles secundarios', de Orlando Rojas

Ayer hubo en San Sebastián un auténtico día de festival de cine. Se proyectaron dos películas literalmente opuestas, una tras de otra. El maestro, película escrita y dirigida por la joven cineasta belga -triunfadora en el Festival de Barcelona de hace dos años- Marion Hansel, es pura diafanidad: casi no se puede decir más con menos. Pero Papeles secundarios, dirigida por el cineasta cubano Orlando Rojas, es pura oscuridad: no se puede decir menos con más. Este tipo de vaivenes generan aquí controversia y dan vida a un festival donde -como en todos actualmente- abunda el cine muerto.

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Vientos del Este

Pasó el elemental y floreciente negocio de la batmanía. Pasó el más sofisticado y menos rentable comercio del abismo submarino. Es decir, pasó la cara y la cruz del riesgo económico en el cine. Y ayer entramos en San Sebastián en otro territorio más fértil y delicado de este arte: la cara y la cruz de su riesgo estético.La cara la ofreció una película titulada El maestro, escrita y dirigida por la belga Marion Hansel; basada en un relato del italiano Mario Soldati; hablada en idioma inglés; rodada en Italia; interpretada por el escocés Malcolm McDowell, el armenio francés Charles Aznavour y la italiana Andrea Ferreol; y financiada por dinero español procedente del Festival de Barcelona, donde en 1987 Marion Hansel se llevó los millones del premio Europa con su película Noces barbares. De la aportación española, que es el dinero, puede decirse que es dinero bien empleado.

Es un filme bello, porque sigue al pie de la letra la ley de la transparencia y de la economía, no del mercado, sino de la expresión: dice muchas cosas con muy pocos elementos. De otra manera: lo que pretende y lo que logra Marion Hansel en El maestro coinciden.

Se trata de un relato lineal, trazado en dos, tiempos que se suceden sin interferirse ni erosionarse recíprocamente -Vicente Aranda debiera estudiar el guión de este filme y comparar sus resultados con los del suyo en Si te dicen que caí- y que al final conducen a una película tal vez menor, quizás pequeña, pero en todo caso muy limpia, coherente, sencilla, realizada sin ningún engolamiento, casi sin esfuerzo aparente.

En El maestro, Charles Aznavour, viejo cantante de viejas melodías sentimentales, nos devuelve el recuerdo de sus glorias de actor, como aquella de El paso del Rhin, de André Cayatte; Malcolm McDowell nos hace olvidar con un ejercicio de sobriedad sus exageraciones en la exagerada Naranja mecánica de Stanley Kubrick; y la maravillosa Andrea Ferreol, con muchos más años y muchos menos kilos, nos recuerda que fue lo mejor de aquella indigesta Gran comilona de Marco Ferreri.

A pie de pantalla

Y, en las antípodas de El maestro, el filme cubano Papeles secundarios, coproducción del ICAIC habanero y de la TVE madrileña, escrita por Osvaldo Sánchez y dirigida por Orlando Rojas: no se pueden contar menos cosas con mayor sobrecarga de elementos.Tal como están tomadas, a pie de pantalla, por este espectador, reproducimos las notas que inspiró la proyección de Papeles secundarios. Dicen textualmente:

"Puesta en escena demasiado sobrecargada. Busca insistente y obsesiva de un clima espeso, sobreangulado, retorcido y mórbido. Excelente fotografía de colores muy contrastados que buscan efectos luminosos tenebristas. Demasiado efectista a veces. Ritmo de secuencia premeditadamente onírico, pero sin verdadero sueño dentro. Aires de 8 y 112 de Fellini y de Comienza el espectáculo de Bob Fosse. ¿Buscados o casuales? Media hora de proyección y no me he enterado todavía de qué va la historia. Según el programa de mano, Juan Luis Galiardo es un director teatral que busca su rehabilitación intelectual y artística. Nada de esto se ve en la pantalla: es tan solo un señor de mediana edad que dirige teatro e intenta ligar de manera complicadísima con la chica -buenísima actrizque quiere un papel en su obra. La búsqueda excesiva de originalidad -originalismo como rutina- perturba y rompe la fluencia, que es fatigosa, camina a tropezones y fuera de tiempo. No se percibe una verdadera creación de tiempo, ese tiempo autónomo que necesita una alegoría de esta especie. La sobrecarga de ornamentos lo es también de símbolos, pero símbolos difíciles de descifrar: puede que esta falta de sentido tenga algún sentido en Cuba, pero vista desde aquí ese sentido no se ve por ningún lado.

Fatiga mucho, cada vez más. Hay indicios de que lo que ocurre en la pantalla es parabólico y se refiere a algo, aquí indescifrable, de la historia cubana actual. Hay ecos lejanos del vanguardismo teatral posrevolucionario. ¿José Triana? No hay sensación de misterio, sino de secreto. La cita inicial de Kafka es negada por el desarrollo: Kafka expresa lo oscuro con extrema claridad, pero en la pantalla aquí sólo se ven actos claros expresados oscuramente. Imágenes fuertes y poderosas: la magnífica escena (le la chica en el retrete. Hora y cuarto de proyección: comienzo a orientarme un poco, pero ya es tarde. Después de hora y media decriptopelícula ya es fatal e irremediablemente tarde".

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