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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Carreras de obstáculos

EL REBROTE de peste equina producido en España, con especial incidencia en Andalucía -más de 200 caballos muertos, 70.000 con riesgo de contagio-, pone de relieve el desastroso sistema de sanidad animal de este país. Al margen de que el rebrote se haya producido apenas tres meses después de que la peste fuera declarada oficialmente extinguida, y de que en ese período se permitieran imprudentemente concentraciones de caballos como ocurrió en la feria de Jerez y en la romería del Rocío, se ha tardado más de 15 días en poder determinar oficialmente si las primeras muertes de caballos se debían a la enfermedad. Posteriormente, ya con la confirmación de la epidemia, el increíble effisodio de las vacunas. con dudas sobre su eficacia y extravio incluidos, constituye todo un monumento a la chapuza. Y todo ello sin que a nadie se le haya pasado por las mientes dimitir o siquiera dar la cara por el desastre producido. Aquí -y tal vez habría que decir que particularmente en Andalucía- los políticos tienden a considerar que lo que va bien es mérito propio (por ejemplo, las buenas cosechas del último lustro), y lo que va mal, culpa de la ira de los dioses (por ejemplo, la sequía o la peste equina).Las responsabilidades principales recaen en el consejero andaluz de Agricultura, Miguel Manaute, aunque no escapa a ellas totalmente el ministro homólogo. Ellos, o sus directos subordinados, han actuado con evidente negligencia, a tenor de los resultados. Pero en lugar de explicar a la gente los posibles errores y las medidas que se proponen para enmendarlos, algunos políticos han preferido enzarzarse en discusiones bizantinas sobre la solidaridad entre autonomías, sobre las competencias de unos y otros y sobre la conveniencia de declarar zonas libres de la epidemia una u otra parte del territorio, al margen, naturalmente, de los criterios de eficacia real.

Aprovechando el río revuelto, el conseller de Agricultura de la Generalitat de Cataluña, Josep Miró Ardèvol -un antiguo centrista pasado al nacionalismo convergente-, se ha dedicado a promover una frontera sanitaria declarando a Cataluña zona libre de peste e instalando controles y aduanas especiales. Lo primero es de dudosa legalidad, y lo segundo, de discutible eficacia: la disposición del conseller deja a la Guardia Civil -un cuerpo sobre el que la Generalitat no tiene competencia alguna y a cuyos responsables en Cataluña nada ha comunicado ni consultadocomo encargada de controlar la situación de los caballos en el conjunto de las carreteras, mientras que los Mossos d'Esquadra vigilarían los dos puntos de estabulación establecidos con carácter obligatorio para los équidos que lleguen a Cataluña.

Sin embargo, entre los límites inútiles que propugna el consejero catalán y la inutilidad sin límites a la que se apunta el Gobierno central caben algunas fórmulas intermedias, que habría que estudiar con urgencia si no se quiere que la imposibilidad de las pruebas hípicas en Barcelona sea real en breve tiempo y, lo que sería aún más grave, que la peste acabe afectando a la totalidad del territorio español, con las consiguientes pérdidas,para la cabaña caballar. Un cordón sanitario que aislara las zonas afectadas por la peste es posible y sería conveniente tanto para un más eficaz tratamiento de la epidemia como para garantizar que no se extienda, lo que a la postre redundaría en su extinción. Ese cordón abarcaría a todo el territorio no afectado, y no únicamente al catalán, y podría aprovechar la existencia de territorios insulares. Pero para conseguir esto no basta con órdenes publicadas en boletines oficiales de las correspondientes comunidades autónomas o del Estado, sino que además es imprescindible la colaboración entre las autoridades que tienen competencias en los diversos territorios.

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Por el momento, el espectáculo internacional de descoordinación y descontrol sobre la sanidad animal que proporciona España está garantizado y nos sitúa una vez más en los más indeseables estándares de subdesarrollo. Los caballos de 1992, si se desea que lleguen a los Juegos, tendrán que superar una carrera en la que trotan sin jinete que les guíe y en la que cada una de las administraciones sitúa todos los obstáculos que convienen a sus pequeñas ambiciones.

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