En la muerte del mecenas Eugenio Rodríguez Pascual
Cualesquiera que sean sus motivos, siempre el mecenazgo es plausible. Con aplauso, pues, debe celebrarse su creciente práctica en nuestra sociedad. Pero el aplauso debe ser especialmente vivo cuando los móviles del mecenas no son la exención fiscal o la avidez de prestigio, esto es, cuando la ayuda al trabajo intelectual o artístico obedece al sentimiento íntimo de un deber; en definitiva, cuando en esa ayuda se ve ante todo el cumplimiento de una misión social. Mecenazgo silencioso propongo llamar a este modo de entenderlo. Muy ejemplarmente, así lo ha ejercitado entre nosotros Eugenio Rodríguez Pascual, marqués de Pelayo, que tan discreta y calladamente ha querido y sabido morir, pasados ya los 100 años, hace pocas semanas.Del marqués de Valdecilla heredó el de Pelayo no sólo título y bienes, también el espíritu filantrópico y un estilo del vivir en el que se aunaban la sencillez y la elegancia. La creación de la casa de salud Valdecilla, en la tercera década de nuestro siglo, fue un soberbio ejemplo de la capacidad española para competir, tanto en largueza como en inteligencia, con las más grandes figuras del mecenazgo norteamericano. Pasaron años y años. Y cuando la actitud de algunos cántabros parecía haber olvidado, ante la espléndida realidad de la casa de salud Valdecilla, la personalidad y la obra de su generoso creador, Eugenio Rodríguez Pascual decidió consagrar buena parte de su fortuna al fomento de la investigación biomédica mediante la fundación que desde 1970 lleva su nombre.
Varias docenas de investigadores españoles, aisladamente o en equipo, han podido realizar gracias a ella trabajos científicos verdaderamente exportables -sólo son dignos de esta calificación los que merecen ser publicados en revistas científicas de curso internacional-, y unos cuantos distinguidos hombres de ciencia -hasta el momento, Grande Covián, Rodríguez Delgado, De Robertis y Méndez- han recibido, como homenaje a su labor, el premio trienal que la fundación concede a quienes, dentro del área de nuestro idioma, han realizado una obra importante y eminente.
Cuando son tantos los españoles a quienes sólo parece mover el ansia de lucro inmediato, hombres como Eugenio Rodríguez Pascual son acreedores del recuerdo y la gratitud de todos. Promover en España uno y otra será, durante los años sucesivos, el fin primero de la fundación que él quiso crear.
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