Gorbachov pone sus barbas a remojar
Hungría, China y Polonia son hoy los puntos de referencia de la clase política soviética para el futuro de su propio sistema. Muchos intelectuales de talante democratizador están convencidos de que en estos tres países socialistas están en liza, una vez más desde la muerte de Stalin, las posibilidades de cambio y también las limitaciones de un sistema que se ha quedado obsoleto. La posición del observador soviético en el espectro político determina su visión de los cambios en el eje Budapest-Pekín-Varsovia.
Los estamentos oficiales tienen los reflejos lentos y no quieren complicaciones. De ahí que el comunicado aprobado por el Congreso de los Diputados sobre China subraye el carácter interno de los sucesos y se limite a lamentar la violencia sin dilucidar culpabilidades. Albert VIasov, director de la agencia de prensa Novosti, consideraba precipitadas las condenas occidentales hacia la dirección china y recordaba a los criticones el destino de las manifestaciones de estudiantes a finales de los sesenta en Occidente. Condenando el uso de la fuerza contra los manifestantes, Occidente corre un serio riesgo de empeoramiento de sus relaciones geoestratégicas con China, afirmaba el funcionario en Novedades de Moscú.
En otro punto del espectro está la resuelta actitud del académico Andrei Sajarov, partidario de romper relaciones con Pekín y apoyado explícitamente por una buena parte de la intelectualidad democrática. Mientras tanto, la Prensa se limita a informar escuetamente del destino de Zhao Ziyang, que había inspirado "optimismo" a Gorbachov a su paso por Pekín en mayo. Tales precauciones contrastan con el énfasis en la buena comunicación humana entre Zhao y Mijail Gorbachov dada en la evaluación oficial soviética de la visita del máximo dirigente a Pekín.
La delegación del Kremlin abandonó China llena de calidez hacia los estudiantes que ocupaban la plaza de Tiananmen. Hoy, uno de los miembros del cortejo afirma que "Gorbachov fue muy lejos en el apoyo estudiantil, ya que los dirigentes chinos le influyeron para que así lo hiciera".
El alborozo de los soviéticos que comparaban la actitud pacífica de los chinos con la sangrienta represión de Tiflis se cortó en seco al conocerse la masacre de Tiananmen y el ejemplo se trocó en advertencia. Hay quien compara a Gorbachov con Zhao. "Ése puede ser el destino que le espera a Gorbachov", señala un intelectual, para quien "este sistema tiene un tope y no da más de sí".
Las implicaciones de los sucesos de Varsovia, Budapest o Pekín son tantas y tan próximas que a veces los medios de comunicación se quedan en estado de choque. La agencia Tass dio los primeros resultados de las elecciones en Polonia de tal forma que el resultado era incomprensible. Y todo para no abordar directamente la derrota de los comunistas, superior a la que había sufrido el aparato soviético en marzo.
Poco a poco, la Prensa se fue recuperando, y hoy Lech Walesa tiene ya la imagen de un estadista en el cual se puede confiar, y los cuatro años de convivencia que Solidaridad ha prometido a los comunistas polacos han tranquilizado a Moscú.
Mayor grado de alarma
El mayor grado de alarma surge ante Hungría, que no da las garantías de estabilidad polacas. La salida del Pacto de Varsovia es el fantasma que Moscú ve en el horizonte húngaro.
En este contexto, el traslado y entierro de los restos del líder comunista Imre Nagy, fusilado en 1958, ha sido de lo más embarazoso en la URSS, donde los comentaristas no acaban de renunciar al término "contrarrevolución" para denominar los sucesos de 1956.
Valeri Leonidov opina en el semanario Tiempos Nuevos que el "Iegítimo descontento" de la población fue aplastado por las "fuerzas contrarrevolucionarias", y los acontecimientos de 1956 no contaron con la participación de la mayoría de la población, sobre todo del campesinado, y "aunque sea por esta causa" lo sucedido "encaja mal en la definición de levantamiento popular".
El articulista utiliza los impersonales para esquivar cualquier aclaración sobre el papel soviético en los sucesos húngaros. Así se dice que, "teniendo en cuenta la petición directa de los comunistas húngaros, la opinión de la dirección china, Yugoslavia, los países del Pacto de Varsovia..., se tomó la difícil decisión de enviar a Hungría una cantidad suplementaria de soldados soviéticos para liquidar por la vía armada las fuerzas contrarrevolucionarias".
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