"Los jóvenes chinos se sienten depositarios del futuro de su país"
Profesores y estudiantes españoles de Pekín analizan la revuelta popular
El himno nacional y La Internacional eran sus cantos de guerra. Las citas de Mao Zedong y Zhou Enlai llenaban sus pancartas cuando se manifestaban en pro de la democracia en la plaza de Tiananmen. Reformistas y regeneracionistas, pero tan ajenos a ideas contrarrevolucionarias que no dudaron en pedir al primer ministro, Li Peng, cuando fue a su encuentro, que les firmara autógrafos sobre sus propias camisetas. Un grupo de profesores y estudiantes españoles que vivieron los hechos coinciden: los estudiantes pagaron con sangre su ingenuidad, pero se quebró para siempre la confianza popular en el partido.
"El movimiento de protesta ha cambiado el carácter del pueblo chino". Para Juan Mata, Andrea Villarrubia, Alicia Relinque e Isabel Cervera, profesores y estudiantes hasta hace pocos días en Pekín, no hay duda de que la represión desencadenada por las autoridades chinas contra el movimiento liderado por los estudiantes, han marcado un antes y un después en la vida del gigante."Todo empezó por un simple homenaje. En mi opinión, los estudiantes simplemente levantaron la tapa de un avispero sin saber lo que había debajo", explica Juan Mata. "Lo que es sorprendente es la catarsis que se produjo a nivel de toda la colectividad". "La vida en Pekín es muy dura, y la lucha diaria ha forjado un talante desagradable y antipático en la gente; todos los días, decenas de personas mueren atropelladas por los coches, que jamás se detienen en los pasos peatonales, y, sin embargo, a medida que las protestas se fueron consolidando y atrayendo al resto de los habitantes de la capital, hubo una milagrosa transformación que eliminó los accidentes", añade Juan.
"Sí, es cierto. A todos los extranjeros nos rompió los esquemas el que de pronto, al subir a los autobuses -generalmente una lucha a codazos-, la gente se entretuviera en ceder el paso con gentiles 'Pase usted, por favor', o 'Perdón, primero usted", recuerda Isabel.
"El pueblo se identificó inmediatamente con las exigencias de los estudiantes, y ello despertó una solidaridad incondicional: si un universitario subía a un autobús aunque fuera privado no sólo era el primero en pasar, sino que no pagaba; se les regalaba comida, bebida, helados y todo lo que pidieran. La adhesión se manifestaba de las formas más sutiles: si, por ejemplo, una manifestación bloqueaba el tráfico, los pasajeros de los transportes colectivos permanecían encerrados en sus vehículos sin emitir una queja, y coches y bicicletas esperaban durante cuatro o cinco horas a que pasara la multitud sin tocar las bocinas", añade Andrea.
"Hemos cambiado"
"A la solidaridad se unió un gran sentimiento de participación disciplina y orden: cuando las protestas desbordaron a la policía, si las marchas perjudicaban la circulación, era normal que inmediatamente un grupo de estudiantes tomara la iniciativa espontáneamente y uno de ellos se pusiera a dirigir el tráfico; todos aceptaban de inmediato su auto ridad y obedecían sus órdenes" relata Juan Mata. "La propia gente comentaba 'Hemos cambiado'. Un alumno, un día me dijo: 'Somos distintos porque hemos descubierto el dar la mano al prójinio", añade.
"Hasta hace dos meses era impensable en Pekín un fenóme no de este tipo que catalizara a las masas. Su historia milenaria pesa sobre ellos como una losa que estimula el pesimismo y la resignación al inmovilismo; sin embargo ahora han aprendido que pueden manifestarse y lograr cambios", subraya Isabel.
Sin embargo, según coinciden los ex residentes españoles en Pekín, los estudiantes no enarbolaron la bandera de la contrarrevolución, como afirman las autoridades chinas. "Ellos no querían que el partido comunista dejara de gobernar el país. Son grandes admiradores de Gorbachov, y lo que proponían es que, puesto que las autoridades han puesto n marcha una reforma económica, que la acompañen, como está haciendo el dirigente soviético, con un cambio político. Se dan cuenta de que las cosas andan mal y exigen más libertad, pero no tienen una oposición formulada ideológicamente. Han nacido y crecido con el partido y no tienen experiencia de otros grupos políticos. Cuando no tenían noticias para emitir, hacían sonar por sus altavoces el himno nacional o La Internacional", dice Alicia.
"Era sorprendente su ingenuidad, pues en ningún momento pensaron que podía ocurrir una matanza: en sus esquemas no hay referencias históricas de que el Ejército pueda actuar contra el pueblo y se subían a los camiones de los soldados para convencerles de que lo que pedían es justo; muchas veces acababan llorando juntos. Las protestas se vivían en un ambiente lúdico y de alegría que se contagió a toda la capital", explica por su parte Isabel. "Para ellos, Mao Zedong, y sobre todo Zhou Enlai, siguen siendo los grandes artífices de China, y sus citas llenaban sus pancartas en las manifestaciones. Sus pintadas decían cosas como '¡Salvad al partido comunista!'. No quieren copiar ningún modelo extranjero, puesto que su objetivo es el hacer de China un país grande y poderoso que no pierda el tren del desarrollo económico que han alcanzado, por ejemplo, muchos de sus vecinos. En un principio no hacían más que reclamar lo mismo que se predicaba desde el Gobierno. Todo ello con un gran sentimiento patriótico: en las protestas se coreaban el himno nacional y La Internacional y se enarbolaban las banderas de las juventudes comunistas y nacionales", explica Juan.
Para todos estos testigos (evidente que la imposición de la ley marcial, la matanza de Tiananmen y las persecuciones desatadas por las autoridades ha provocado una ruptura irreversible. "El partido ha firmado así su propia sentencia de muerte, pues le será prácticamente imposible recobrar la confianza del pueblo", afirma Alicia.
Para Juan hay otro elemento importante: "El pueblo chino ha descubierto que hay un interés en común y que lo que ha ocurrido sólo supone un frenazo temporal. Los jóvenes han adquirido una nueva conciencia: se sienten depositarios del futuro de su país".
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