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LATINOAMÉRICA VOTA

Panamá, unas elecciones sin derrotados

Antes de la votación, el candidato del Gobierno y el de la oposición se han declarado presidentes

Antonio Caño

Casi a la misma hora en que el viernes se puso fin a la campaña electoral panameña el cielo se cubrió de nubes negras y descargó un diluvio tropical sobre la ciudad. Los repulsivos gallinazos dejaron a medias su carroña y volaron para ponerse a cubierto. La tormenta dio paso a una noche silenciosa y larga durante la que un millón de votantes panameños reflexionaron acerca de la cita histórica que este pueblo tiene hoy con unas elecciones presidenciales y legislativas cubiertas y amenazadas por oscuros presagios de violencia.

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No cabe ser muy optimista sobre unos comicios en los que se sabe de antemano que ninguno de los dos principales contendientes aceptará la derrota, que han sido por anticipado deslegitimados por Estados Unidos y que, en todo caso, no servirán directamente para elegir o destituir al verdadero poder de este país, el jefe de las Fuerzas de Defensa, general Manuel Antonio Noriega.Tanto la oficialista Coalición para la Liberación Nacional (Colina) como la Alianza Democrática de Oposición (ADO-Civilista) han anunciado que defenderán su victoria en la calle y, si es necesario, con sangre. Tanto el candidato del Gobierno, Carlos Duque, como el de la oposición, Guillermo Endara, se han declarado ya presidentes, y sobra, por tanto, que se cuenten los votos. Por su parte, Estados Unidos, el tercero en discordia, da por descontado el fraude y estudia las medidas correspondientes.

El Gobierno, consciente de que la mayoría de las encuestas le dan perdedor, espera que un leve maquillaje de los resultados resulte imperceptible para los cientos de observadores internacionales presentes en Panamá. La oposición, confiada en el respaldo mundial, cree que puede obtener el poder por la presión que se genere a partir de mañana. Para Estados Unidos el único interés de las elecciones es que sirvan para acabar con el general Noriega. Las Fuerzas de Defensa, por último, han advertido que no van a ser convidados de piedra y que, de acuerdo con los principios de Torrijos, no renunciarán a su intervención en la vida política.

Así, todos los ingredientes de la crisis están servidos. Las

diferentes combinaciones de cada uno de ellos permiten imaginar distintos escenarios, pero, si se concede valor a la intuición popular, bastaría mencionar el masivo acopio de alimentos para saber que la gente olfatea el conflicto.

Hace cinco años el proceso electoral se presentó en Panamá casi con las mismas anomalías. El general Noriega estaba ya en el poder, sin planes de retirarse; la oposición era mayoritaria, y el Gobierno sólo pudo vencer a costa de un fraude. La diferencia, sustancial fue que entonces EE UU dio su visto bueno al candidato oficialista y ratificó el fraude con una declaración pública.

El respaldo norteamericano al peculiar régimen cívico-militar panameño -en el que unas fuerzas armadas atípicas detentan el poder desde hace 21 años con vocación populista y sin

violaciones de derechos humanos- se mantuvo hasta hace dos años. En enero de 1987 los ejércitos de Estados Unidos y Panamá, con Noriega al frente, participaban todavía en unas importantes maniobras militares conjuntas para la defensa del canal.

Noriega consolida su poder

Las acusaciones del coronel Roberto Díaz Herrera en junio de 1987 y, sobre todo, la destitución del presidente Eric Delvalle en febrero de 1988 provocaron una verdadera guerra abierta entre el Gobierno norteamericano y el general Noriega, a quien un tribunal de Florida abrió un proceso por narcotráfico y contra quien se formularon las más duras acusaciones, nunca probadas.Estados Unidos implantó en marzo duras sanciones económicas contra Panamá y, en aras de acabar con Noriega, condenó a este país al hundimiento económico. En 1988 el producto interior bruto panameño decreció en más de un 20%. Pese a que el descalabro que los norteamericanos calcularon no se produjo, el país continúa cayendo por la pendiente hacia la pobreza.

Noriega tuvo que hacer frente también durante los meses de marzo y abril de 1988 a una fuerte presión popular que pedía su renuncia. En ese período, la oposición, dirigida por un grupo de jóvenes empresarios integrados en la Cruzada Civilista, confió en que la presión norteamericana acabaría derrocando al general y rechazó toda posibilidad de negociar con él. El desgaste del régimen, fundamentalmente por culpa de la corrupción, había generado un fuerte movimiento de repudio a los militares.

Sin embargo, en este último año el general Noriega ha consolidado su poder, ha reforzado su perfil nacionalista y se presenta decidido a permanecer en su cargo hasta el 2000. No es un hombre popular, pero tiene más popularidad que hace un año. No tiene partido ni ideología, pero tiene tras él mucha más organización y más ideología que hace un año.

Muchos observadores creen que, si Noriega consigue contener las protestas previstas para la próxima semana, se convertirá en el único interlocutor posible en este país, y el Gobierno norteamericano, antes o después, tendrá que acceder a negociar con él la necesaria reconciliación entre Estados Unidos y el país que dispone del único canal que une el océano Atlántico y el Pacífico.

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