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Transición

Dice el psiquiatra chileno Sergio Peña y Lillo, a quien se considera cercano a Pinochet en el tratamiento de sus depresiones, que la felicidad en este mundo no es imposible. Lo que ocurre es que los humanos nos empeñamos en ponernos trabas. Tiene el mencionado doctor una receta infalible para que superemos los obstáculos que, oh míseros, nosotros mismos nos creamos.Para empezar, no hay que vivir pensando fantásticamente en el futuro, porque eso abre un horizonte incierto. Otra cosa que no hay que hacer es comparar el presente con el pasado. Tampoco hay que resistirse al dolor y al infortunio, que nos son propios. Y hay que proponerse metas realistas, de acuerdo con nuestra capacidad.

No parece fácil seguir semejante recetario. Y si no lo es -para ustedes ni para mí, imaginen lo que debe de estar costándole al presidente saliente de Chile tratar de ser feliz en las actuales circunstancias. Así le tenemos, apareciéndose en las páginas de los periódicos vestido de capitán Pinkerton en Madame Butterfly, y desvariando tipo fantasma del padre de Hamlet: "El enemigo crece y se arma en la clandestinidad". Hay momentos cumbres de su ya vacilante deambular por la historia, en que Pinochet parece adaptarse tímidamente a la realidad y aumenta en un 10% -500 pesetas- el salario mínimo mensual. En otras ocasiones vuelve al túnel del tiempo y coloca en lo más alto del poder judicial militar al fiscal Torres, el más odiado por los presos políticos y sus respectivas familias. En sus lapsos de mayor pérdida de la consciencia se dedica a privatizar lo que aún queda de propio en Chile. Va a caer hasta el cerro de San Cristóbal, que es como el Retiro, pero con funicular.

Mientras Pinochet se entrega a su insensatez, la oposición, que sí parece seguir al psiquiatra, maneja con cordura lo que podríamos llamar la transición democrática chilena. Pero cualquier comparación con la española sigue siendo inadecuada. En España nunca sabremos lo que pudo haber sido hacerla con Franco vivo e inaugurando pantanos.

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