El sueño literario de una intelectual comunista
La literatura de María Teresa León ejemplifica con claridad todos los sueños y las necesidades culturales de la República española. Ésa es la imagen que tengo de ella a través de sus libros y sus relaciones con Rafael Alberti.María Teresa nos remite a una especial forma de comportamiento durante la guerra civil y el exilio, una empeñada manera de sentirse razonable en medio de la fábula más amarga. Los intelectuales republicanos vivieron sin duda el levantamiento de 1936 como un asalto a la razón. La barbarie escogía el camino de las armas para arruinar las pequeñas conquistas asentadas tras dos alteradísimos siglos de esfuerzo ilustrado. Por eso era tan importante darle a la defensa de la cultura un papel de himno, una reiteración oportuna con valor de contraseña. Juego limpio, la novela de ella basada en las tareas de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, nos habla de unos años de ingenuidad bélica, con escuelas populares y campañas de alfabetización en las trincheras, camiones con bibliotecas itinerantes y escenarios teatrales de urgencia. Una época de fe.
La cultura como símbolo de libertad y antifascismo, pero también como el tesoro caracterizador de un pueblo. Para denunciar una agresión clasista y externa (son muchas las referencias al Ejército de África, a los alemanes e italianos), se busca un nuevo modo de nacionalismo popular, donde la conservación del patrimonio artístico alcanza un papel privilegiado. En La historia tiene la palabra, María Teresa recuerda las actividades de la Junta de Encautación del Tesoro Artístico. Las operaciones de salvamento de algunos cuadros del Museo del Prado, protagonizadas por milicianos, recoge con detalle esta unidad entre la cultura, la historia y el pueblo.
Comportamiento moral
Ésta es la atmósfera de los libros de María Teresa León, un esfuerzo de confluencia sentimental entre la tradición culta y el pueblo español, que surge en las evocaciones de la guerra civil, pero también a la hora de escribir sobre Cervantes o sobre Bécquer La capacidad de representar esta tarea en el comportamiento moral de la propia vida hace que la autobiografía de María Teresa León, Memoria de la melancolía, sea su libro más condensador y significativo.
Algunas veces se han planteado las relaciones literarias de Rafael Alberti y María Teresa León como un problema de sombras, como una vinculación personal peligrosa donde la gran figura arrastra y esconde el proceso creativo de la figura menor. No creo que sea cierto. Si la unidad existe es sobre todo por una amplia coincidencia de intereses estétidos e ideológicos, perfectamente fechable en nuestra historia literaria. Alberti asume de un modo muy parecido el proyecto cultura¡ de los comunistas republicanos, y por eso es lógico que el mundo de El poeta en la calle coincida con los Cuentos de la España actual. Lo mismo ocurre con las obras del exilio; por ejemplo, con las páginas compartidas de Sonríe China.
La coincidencia de las obras de estos dos escritores hay que buscarla más en la historia literaria que en las relaciones personales. Dos obras de entidad independiente, que confluyen -como la de otros muchos autores de la época- en un proyecto cultural común.
Otra cosa es que el amor haya existido y con unos gestos de libertad poco frecuentes en la España de los años treinta, sobre todo por lo que se refiere a la difícil posición de la mujer. Después de Pasionaria, creo que María Teresa León fue la figura femenina más importante de la República española. "El poeta Rafael Alberti", decían los periódicos, "repite el episodio mallorquín de Chopin con una bella Georges Sand de Burgos". Una historia de amor que los dos se han reconocido literariamente.
Poemas de amor
Alberti le dedicó a María Teresa en Retomos de lo vivo lejano uno de los libros de amor más hermoso de la poesía española. María Teresa León, por su parte, en Memoria de la melancolía ha descrito las peripecias de esta relación conjurada por la intimidad y la realidad histórica. En este libro escribe como resumen de su vida: "Aitana iba creciendo como todos los niños del mundo, empeñados en huirnos años arriba. Rafael se iniciaba con ella en el arte de amaestrar alguna foca pequeñita de las que a día se arrastraban por la arena de la playa. A mí me bastaba mirarle. El efecto del amor es transformar a los amantes y hacerlos parecerse al objeto amado, dice Petrarca. Si eso fuese así, yo sería Rafael Alberti".
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