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Tribuna
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Chile

El pueblo chileno está viviendo una experiencia política que se parece y no se parece a todas las transiciones de la dictadura a la democracia. Los fascismos europeos más determinantes fueron derrocados por una victoria aliada en la II Guerra Mundial y los dos supervivientes, Portugal y España, vivieron evoluciones parecidas pero con finales diferentes: a Caetano lo derribó un golpe de militares izquierdistas y Franco murió dolorosamente en la cama, y el franquismo se hizo panteísta. No es que haya desaparecido, está oculto en la naturaleza misma de muchas personas y demasiadas cosas.Buen conocedor y admirador, de Franco, el líder fascista que cumplió todo el proceso de nacimiento, crecimiento, decadencia y muerte con tedéum, el general Pinochet piensa, sin corregir el modelo, ir más allá y conseguir algo que Franco no consiguió: la transustanciación de un dictador en demócrata. La oposición hace sus planes, pero Pinochet también hace los suyos y no quiere ni ser el chivo expiatorio de la reinstauración democrática, ni un dictador en decadencia, acosado progresivamente por sus enemigos de siempre y por herederos impacientes ante el reparto de la túnica sagrada.

Pinochet quiere ganar el plebiscito para meter por el aro a todas las fuerzas democráticas, confiado en que el cansancio y la frustración de la derrota en el referéndum trabaja a su favor y puede romper la frágil unidad del Comando del No. De ganar Pinochet, sería generoso con los vencidos no marxistas y les propondría lugares a su derecha y a su izquierda democrática cuando todos accedan a esa democracia hija del terror y la muerte que el dictador ha diseñado. No la ha diseñado solo, como no diseñó solo el golpe de 1973. Las multinacionales y el Departamento de Estado han contribuido al dibujo pero se reservan los últimos trazos, últimos trazos que incluso Pinochet desconoce. Se gaste o no se gaste Pinochet en el plebiscito, se ultimará el dibujo.

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