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Colombia, acechada

Políticos y periodistas colombianos se quejan de que la realidad de su país se presente en el mundo de forma parcial y deformada. En palabras de un analista bogotano, se ignora que Colombia es "algo más que el deprimente retrato simplificado que se pinta en el exterior": el país de la droga para los estadounidenses, el de la violación de los derechos humanos, para los europeos. Y es verdad que Colombia tiene derecho a un trato menos unilateralmente peyorativo porque, por encima de sus males, está la realidad de una estructura social que funciona y que, aunque parezca mentira, va sacando adelante al país.La vida civil de Colombia se desarboló con el comienzo en 1948 del decenio de la Violencia y, desde 1957, ha padecido la esquizofrenia de tener a un gobierno democrático presidíendo sobre un país inmerso en una situación práctica de guerra civil. Esto tiende a confundir los datos del problema y se acaba por no saber quién es responsable de qué y a quién corresponde salvar al país en qué circunstancias. El rizo del rizo ocurrió hace unos días, cuando el movimiento guerrillero M-19, responsable de tanta sangre inútil, ofreció embarcarse en una cumbre de salvación nacional con el gobierno y todas las facciones políticas y sociales del país. Es notable. Pero lo es aún más que la baza utilizada por el M-19 para convencer al gobierno sea el secuestro por ellos mismos hace mes y medio del ex candidato conservador a la presidencia, Álvaro Gómez Hurtado. Razonablemente, el gobierno ha rechazado el diálogo, iniciado finalmente en Panamá el pasado jueves, y es irónico que con su ortodoxia arriesgue quedarse aislado una vez más. En casos así, lo mejor es tragar saliva y negociar. Si el M-19 cumple con la promesa que dió en Panamá de liberar a su secuestrado, el gobierno del presidente Barco debe dar muestra de agilidad, sentándose a la mesa de la cumbre, cuando, a tenor de la decisión tomada en Panamá, se vuelva a reunir el próximo 29, esta vez en Bogotá.

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Polémica por el diálogo con la guerrilla

Colombia es víctima de tres problemas: la pobreza agrícola, la guerrilla y la droga. O de uno solo: la incapacidad de los gobiernos de comprenderlos y de aplicar remedios eficaces.

El sector agrícola lleva un retraso de 25 a 30 años respecto de la economía urbana. Durante años, se mantuvieron bajos los precios agrícolas para poder alimentar a una población deprimida. Esas cosas suelen funcionar muy mal cuando la mayoría de la población vive de la agricultura y, en el Tercer Mundo, suelen propiciar la aparición de la guerrilla.

Violencia institucional

En Colombia, a las guerrillas campesinas precedió la violencia institucional entre conservadores y liberales. Cuando, en 1957, estas dos formaciones acabaron pactando la paz, quedó sangre para todos los gustos. A las FARC marxistas se unieron, primero el M-19, una guerrilla urbana sin ideología, y, después, grupos aún más gratuitamente violentos, como el ELN o el PLN. En 1982, unos escuadrones paramilitares, los MAS (Muerte a los Secuestradores), se dedicaron a matar sin ton ni son. Y la oligarquía agrícola más conservadora, convencida de que se le aproximaba una revolución marxista de corte nicaragüense, creó sus propias bandas armadas, que compitieron con las que operaban a las órdenes del cártel de Medellín, el imperio de la droga.

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Con la droga, los gobiernos creyeron que el espectacular incremento de producción era pasajero y, cuando quisieron hacerle frente, la mafia era más fuerte que ellos. Hoy, para los ministros y jueces, el dilema es sencillo: o millonarios o muertos. Colombia no puede luchar sola contra la cocaína.

Pero el Ejército sí se empeñó en combatir a solas contra todos, con el poco respeto por los derechos humanos frecuente en los militares latinoamericanos. El resultado ha sido inútil y terriblemente sangriento.

La llegada de Belisario Betancur a la presidencia en 1982 era prometedora, porque identificó correctamente los problemas y se empeñó en solucionarlos pacíficamente. Pero tuvo mala suerte y llegó un momento en que se perdió en su impotencia y debilidad. Retiró al Ejército de las zonas rurales, y les irritó doblemente con la concesión de una amnistía limitada. Pactó la inserción social de las FARC que, como partido político de origen revolucionario, Unión Patriótica, ya participaron en los últimos comicios. Negoció el alto el fuego con el M-19 y con el EPL. Lanzó un Plan Cuatrienal de Paz para sanear las regiones afectadas por actividad guerrillera. Y le mataron al fundador del M- 19 y al ministro de justicia, que era el que intentaba luchar contra la droga, y a 11 jueces y 79 otros en el demente asalto al Palacio de Justicia en 1985, lanzado por el M- 19 para llamar la atención del mundo sobre las atrocidades del ejército y reprimido con aún mayor demencia por los propios miiitares. La violencia política era imparable y ha seguido hasta hoy, cobrándose miles de víctimas, sin distinción de condición o credo político.

¿Cómo puede vivir y progresar así un país? De milagro. Y parece que, milagrosamente, Colombia lo está haciendo. En 1985, su economía creció un 5.5%. Es el único país de Latinoamérica que no ha tenido que renegociar su deuda, el único que ha seguido creciendo en la década de los 80, el único que no ha perdido calidad de vida. Contra viento y marea. Pues es acreedor a la ayuda de todos.

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